La tensa situación política y los conflictos sociales marcaron de forma indeleble la Semana Santa de Zamora de los años 30, hasta el punto de que en 1933 y 1936 las procesiones ni siquiera llegaron a celebrarse. Existe un verdadero “divorcio” entre los cargadores de los pasos, cuyos integrantes están vinculados a la Casa del Pueblo de Zamora, la Federación de Sociedades Obreras, situada en San Martín y los directivos y hermanos de fila, procedentes mayoritariamente de la burguesía local, aunque de ese enfrentamiento no existe constancia escrita. El historiador José Andrés Casquero explica que los hermanos de paso ni siquiera acuden a las asambleas de las cofradías. Pero es la convulsa situación política la fuente de la mayor parte de los temores entre los semanasanteros.

En “El Silencio” y “El Nazareno” se llega a someter a votación la salida a la calle, ante el miedo a posibles incidentes. La Congregación ya conoció, en el siglo XIX, la intervención de la autoridad cuando el gobernador civil obligó a los nazarenos desfilar a cara descubierta.

La crispación social estuvo a punto de originar una tragedia durante el Viernes Santo de 1932, a la vuelta de la procesión de “la Mañana”, en la Plaza Mayor. Apostado en la acera, uno de los asistentes dedica saetas al paso de los grupos escultóricos. Cuando avanza la Soledad, el espontáneo se arranca hasta dos veces. Al ir a entonar el segundo cántico, un vecino de la capital, identificado más tarde como Florencio Rueda Aguiar, dirigió, al parecer, «una frase molesta al cantador, lo que dio origen a una discusión en la que tomó parte un considerable número de obreros y otras personas que protestaron airadamente de lo hecho por el señor Rueda».

“El Correo de Zamora” se hacía así eco del grave suceso: «El público que presenciaba la procesión, a las voces y los gritos de los que discutían y debido sin duda a la desorientación que en estos casos sucede, comenzó a huir atropelladamente hasta convertirse en una desbandada general. Hubo, como es consiguiente, carreras, sustos, caídas y pisotones, siendo muchas las personas lesionadas de escasa consideración». El pánico y la desorientación llegaron a tal punto que «centenares de personas llegaron corriendo hasta el Mercado de Abastos a los gritos de “¡Una bomba!, ¡una bomba!”, a cuyas voces todos los vendedores huyeron aterrorizados abandonando sus puestos, por lo que el mercado quedó desalojado en pocos minutos».

Viernes Santo en Santa Clara, con el convento de fondo, en el año 1934. Foto de la colección García Rubio

La Policía condujo a los protagonistas del incidente a Comisaría, «donde les siguieron un crecido número de personas comentando el hecho. Al llegar al edificio del Gobierno Civil, los manifestantes quisieron penetrar en él y gracias al tacto y medios persuasivos que la fuerza pública empleó para evitar una posible alteración de orden público, pudieron evitar lo que se proponían». Florencio Rueda, después de econocerse como «autor de las frases al cantador» ante el gobernador civil, fue puesto en libertad.

Al menos dos personas, una mujer de Villaralbo y una niña de 11 años de la capital, fueron atendidas por lesiones en la Casa de Socorro. En las farmacias también recibieron asistencia otras personas que habían

resultado heridas leves. La Policía Municipal tuvo que recuperar «algunos zapatos de niño y otras prendas» que la multitud había dejado atrás en su loca carrera desde la Plaza Mayor. La celebración intentó recuperar una cierta normalidad, pero esa noche de Viernes Santo la cofradía de Nuestra Madre

Tanto en el mencionado año de 1932 como en 1933, a pesar de que Lerroux preside la República en Gobierno asociado con la derecha, el clima social era irrespirable. En el 32 el obispo había dado vía libre a las hermandades para que, de forma autónoma, tomaran la decisión de salir o no a la calle. Un año después las procesiones no se celebran por temor a incidentes. La división entre la izquierda anticlerical y la derecha clerical propicia un clima de continuos enfrentamientos que, aunque de manera solapada, también están presentes en una pequeña sociedad provinciana como la de Zamora.

Hay miedo a que se produzcan atentados y las calles no muestran las multitudes de otros años. “El Correo de Zamora”, diario católico y bajo el control de la Iglesia, se esfuerza por mostrar en 1933 un clima de normalidad a pesar de las suspensiones y destaca la participación popular en los cultos que se promueven como la predicación de las Siete Palabras que por primera vez se realiza en la Catedral de Zamora, recitada por el magistral Francisco Romero.

Los desfiles se recuperarían al año siguiente, 1934, pero de nuevo se repitieron los incidentes al estallar un artefacto a las puertas de la iglesia de San Esteban poco después de la medianoche del Miércoles Santo, cuando ya en el templo se encontraba la imagen del Cristo de las Injurias y los pasos de la Cofradía del Santo Entierro, que afortunadamente, no sufrieron ningún daño. A consecuencia de la explosión, las puertas de la iglesia «se astillaron y algunos cristales cayeron al suelo con estrépito.

