Opinión

Ternura y esperanza

Me piden que de la vida por ti; y yo la vida te doy, ¿qué, si no?

Una persona con las manos cruzadas

Una persona con las manos cruzadas

Ternura:

La tarde tenía un color gris amarillento y se encogía lentamente dando sus últimos estertores. En la lejanía, se escondía tímidamente como una adolescente enamorada, la gran bola de fuego del universo. Apenas se oía el canturreo trotonero del rio que se arrullaba a sí mismo y se moría en sus orillas.

A mí, se me apretaba la tristeza honda como nunca. Gritaba desde mi alma, tangenciada, buscando gente en el sendero de la vida (¡cuánta nostalgia honda, se me mete dentro, a veces!).

En el orillar del momento, en ese único instante trasnochado, a mi niña de ojos grandes me la trajeron floreciente e inquietantemente solitaria (¡cuántas soledades me debes, hija mía, de mi eterna soledad congénita!)

Venia inquieta y sola; pero soñando (ella lo está siempre); y soñando me cogió la mano, y descubrió la luna real en esa atardecida mi niña de ojos grandes como cielos; y ahora que anda uno tan desesperanzado; ahora que camina uno inmisericordemente , con la creencia obsesiva de que se va perdiendo la ternura, todo ese canto de "mi niña" mirando de reojo el pedazo de luna, gratifico, en ese instante divino, las orillas de mi sendero transitado en soledades.

Descubrió la luna, cuando a hombros, acariciaba mi pelo junto a la fuente del Valle.

Cuando salí del mundo de la fantasía, de mi mundo, y me mezcle con la muchedumbre, nadie me entendió y perdí la razón. Ahora hablo el lenguaje de todos y pienso en la esperanza prendida en mi hijo como tejido de mi propia esperanza

La tarde tenía, ahora ya, un color negro de noche sin suspiros, y mi niña levantaba sus ojos hacia el cielo (adónde si no), y con el dedo índice parecía señalar algo inconcreto e indeciso en el divino cuadro. De pronto, se me puso entre los brazos, y escondiendo su cabeza sobre mi corazón, y sus ojos entre mis manos, me dijo: "ahí arriba hay una estrella grande y me da miedo".

Yo, divina ternura, la apreté fuertemente sobre mí, para que me calara hasta el alma, y le dije: "mi niña, esa estrella grande es la luna".

Cuando bajábamos por la fuente de la Plaza, camino de casa, ella levantaba sus ojos hacia esa estrella grande y los cerraba de inmediato, escondiéndose en mi; había como medio sorpresa y medio miedo en su lance; había como un temor inconcreto, como una esperanza oculta, lejana, distante.

Las soledades de la noche habían cubierto de sombras los caminos que se abren en la gran era del mundo.

Los peregrinos de la vida asolaban como estatuas los rincones de los árboles perdidos.

En el muro de la escuela del pueblo quedó pintado para siempre el reflejo del alma de mi hija colgado del árbol de mi sino.

Esperaza:

Al nacer mi hijo algo toco suavemente mi corazón. Fue como una brisa generada por el viento sereno de septiembre al golpear quedamente los castaños el roble y el álamo.

También algo se me prendió discretamente en la mirada y, suavemente, entendí, un breve guiño de sus ojos.

Y una relajada ternura me invadió.

El manantial de su vida se coló con sumo cuidado, sin ruido apenas, en los riachuelos de mi sentir.

Mientras, en el mundo, se oían gritos y recriminaciones y había confusión de lenguas.

Pero las indefinidas canciones del campanario mío sonaron alegremente y su eco se escucho en el sendero que conduce al final de los tiempos y se perdió en el inconcreto espacio de lo vital.

Durante un tiempo permanecí callado y distraído ante sus algarabías de cuna.

Pero esa pasividad mía era un dejarse atravesar por un montón de células vivas que parecían querer tejer un destino y entrelazarse con los hilos del pensamiento.

Cuando mi hijo comenzó a deambular apoyando su manita en mi mano, la ternura del manantial que no cesa fue ocupando poco a poco cada rincón de mi alma, y también poco a poco, me fui cubriendo todo y me fui haciendo suyo.

Mientras, en el exterior, se seguían matando palabras con silencio. Cuando mi hijo y yo recorrimos juntos los caminos veredas y ríos me fui haciendo él.

Y cuando pudo con la palabra y el entendimiento, pregunto: padre, ¿y dónde está la esperanza?

El canto del cuco descendió por el valle amasando el misterio de la noche y las estrellas aplacaron su brillo en el verde-negro de las casas y quizás alguien respondió, quizás fuera yo, que la esperanza está en el amor.

Cuando salí del mundo de la fantasía, de mi mundo, y me mezcle con la muchedumbre, nadie me entendió y perdí la razón.

Ahora hablo el lenguaje de todos y pienso en la esperanza prendida en mi hijo como tejido de mi propia esperanza.

Catedrático emérito de la Universidad de Alcalá

Suscríbete para seguir leyendo