En verano a alguna política se le ha calentado la sesera

La señora ministra en funciones pretende que los diputados hablen euskera, catalán y gallego

La líder de Sumar, Yolanda Díaz.

La líder de Sumar, Yolanda Díaz. / EFE

Agustín Ferrero

Agustín Ferrero

Como éramos pocos parió la abuela. Viene a resultar que una de las políticas que parecía tener sentido común, la ministra de Trabajo, ahora en funciones, va y suelta una perla sobre un tema sobre el que nadie le había preguntado. Y además lo dice con rotundidad, sin dar pie a que lo que ella plantea acepte ser debatido. Ni más, ni menos, que en el Congreso de los Diputados se hablen idiomas que afectan a determinadas comunidades autónomas. Así los diputados vascos hablarían en euskera, los catalanes en catalán y los gallegos en gallego. Claro, siempre y cuando sepan hablarlo y escribirlo, que es mucho suponer. Algunos diputados estarán rezando porque tal propuesta no continúe adelante, porque les podría poner en evidencia con respecto a algunos de sus votantes, al dejar constancia de que solo saben hablar español, o castellano, como ustedes prefieran.

Si los datos publicados en varios medios llegan a ser correctos, vendría a resultar que solo el 40% de los vascos hablarían euskera, el 18% como primer idioma. Así que, en el mejor de los casos, el 60% de los vascos se quedaría sin saber lo que estuvieran diciendo sus representantes en la cámara baja. Ellos, y obviamente el resto de los españoles.

Con respecto al catalán, decir que el 65% de los catalanes lo sabría leer y escribir, y que solo el 32 % lo usaría como primer idioma. Así que un buen porcentaje de catalanes, el 35%, más o menos, se quedaría a dos velas cuando sus diputados hablaran en el Congreso.

Si estos porcentajes los transformáramos en cifras, habida cuenta que hay 2,2 millones de vascos y que lo habla el 40% de la población, habría 0,9 millones que se enterarían, y 1,3 millones que no podrían hacerlo, además de los cuarenta y siete millones de españoles restantes.

En Cataluña con 7,6 millones de habitantes, a 5 millones de ellos les vendría bien lo de hablar en catalán, pero a los cuarenta millones de españoles restantes no tanto, incluidos los 2,6 millones de catalanes que no hablan ese idioma.

En Galicia, de sus 3 millones de habitantes hablarían gallego la mitad y un 20% lo utilizaría como primer idioma. Así que 1,5 millones de gallegos seguirían sin problemas las actuaciones de sus representantes en el Congreso, y 46 millones de españoles, incluidos 1,5 millones de gallegos nos aburriríamos intentando entenderlos.

Hasta hace poco tiempo se daba por hecho que los idiomas eran unas herramientas que servían para que los seres humanos pudiéramos comunicarnos, y no para impedir que pudiéramos hacerlo. De hecho, en su día alguien inventó un idioma universal denominado “esperanto” con la idea de que todos los hombres, con independencia de su nacionalidad e idioma, pudiéramos comunicarnos. Fue ideado en 1887 por un oftalmólogo polaco, y según dicen, es el idioma más fácil de ser aprendido. Cierto que no ha dado el resultado apetecido, pero de eso a poner dificultades al entendimiento entre las gentes existe algo más que un paso.

Ya sabemos que se puede utilizar la traducción simultánea, y los subtítulos, para seguir los discursos. Pero también sabemos que son un engorro, y que en el caso que nos ocupa resultarían innecesarios, puesto que todos los diputados hablan, escriben y entienden el español. Además, cuesta una pasta gansa implantarlo, porque los traductores, como cualquiera otros trabajadores, tienen la fea costumbre de cobrar por su trabajo; y los equipos de comunicación necesarios, para que los señores diputados pudieran seguir los discursos, no llegarían volando a la Cámara desde las empresas que se dedican a la cosa del sonido. El equipo de traductores tendría que ser como mínimo de doce personas, dos equipos de seis, ya que se trata de combinaciones de cuatro elementos tomados de dos en dos, y otros tantos para los que registran por escrito lo que allí se dice, o sea, para los estenógrafos. También podrían irse preparando las redacciones de los medios de comunicación para ir traduciendo a cuatro bandas lo que lleguen a hablar sus señorías.

Pero claro, a los políticos y a las políticas, esas cosas no parecen importarles demasiado, porque lo que persiguen es posicionarse con respecto a sus intereses personales o como mucho con los de su grupo político.

Hay algo que ayuda a interpretar mejor lo que dice la gente, y eso es la gestuación simultánea a la pronunciación de las palabras, y eso se perdería. Cualquiera puede experimentarlo, simplemente con asistir a una representación teatral en otro idioma. Comprobará que los subtítulos no solo llegan a distraer, sino que, al ir algo desfasados en el tiempo, con respecto a lo que va diciendo el actor, dificulta valorar la interpretación. Y el Congreso, al fin y al cabo, es un gran teatro donde, en el escenario del hemiciclo, los actores interpretan unos textos que le han sido escritos. Y para más inri, en general, no se trata de buenos actores, algunos incluso son pésimos, ya que más de una vez se trabucan, se confunden o se olvidan del texto.

Ahora, la señora ministra en funciones pretende que sus señorías hablen en unos idiomas poco o nada comprensibles para gran parte del elenco y de los millones de espectadores del conjunto del país. Parece haber perdido parte del sentido común que le caracterizaba. Debe de ser que la acción de la calor nos calienta a todos la sesera, y la ministra no iba a ser una excepción. A ver si se pasa el verano y a la clase política le da por proponer cosas de interés para las mayorías, que ya va siendo hora.

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