La Dolorosa bajo palio, de la cofradía de la Vera Cruz, saliendo de la iglesia de San Juan en los años 40. Foto de la colección García Rubio

El hecho tuvo lugar poco después de las doce de la noche del miércoles. En toda la ciudad se oyó el estampido», señala el diario local. La intencionalidad de la acción es clara: «Con este atentado se pretendía cohibir a las gentes para que el miedo les impidiera sumarse a las fiestas religiosas de estos días», afirma "El Correo…", para quien el atentado «también fue una muestra de despecho por el éxito y grandiosidad de la procesión del Silencio, cuyo Cristo de las Injurias había sido allí colocado y, por último, se perseguía la destrucción de este y de los pasos de la Cofradía del Santo Entierro».

En 1935 el grupo escultórico de “Camino del Calvario” sale de San Juan, por primera vez, a los sones de Thalberg. El que, con los años, acabaría por convertirse en el himno oficioso de la Semana Santa de Zamora no fue una elección estética o sentimental.

Fue pura necesidad: «Los sucesos revolucionarios ocurridos en octubre de 1934 en Asturias habían tenido sus consecuencias en Zamora, donde hubo detenidos y encarcelados por participar en la sublevación con acusaciones, por ejemplo, de tenencia ilícita de armas. Se descubren bombas de mano preparadas para hacerlas estallar en el Palacio de Doña Urraca, por ejemplo. Hay actos vandálicos contra símbolos religiosos: se derriban las cruces del humilladero de las Tres Cruces o se apedrea al Cristo de los Gitanos», narra José Andrés Casquero. En aquellas circunstancias utilizar la Marcha Real con la que normalmente se levantaban los pasos al salir del templo (en el caso del Nazareno el "Cinco de Copas" y "La Soledad" lo hacen siempre de San Juan) podría ser interpretado como una provocación. El encargado del paso, el mítico José Aragón , decide que sea con Thalberg. El “baile” se convertiría en tradición a partir de 1936.

Un año antes de que estallase la Guerra Civil, y en prevención de que no se repitieran los sucesos de años anteriores, las procesiones se desarrollan bajo una vigilancia policial completa: «todas las bocacalles, durante los desfiles religiosos, estaban custodiadas; de trecho en trecho y entre los cofrades, guardias de Seguridad, de Asalto y Municipales imponían el respeto debido a tan brillante acontecimiento», relata la prensa local en abril de 1935.

El ambiente no es propicio para los festejos y los recursos semanasanteros son limitados. Se producen estrenos como la nueva mesa de "La Verónica", donada por suscripción popular de los hermanos de carga del mismo paso en la Congregación.

También desfiló con nueva mesa la Virgen de los Clavos además de estrenar el dosel de terciopelo negro bordado en oro con el que procesiona habitualmente la tarde del Viernes Santo con el Santo Entierro.

En abril de 1936, tan sólo tres meses antes de que estallase la Guerra Civil con la sublevación militar, la enrarecida situación política tampoco permitió que las procesiones salieran a la calle. Sí lo hicieron en otras localidades como Benavente, Toro, Puebla, Alcañices, Bermillo o Fuentesaúco.

Las imágenes de la procesión, al fondo, en la mañana del Viernes Santo en las Tres Cruces en los años 30. Foto de la colección García Rubio

En la capital, de nuevo se extendían los rumores sobre la inseguridad en las calles: «Conviene desvanecer el rumor que viajeros de la provincia nos han traído estos días sobre supuestos choques acaecidos en Zamora durante el movimiento religioso del jueves y viernes. No ha ocurrido nada, ni siquiera conato del más leve incidente. Es más, un respeto absoluto a las creencias ha sido la nota distintiva de la Semana Mayor».

Durante la Guerra Civil, la Semana Santa es utilizada y se convierte en señas de identidad para el aparato del Régimen franquista, imbuido, además del espíritu castrense y con la omnipresencia de los poderes civil y militar en todas las expresiones de Fe. Terminada la contienda, hacia 1940, la moral pacata de la época se evidenciaba en todos los aspectos de la vida, por cotidianos que fueran. Ese año ya se produce una orden del Ministerio de Gobernación prohibiendo los espectáculos públicos el Miércoles, Jueves y Viernes Santos.

En los periódicos se insertan recomendaciones como «que al paso del Santo Cristo de las Injurias debe guardarse silencio» o «que ante las sagradas imágenes, si no es militar, tiene el deber de descubrirse». Las mujeres, ya históricamente excluidas en la participación activa de la celebración, quedan reducidas a menores de edad con la consideración de mero adorno. “El Correo…” habla de la presencia de la mujer

zamorana «con recato de modestia y sobre todo, mostrándose españolísima. Nunca vimos tanta mantilla española. Eso es saber serlo, y además, como lo aconseja el Caudillo, “con menos carmín” y más piedad. Algunas se desviaron un poquillo, pero… quedáis perdonadas con la penitencia del sonrojo». Sin embargo, será el nacionalcatolicismo el que permita alentar el crecimiento de la Semana Santa con la incorporación de nuevas cofradías.