Por una nueva Zamora

Que las luces del amor y la tolerancia nos enseñen a creer en nosotros mismos

Imagen aérea de Zamora

Imagen aérea de Zamora / EMILIO FRAILE

Marisol López

Marisol López

Adviento es el primer período litúrgico del calendario cristiano, el que antecede a la Navidad. Es tiempo de “esperanza vigilante”, como la que mantenemos después de un año (otro más) en el que, a menudo, han pesado más los motivos para la desesperación que la ilusión por el nuevo comienzo que marcan las fechas navideñas.

La tradición manda que, durante el Adviento, se coloque en las iglesias y en los hogares una corona de ramas de pino con cuatro velas, una por cada domingo que comprende las fechas, distintas en cada una de las religiones cristianas. Esta vez, las llamas no son el preludio de catástrofe alguna, no prenderán más luz que la que muestra el camino frente a la desolación. Y solo arderá la amargura que tiñe aún de luto nuestras tierras devastadas, las vidas arrebatadas.

Según esa tradición, a cada una de esas cuatro velas se le asigna una virtud: la primera, el amor; la segunda, la paz; la tercera, la tolerancia y la cuarta, la fe. Y en cada semana en la que se prende el pabilo hay que esforzarse para mejorar cada una de esas virtudes que vienen a ser las bases universales de la convivencia que tan a menudo despreciamos, sea o no Navidad.

Virtudes tan frágiles como la diminuta llama de la vela, sensible a cualquier brisa capaz de apagarla hasta sumirnos en la más completa oscuridad. Pongámoslas al abrigo de la reflexión ahora que llega el momento de decir adiós a otro año para olvidar. Y aunque será difícil arrinconar el dolor, la misma naturaleza nos reclama que prestemos atención al reverdecer de los campos y dejemos atrás la tierra quemada que aún nos desgarra.

Primera vela: el amor. De Aristóteles a Ortega y Gasset, el amor ha ocupado profundos y sesudos debates entre los filósofos o los psicólogos, con Freud a la cabeza. A lo largo de los siglos se ha impuesto como concepto casi único el amor romántico, de pareja, frente al sentimiento fraternal y universal que debatían los griegos. Será por ello que, como decía María Zambrano, el amor ha ido más por los derroteros literarios, ligados a la emoción, que por los filosóficos de la razón.

Solemos utilizar una expresión que resume, sin embargo, la verdadera esencia de la virtud. Cuando decimos “al amor de la lumbre”, reclamamos el abrigo frente al frío exterior pero, sobre todo, al que hiela nuestro interior. Qué casualidad que un elemento tan típico y tópico como la manta zamorana se use tan a menudo para simbolizar el significado más profundo del amor. Hasta una conocida marca de embutidos lo utiliza en su spot navideño como legado para un mundo hostil, aunque yo prefiera la metáfora que leí una vez a la gran Rosa Montero. Entrevistaba la periodista al actor Harrison Ford cuya mirada “abriga más que una manta zamorana”. Pocas veces se podrá ser tan exacto a la hora de describir la calidez y atractivo que desprende, en este caso, toda una estrella de Hollywood. Y qué ocasión impagable de marketing para la provincia.

Segunda vela: la paz. A menos de 3.000 kilómetros de nuestra vida rutinaria, cuando hay pan, ir a buscarlo supone jugarte la vida entre misiles y balas. Muchos ucranianos pasan estos días en pueblos y ciudades de Zamora, en el exilio. Doce meses atrás tal planteamiento les hubiera parecido una distopía de plataforma audiovisual. Un rumor, el de la invasión rusa, inverosímil. Otros, más acostumbrados a la fragilidad de la condición humana, al miedo y al hambre, perecen frente a las costas de los países privilegiados en busca de un futuro que, a menudo engulle con sus vidas las olas del mar. Ojalá llegue el día en que, como cantaba Chavela, llenemos el mundo de violines y guitarras en lugar de metralletas.

Tercera vela: la tolerancia. Esta luz debiera ser, quizá, la primera en brillar, porque solo desde el respeto al otro, la empatía y la aceptación de la diferencia se alcanzan el amor y la paz. La tolerancia y el respeto son cualidades que se inculcan desde niños, pero los estímulos más habituales destilan enfrentamiento estéril. Nos amedrentan contra lo distinto y ello nos empobrece y nos limita. El lema de una de las ciudades más prósperas del mundo, Toronto (Canadá) reza: “Nuestra riqueza es la diversidad”. Porque igual mérito tiene preservar las costumbres que nos enraízan con nuestros orígenes que participar de todo aquello que nos ofrece perspectivas distintas de una misma realidad o de una misma emoción. Sobre la aceptación y el discernimiento se asienta la prosperidad.

Cuarta vela: la fe. Más allá de la acepción netamente religiosa, analicemos la virtud como ejercicio de autoafirmación. “Me inculcaron la cultura del sacrificio, y aquí estoy, día tras día, pero mi esfuerzo no hace que entren por la puerta más clientes”, se quejaba un día el propietario de un establecimiento. En aquel momento, la puerta se abrió y tuvo que dejarme para atender a la clientela que, sin su sacrificio, hubiera tenido que ir a comprar a otra parte. Nunca debemos confundir la justa reivindicación con el pesimismo ni el victimismo fácil. El esfuerzo sigue siendo válido porque el destino se forja en el día a día. Los cambios se suceden, para mal y para bien. Renunciar a combatir por una provincia mejor sería dar la espalda a todos aquellos zamoranos que siguen luchando por su tierra, incluso en la distancia. Soplan nuevos vientos, impulsados por los jóvenes que ya no ven en Zamora un rincón aislado y provinciano, sino una lugar que les permite realizar un sueño devenido en pesadilla en las grandes ciudades a las que nos lanzaron como si se tratara de la Tierra Prometida.

La Navidad culmina en la Epifanía, la revelación. Y quién sabe si el descubrimiento de esa nueva Zamora está más cerca de lo que parece. Por eso, sonría esta mañana a quien limpia con esmero el escaparate de su modesta tienda, creamos en aquellos que, cada día, se sacuden complejos y relegan preocupaciones para dar lo mejor de sí. Son ellos quienes ponen en pie Zamora. Y bien merecen un brindis. Por un 2023 en el que las luces del amor, la paz, la tolerancia y la fe brillen impulsadas por la energía de quienes conservan el arrojo de creer en nosotros mismos. Feliz Año Nuevo.