El calendario

Los almanaques de la Asociación de Pintores con la Boca y con el Pie son auténticas obras de arte

Calendario

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Luis M. Esteban

Luis M. Esteban

Desde hace más de treinta años el único calendario que ha estado presente en mi casa, haya sido esta una u otra, que mis mudanzas forman ya parte de mi propia existencia, ha sido el de la Asociación de Pintores con la Boca y con el Pie, y no por caridad, o altruismo, sino porque sus calendarios son auténticas obras de arte, aunque sean tan perecederas como los días que tiene cada mes y mueran cada último día para renacer en el primer día del mes siguiente. Y esa es su magia y su grandeza.

Quizás no nos hayamos parado a pensar nunca en lo que implica arrancar una hoja del calendario, sea este una obra de arte, o un soso y publicitario regalo de un banco o cualquier otra entidad. Cada hoja segada no es solo un hecho irrefutable del paso del tiempo, sino que es también un arrojar a la basura todo lo pensado y soñado cuando en el primer café antes de amanecer, como es mi caso, te das cuenta de que un mes ha concluido y hay que poner la hoja que marca el día uno del siguiente, con sus veintiocho, treinta, o treinta y un días, según el mes que toque, que vaya capricho, y que empieza justo en ese café casi de duermevela desplegando todo un mundo de posibilidades.

Supongo que para la mayoría se trata de un hecho mecánico arrancar una hoja del calendario y visualizar que es otro mes. Con absoluto respeto, pero también con absoluta sinceridad, lo siento por ellos y mucho. Lo lamento de manera casi trágica, e insisto en mi más profundo respeto, porque estarán limitándose a pasar el tiempo, de ahí que tirar una hoja del calendario no tenga más significado ni implicación que tirar un kleenex, o una hoja de papel higiénico. Se acabó y fin, a otra cosa. Allá ellos, que ni soy misionero, ni siquiera creo que tenga razón.

Cada fin de mes, justo al amanecer del siguiente, arrancar la hoja del calendario y ver la nueva del mes que se despereza a mis horas tan intempestivas es un ritual para mí, porque en ese mismo instante muero y renazco, no como el ave Fénix, que sería más que pretencioso, sino simplemente como un humano para quien el tiempo no es un mero pasar hojas en el calendario, sino una invitación, casi un imperativo acuciante y lacerante de vivir cada día como si fuese el último que toca vivir, porque ahí está la magia de levantarse cada día, mi magia, mi ser yo

Sin embargo, sí que para algunos, entre los que me encuentro, cambiar la hoja del calendario es un ritual. Metódicamente, nunca arranco la hoja de un mes hasta el amanecer del inicio del siguiente, siempre con mi primer café, mucho antes de que amanezca, demasiado antes, y mi primer cigarro, ese que cada noche me he juramentado no encender y que, no obstante, saboreo con drogadicta delectación; justo ahí cambio la hoja del mes, con la puntualidad británica de la hora del té pese a mi anarquía vital.

Difícil se me hace pensar que muchos de quienes hayan leído hasta aquí no piensen que esto es una rutina, una manía como otras tantas que me apuntan quienes me conocen y, los menos benévolos, quizás hasta con un tanto de mala leche, consideren que es una gilipollez de las muchas que nos circundan y que no pocos también cada día me recuerdan que tengo.

Asumo todas sus opiniones, porque, a fin de cuentas, quienes escribimos y publicamos, empresa esta nada fácil, estamos expuestos al juicio sumarísimo de quienes nos leen y, como eso lleva su tiempo, son los lectores jueces sumarísimos para sacarnos por la puerta grande, abuchearnos hasta quedar roncos, o condenarnos a lo peor para un escritor: no volver a leernos en la vida, que es nuestra muerte, porque deja nuestro oficio sin clientes, así que a echar el cierre y sin ERTE que nos ampare.

Escribir, como vivir, es un riesgo, así que asumidas quedan las críticas. Pero quiero recalcar que he hablado del ritual de arrancar una hoja del calendario y no de la rutina, que no es lo mismo.

La rutina, aunque necesaria más de una vez, porque somos animales de costumbres y hasta gregarios, es algo repetido de manera mecánica, sin prestarle la menor atención; se hace porque siempre la hacemos. Lavarnos los dientes, ducharnos, maquillarnos, o afeitarnos lo repetimos casi de manera inconsciente y sin más ceremonial ni trascendencia. Total, si un día no lo hacemos no pasa absolutamente nada. Y así, como una rutina, muchos cambian las hojas del calendario.

Pero yo he hablado de ritual, mi ritual, y no de rutina. El ritual tiene un componente cosmogónico, trascendente y espiritual. El rito es el culto a algo que es nuestra propia esencia y lo que más nos distancia de nuestros hermanos los animales, porque el rito es volcar nuestra alma, nuestro yo más esencial y hasta lo que nos diferencia del resto de humanos en algo. Y ese es mi rito al arrancar una hoja del calendario. Porque cuando antes del amanecer lanzo a la basura (quizás debiera empezar a guardar las obras de arte de la Asociación arriba mencionada) la hoja del mes acabado, con ella van todos los sueños, anhelos e ilusiones no cumplidos cuando otro amanecer desplegué su día uno pletórico, expectante e ilusionante. Pero a la par aparece una nueva hoja, un nuevo día uno, y todas las expectativas inmaculadas y radiantes. Es la nueva hoja la que me invita a forjar nuevos sueños y a perseguir los que yacen incumplidos en una miserable bolsa de basura grisácea. Miserable por mucho que esté perfumada.

Por eso, cada fin de mes, justo al amanecer del siguiente, arrancar la hoja del calendario y ver la nueva del mes que se despereza a mis horas tan intempestivas es un ritual para mí, porque en ese mismo instante muero y renazco, no como el ave Fénix, que sería más que pretencioso, sino simplemente como un humano para quien el tiempo no es un mero pasar hojas en el calendario, sino una invitación, casi un imperativo acuciante y lacerante de vivir cada día como si fuese el último que toca vivir, porque ahí está la magia de levantarse cada día, mi magia, mi ser yo.

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