Desde los Tres Árboles

En torno a los Caballeros Cubicularios. Soliloquio

Personalismos y algún ego desmedido parecen estar detrás del embrollo, pero sea como fuere esa es otra historia

FIRMA CABALLEROS CUBICULARIOS Y VENERACION DE LA RELIQUIA DE SAN ILDEFONSO

FIRMA CABALLEROS CUBICULARIOS Y VENERACION DE LA RELIQUIA DE SAN ILDEFONSO / EMILIO FRAILE

Eduardo Ríos

Eduardo Ríos

No necesito forzar demasiado la memoria para recordar con todo detalle la noche en que de la mano de mi padre me encontré a las puertas del monasterio. Sucedió en Tarazona, la tierra que me vio nacer.

Tenía yo quince años, más o menos tu edad, Licio, y cuando mi progenitor agarró la aldaba y golpeó el portón tuve el presentimiento de que aquél era el lugar soñado para encontrar la perfección contenida en los cuatro Evangelios y que sería allí, en la soledad conventual, donde pasaría el resto de mi vida practicando pobreza, obediencia y castidad. Poco podía imaginar, temblando de impaciencia en el zaguán mientras llegaba el señor abad, el largo camino que la Divina Providencia me había dado recorrer.

Ha pasado ya un milenio y algo más de un siglo desde que nuestro Señor Jesucristo honrara a este pecador con la dignidad de obispo de Zamora, el primero que tuvo aquella bendita tierra, pero lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Y es que, desde el primer momento la ciudad me acogió con un afecto que ni en el más dulce de los sueños hubiese podido imaginar, como un hijo a quien hacía tiempo se esperara.

Desde hace un tiempo existe una minoría dentro de la esforzada cofradía que ha hecho dejación de las obligaciones a las que por su condición está obligada. ¡Tanto es así que ha merecido, incluso, la reprobación del señor obispo!

Conocido mi nombramiento, los zamoranos se entregaron a una actividad frenética por adecentar la ciudad. Se remozó la alhóndiga, se empedraron calles, se desbrozaron caminos, se reforzaron arcadas y atarjeas y, sabedores de mi origen, se plantaron hayas y pinos que recordasen las arboladas que crecen en las faldas del Moncayo. Pero no sólo eso, por mi solaz trajeron un pellejo de vino, y mantas de lana virgen de oveja por protegerme del frío. Se volcaron conmigo, Licio, que nada merezco y que como bien sabes ni lecho necesito para el descanso. Habían aguardado durante mucho tiempo mi llegada y de ahí el desvelo de las gentes porque me sintiese como en casa. Yo, por mi parte, me puse en manos de Dios Padre todopoderoso y procuré corresponder como mejor supe.

En los casi dieciséis años que duró mi obispado en Zamora, en todo momento tuve presente mi condición de siervo. Nunca olvidé el mandato divino, ¡jamás!, y por eso entre príncipe o pastor opté siempre por la majada. Así entendí el mensaje evangélico, Licio, y en esa labor, sentando en mi mesa al hambriento y limpiando llagas y heridas, me hice viejo. Sin embargo, no fue tarea fácil, créeme.

Comencé la prelatura enfrentándome a ciertos clérigos que hacían malsana interpretación de los Evangelios y las Sagradas Escrituras olvidando que la vocación primera de la Iglesia es asistir a los afligidos. Esto provocó el rechazo de quienes se veían privados de sus prebendas y durante un tiempo tuve que soportar descalificaciones y críticas despiadadas…Pero, ¿por qué no dices nada, Licio?... ¡Licio! ¿Estás dormido?

- “No, no. Le escucho atentamente, señor Atilano”.

¡Bien! ¡Atiende y verás!... Sucede que paso las horas rogando al Altísimo porque el desvelo de los zamoranos a favor de los más necesitados se perpetúe a través de los siglos, es algo que me obsesiona. Eso y la ejemplaridad, Licio, por eso me duele sobremanera la conducta de ciertos caballeros de La Real, muy Antigua e Ilustre Cofradía de Caballeros Cubicularios de Zamora, esa que custodia mis restos mortales junto a los de Ildefonso. Y es que, existe una minoría dentro de la esforzada cofradía que ha hecho dejación de las obligaciones a las que por su condición está obligada. ¡Tanto es así que ha merecido, incluso, la reprobación del señor obispo!

Según LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA del pasado día 26 de enero, el prelado, haciendo uso de sus facultades como presidente que es de la Cofradía y tratando de reconducir la situación, se ha visto obligado a tomar medidas drásticas firmando nuevos estatutos y cesando de manera fulminante al Consejo Capitular, cuyos miembros, por cierto, no podrán presentarse como candidatos a futuros Consejos… ¿Que cómo se ha llegado a esta situación, dices? Personalismos y algún ego desmedido parecen estar detrás del embrollo, pero sea como fuere ésa es otra historia, Licio. Tiempo habrá de contarla.

Ahora vamos a descansar, es tarde y la noche ya está alta. Intentaré dormir, que no es fácil con tanto sobresalto... ¡ Anda, apaga el pabilo!... Buenas noches, Licio, y que Dios te guarde.

-“Buenas noches y que Dios le guarde, señor Atilano”.

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