Siete días y un deseo

¿Derechos humanos?

Declaración es, en muchas ocasiones, un cúmulo de bonitas palabras

Asamblea General de la ONU.

Asamblea General de la ONU.

José Manuel del Barrio

José Manuel del Barrio

El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Por tanto, al mismo tiempo que hoy celebramos su aprobación, constatamos también que el incumplimiento de la Declaración es el pan nuestro de cada día. Sólo tienen que leer el texto (un preámbulo y 30 artículos) para comprobarlo. En mis clases de la Universidad de Salamanca y, en algunas ocasiones, en otros eventos (conferencias, jornadas, talleres, etc.) suelo realizar un juego de simulación para confirmar que la citada Declaración es, en muchas ocasiones, un cúmulo de bonitas palabras. ¿Que cómo lo acredito? Muy fácilmente: leo el artículo 1 ("Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternamente los unos con los otros") y pregunto que si están de acuerdo con su contenido. Y lo habitual es que todas las personas levanten la mano diciendo que sí. Pero ahí no finaliza la prueba.

A renglón seguido, propongo a la audiencia el siguiente ejemplo, que ahora comparto con ustedes. Es muy sencillo: imaginen el nacimiento de dos bebés, que llegan al mundo el mismo día y a la misma hora. Sin ninguna información adicional, lo lógico sería deducir que el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se cumple a rajatabla. Sin embargo, sabemos que casi nunca es así. Supongamos que esos dos chavales son el hijo de un obrero de la construcción y el nieto de la duquesa de Alba. Y les recuerdo que han nacido el mismo día y a la misma hora. Pues bien, ¿ustedes creen ahora que el artículo 1 de la Declaración se cumple del mismo modo con las dos criaturas, es decir, que han nacido libres e iguales en dignidad y derechos? No hay que ser muy avispado para llegar a una conclusión obvia: evidentemente no. ¿Y eso? Porque mientras que uno ha nacido en una familia de clase trabajadora, el otro ha aterrizado en una familia con unos recursos de la leche. Y, por tanto, el camino ya está marcado.

Ya sé que ahora saldrán a la palestra quienes defienden que, si se lo propone, el hijo del obrero de la construcción puede llegar tan lejos como el otro. Que solo tiene que esforzarse, currar y ya está. Y al decirlo con estas palabras, se quedan tan panchos. Yo lo he escuchado en cientos de ocasiones. Y lo curioso es que muchas de esas personas habían levantado la mano y, por tanto, mostrado su acuerdo con el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pues bien, lo uno es incompatible con lo otro. Si dos criaturas nacen el mismo día y a la misma hora y una de ellas aterriza en una familia humilde y la otra lo hace en un hogar con todos los recursos habidos y por haber, es una muestra de que el artículo 1 no se está cumpliendo. Por tanto, desde el minuto uno, la vida es desigual para muchísimas personas. ¿Y esta situación es justa o injusta? Porque esa es la cuestión. Recuerden, por favor, el ejemplo: dos chavales aterrizan en la casa común, llamada Tierra, el mismo día y a la misma hora.

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