¿Fanatismo futbolero o racismo?

La impunidad de unos cuantos impresentables es lo que viene prevaleciendo

Público y jugadores en un estadio

Público y jugadores en un estadio / Luis Ramírez

Agustín Ferrero

Agustín Ferrero

Cuando un grupo de fanáticos del fútbol, más o menos numeroso, insulta a algún jugador haciendo mención al color de su piel, no cabe duda que se está comportando con tintes racistas. Lo hacen a jugadores de equipos contrarios al suyo, al que defienden por encima de todo. Paradójicamente, se da la circunstancia de que, en ese equipo al que ellos aman, también hay jugadores con el mismo color de piel que aquellos a los que insultan. Pero a los de su equipo no solo no los agravian, sino que los alientan y defienden, y disfrutan con ellos, especialmente cuando alguno marca un gol en la portería contraria. Entonces, ¿de qué se trata? ¿De una exaltación del fanatismo al que le llevan los colores de su club o de un exacerbado menosprecio hacia quienes no son como ellos? ¿O quizás a una combinación de ambas posibilidades?

Sea cual sea la verdadera razón, lo cierto es que este tipo de reacciones son del todo reprobables, y cualquier ciudadano de bien preferiría que no llegaran a producirse. Pero nadie puede evitar que, en un lugar de máxima concentración de gente, cual es un estadio de fútbol, donde se juntan miles de personas, haya desaprensivos que vayan a descargar sus traumas o sus fracasos, soltando barbaridades a los protagonistas del evento. Tan cierto que no puede evitarse, como que, con los medios técnicos de los que disponen los grandes clubs, poniendo más interés en ello, podrían localizarse a esos energúmenos para ponerlos a disposición de la justicia. Quizás sea esa la única forma de combatir tal lacra, pero, hasta el momento, la impunidad de esos impresentables es lo que viene prevaleciendo.

La divulgación de tales comportamientos solamente se pone de manifiesto en los medios de comunicación cuando se trata de jugadores que militan en grandes clubes

La divulgación de tales comportamientos solamente se pone de manifiesto en los medios de comunicación cuando se trata de jugadores que militan en grandes clubes, no tanto porque los hechos tengan carácter racista, sino porque se trata de futbolistas conocidos que ayudan a vender periódicos u horas de radio o televisión. Jamás se ha oído narrar hechos de esta índole sucedidos en campos de categorías menores, teniendo como protagonistas a jugadores desconocidos, aunque lleguen a suceder tales comportamientos en la misma o similar proporción que en los grandes estadios. Pero es que esto otro no vende.

Ahora existe una campaña en aras a defender a un determinado jugador de un gran club, al que le insultan por su color de piel. Pero, sorprendentemente, en lo que más incide la campaña mediática, no es precisamente en los insultos que recibe, sino en los duros marcajes a los que se ve sometido el jugador por parte de algunos futbolistas de los equipos contrarios. Pero se da la circunstancia que esos duros marcajes, a diferencia de las manifestaciones racistas, son tan antiguos como el propio fútbol. Sucede desde tiempo inmemorial. Se hacen a determinados jugadores que destacan por su habilidad o mérito. Nunca se ha dado publicidad cuando se ha tratado de jugadores que pertenecían a equipos que no fueran de relumbrón. No hay por qué hacer tratamientos diferentes en función de la categoría, sino de lo que dice el “Reglamento”. Para todos los practicantes de este deporte existen las mismas normas, y son los árbitros los que se encargan de interpretarlas y aplicarlas, lo que permite que quienes se lo salten sean amonestados o expulsados. De ahí que, dentro de unos límites razonables tales situaciones son fácilmente controlables.

Hace poco tiempo sucedió un caso similar con otro jugador de la misma nacionalidad que al que ahora se pide protección. Pertenecía al equipo rival por antonomasia. Pero, en aquel caso, los mismos informadores que ahora se rasgan las vestiduras elevando al jugador a la categoría de mártir, entonces argüían que aquel otro se quejaba en demasía, era muy polemista y disfrutaba burlándose de los contrarios, lo que daba pie a que se produjeran aquellos hechos. Para aquel jugador, quizás, incluso, más espectacular que el del caso que nos ocupa, el tratamiento informativo fue otro muy distinto.

Y es que muchos informadores deportivos (mayormente opinadores) se ponen la camiseta de determinado club y hablan en la primera persona del plural, diciendo “nosotros” al informar de ese equipo, y por eso pasan estas cosas. No son pocos los informadores deportivos que hacen esto, y no precisamente informadores locales, sino de alcance nacional los que son más parciales que un abuelo cuando le da por hablar de su nieto. Así está montado este circo. Es tan descarada la falta de ecuanimidad de sus relatos que cualquier programa deportivo debería llevar sobreimpresionado (Al igual que lo hacen los medios escritos) el letrero de “Publicidad”, porque de eso parece que se trata, de hacer publicidad de determinados clubes, desacreditando a otros.

Nos encontramos pues en una indeseada situación que consiste en tener que comulgar en Barcelona con las bondades del “Barça” y las maldades del “Real Madrid”. Y en Madrid, justo lo contrario, con el agravante de que las informaciones que se ofrecen desde la capital de España llegan a todo el país. Son tan torticeras que lo único cierto en ellas son el resultado y las alineaciones. Menos mal que ahora podemos ver los partidos que nos gustan, y revisar las jugadas que nos apetece. Ello nos permite juzgar por nosotros mismos y no hacer caso de lo que unos cuantos se empeñan en manipular

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