Los burros que no eran Platero

Como sus propios amos, cuando había escasez, padecían sus mismas penurias

Un burro en una imagen de archivo

Un burro en una imagen de archivo / L.O.Z.

Gerardo González Calvo

En el pueblo alistano de San Vitero la asociación ASZAL (Asociación Nacional de Criaderos de Raza Asnal), en colaboración con la Diputación de Zamora, organiza todos los años por estas fechas una Exposición monográfica de la raza zamorano-leonesa y una subasta de buches. Tiene un éxito notable. Gracias a esta subasta, hoy se pasean por varios países europeos estos burros peludos que compiten en garbo con el inefable Platero, idealizado con prosa poética por Juan Ramón Jiménez. Existe una edición de Platero y yo, publicada en español en París en 1953 e ilustrada por el escultor zamorano Baltasar Lobo, que el poeta de Moguer los consideró “encantadores”. La Diputación de Zamora hizo una oportuna y esmerada edición facsímil en 2003.

No eran esos burros de la raza zamorano-leonesa los más comunes en los pueblos castellano-leoneses para realizar las tareas agrícolas. Solían ser cruces de garañón con grandes burras. Sí tenían nombre propio como Platero, pero no acariciaban con su hocico las florecillas tiernas, ni comían mariposas blancas. Acero sí tenían, pero no plata de luna cuando volvían del campo al atardecer, ni cuando los enganchaban al carro a las tres de la mañana para acarrear la mies, ni cuando después los acoplaban al trillo para separar lentamente el grano de la paja y para finalizar la tarea con la cambiza para montar la parva.

Cuando los veo tan campantes y bien considerados en una finca que hay entre Monfarracinos y Zamora me pregunto si no tendrán que hacer algo similar con quienes viven en unos pueblos que se van quedando sin habitantes

Tampoco tenían médico como el humanizado Platero, sino veterinario para remediar el torzón y otros achaques, herrero para extirpar el haba con un afilado cucharón al rojo después de poner un acial en la boca, herrador para perfilar sus pezuñas y hasta un amo mañoso cuando se lesionaba una pata: la curaba con ceniza y raíz de cañaherla hervida en un litro de vino y aplicaba el ungüento a la parte dolorida; usaba también raíces de arzolla para cicatrizar las mataduras y las heridas producidas en la arada por alguna reja. Estos remedios los aprendieron de Paco El gitano, que vivía en Manganeses de la Lampreana y era el indiscutible rey de la feria de ganado en este pueblo. Se conocía popularmente el 28, porque se celebraba ese día de cada mes, como el 12 en Zamora.

Los esquiladores cortaban las pelambreras de los burros a veces al cero desde la barriga hasta los lomos. Otras trazaban con tijeras de mano simétricas filigranas en la grupa, imitando algún artesonado que vieron en alguna iglesia.

Casi todos los burros estaban castrados, como los bueyes de labor. Era una operación propia de los capadores, que estrujaban sus testículos a base de fuerza. Sin embargo, esos mismos capadores castraban los marranos haciendo con una cuchilla una incisión en el escroto para extraer las criadillas, lo mismo que se hace ahora con burros, toros y caballos. Ya no son capadores, sino veterinarios los que realizan esta labor con instrumental adecuado y acorde con el buen trato que merecen los animales.

Tenían algunos burros la docilidad de los castrados, pero rebuznaban con brío cuando pastaban sin manea en praderas ubérrimas o cuando se solazaban sobre la tierra blanda con revolcones audaces y el amo aseguraba al que pasaba por allí: “ya tiene pa otro tanto”.

Eran recios y nobles estos burros de antaño, como sus propios amos. Cuando había escasez, padecían sus mismas penurias: los dueños de aceite y de carne; los burros de cebada molida o a granel.

Por lo general, antaño el trato en los pueblos a los animales, tanto si eran burros como bueyes, perros, gatos, palomas o gorriones distraídos era poco considerado y en ocasiones bárbaro, si se compara con las normativas actuales sobre el bienestar animal. Hace ya muchos años se prohibió el uso de ballestas -en Pajares se llaman picapanes- para cazar pájaros, tordos y palomas. No se hacía por capricho, sino para comerlos, porque escaseaba la carne en la pitanza cotidiana.

Actualmente, quedan muy pocos burros en los pueblos de Zamora, porque la mecanización del campo los hizo innecesarios para las tareas agrícolas. Perduran algunos ejemplares de la raza zamorana-leonesa porque gozan de protección oficial para evitar su extinción. Cuando los veo tan campantes y bien considerados en una finca que hay entre Monfarracinos y Zamora me pregunto si no tendrán que hacer algo similar con quienes viven en unos pueblos que se van quedando sin habitantes.

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