La quimera de la Ruta de la Plata
Se dice que un pesimista es un optimista con experiencia. No nos consideramos pesimistas, nos gusta saber dónde pisamos. Hace unos años (1972-75) una parte de nuestro trabajo discurría en La Ruta de la Plata, trayecto Salamanca-Astorga. Entonces la industria florecía, los pueblos estaban vivos con una población estable. Si la gestión de esta vía hubiera sido privada hubiera sido cerrada en un suspiro. Era deficitaria, desastrosa, desde el primer carretillo de balasto hasta la última traviesa.
Sostenía dos ferrobuses y un tren rápido (Ter o Talgo) Gijón–Sevilla, funcionaba a menos de la mitad de rendimiento pues el trazado, ya obsoleto, no podía soportar la velocidad. El tren de Salamanca (Zamora, Benavente, La Bañeza, Astorga) tenía asignada la conducción postal. La llegada a la tarde era para llorar; maquinista, revisor, pareja de la Guardia Civil, pareja de ambulantes de Correos, alguna vez un soldadico con pase de permiso y, si acaso, un ferroviario con kilométrico gratuito… La salida por la mañana era similar, solo que el quinto a esa hora no podía salir del cuartel. La misma Renfe hacía los envíos de interior a La Bañeza por carretera.
Es admirable la buena fe de las gentes a las que el político de turno cada vez que busca votos, les tapa los ojos y les vende humo, humo de una hoguera que hace mucho que se extinguió.
F. Mario Santos
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