Tractores en las calles
Se revuelve el campo con una mezcla de cabreo y desesperación. Lo que siempre ha lastrado a Zamora en sus conjunto, la ausencia de horizonte, se ceba también en el sector primario. No son tanto problemas de mercado y rentabilidad, que también, como el no saber qué pasará mañana, qué nuevas normas o catástrofes o imprevistos caerán sobre sus cabezas y explotaciones. No es la última gota la que desborda el vaso sino todo el agua que previamente lo ha ido llenando. Aunque tampoco quiero ir de entendido. Antaño, hace décadas, sí que creía comprender el campo y sus malestares. Vengo de ahí. Mi padre era agricultor, mi familia vivía del campo.
–Vete de aquí. En el campo solo prosperan los intermediarios, que viven en la ciudad –me advertía mi padre.
Pero aquel campo poco o nada tiene que ver con el de ahora. Tras nuestra entrada en la Unión Europea, se me fue haciendo difícil entender a sus representantes cuando hablan de «insumos», de PAC o de trámites burocráticos. Es otra dimensión. El campo del que procedo aún estaba en el arado romano, la tracción animal y la economía de supervivencia. Ahora, visto desde fuera, parece más bien asunto de arriesgados emprendedores, que se funden lo que no tienen en inmenso tractores y máquinas, confiados en que el futuro es certeza porque no hay nada mas cierto que la necesidad global de alimentos. Y sin embargo, se han topado con el signo más característicos de estos tiempos, convulsos y desnortados: los mercados, o sea, los intermediarios, también se han vuelto globales y les da lo mismo comprar remolacha en nuestros pueblos o traerla de las antípodas, siempre que el beneficio sea mayor. Lo cual es la más contrastada forma de arruinar a quienes no forman parte del aún más temible conglomerado de la agroindustria, que es el gran capital jugando a forrarse con nuestras necesidades más básicas de alimentación.
Mucho me temo que el problema no sea la UE, ni sus regulaciones, ni el intento de salvar lo que queda de nuestro medio ambiente, también llamado campo. El problema es eso que llaman los mercados globales, precisamente porque apenas hay regulación y los poderosos hacen lo que les viene en gana, lo que los forra aún más, caiga quien caiga y le pase al mundo lo que le pase. La solución, de haberla, viene justo por lo contrario de lo que algunos demandan: menos pesticidas que nos envenenan el agua y esterilizan la tierra, menos importaciones y exportaciones para evitar más contaminación del aire que respiramos, más consumo de lo propio y lo cercano; y protección absoluta de quienes nos garantizan la comida, que no son precisamente los que viven en las antípodas o al otro lado de mares y océanos.
Un gran abrazo a nuestras gentes del campo.
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