Zamoreando

Va de timos

Salvo que sea de un teléfono amigo, no devuelvo ya ni una llamada perdida

Dos chicas jóvenes miran sus móviles

Dos chicas jóvenes miran sus móviles

Carmen Ferreras

Carmen Ferreras

Los teléfonos móviles se han convertido en importantes aliados de los timadores. No pasa un solo día sin que nos lo intenten colar por WhatsApp, por SMS o a través de una llamada directa. Y una está hasta el moño y un poco más arriba de que invadan mi intimidad. No sé a santo de qué se ha arbitrado eso que se llama "protección de datos" si todo quisque accede a la privacidad de todo quisque sin problema alguno. Me da coraje que me pregunten si pueden dar mi número porque, una que tiene el sí muy fácil, acaba convirtiéndose en víctima propiciatoria del interesado o interesada.

El teléfono para recordar a los amigos y a las personas que quieres, para asuntos de trabajo y para comunicaciones que no excedan lo razonable, lo demás es un incordio, sobre todo cuando el tiempo escasea. No sé si procede del norte, del sur, de oriente o de occidente un mensaje de SMS que se repite con cierta asiduidad en mi teléfono. Aparentemente el remitente es el INSS, sólo que servidora no ha solicitado baja alguna por paternidad y así sucesivamente un largo rosario de misterios incordiadores, que pasan por la concesión de una paga.

No puedo contarle más porque no he llegado a abrir ningún mensaje. Es lo que me permite leer en primea instancia sin tener que darle a la tecla. Evidentemente me puse en contacto con nuestra flamante Policía Nacional a la que felicito de corazón por su bicentenario que celebraban el pasado sábado en una hermosa ceremonia, para que, simplemente me confirmaran que no lo abriera porque se trataba de un timo.

Nuestro periódico también daba cuenta el otro día del timo de la llamada perdida. Llamada que nunca hay que devolver porque la broma puede salir por un ojo de la cara. Estamos a merced de los timadores que se han instalado por todo el mundo, especialmente en el continente africano de donde proceden el mayor número de timos. Nigeria, Ghana y Costa de Marfil se llevan la palma, sin olvidarnos de algunos países del este europeo e Hispanoamérica.

Salvo que provenga de un teléfono amigo, no devuelvo ya ni una llamada perdida. Vaya usted a saber quién se esconde detrás de un número que ni me suena. Lo que no entiendo es cómo podemos ser tan confiados para dejarnos meter timos que se ven venir a la legua. No todos, claro. Creo que la curiosidad es aliada de este tipo de situaciones. Sería bueno e higiénico que las instituciones que son suplantadas lanzaran avisos o hicieran lo indecible por evitar estas situaciones engorrosas. Siempre hay alguien que cae en esta tupida maraña con el consiguiente quebranto para su economía. No están las cosas para perder tontamente el dinero. Un poquito de ayuda no vendría mal.

Sé que Policía y Guardia Civil trabajan denodadamente en ello, pero es insuficiente. Se deberían arbitrar medidas más contundentes. Lo que sí pone de manifiesto la procedencia de estos timos es que la picaresca no es monopolio de España. Aunque la picaresca, por lo menos la española es otra cosa bien distinta. Lo que ahora sucede es producto de mafias organizadas, delincuencia pura y dura a la que no hay que hacerle el juego.

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