Los telares de Cris

Esos jóvenes de los que usted me habla

Un millennial español no solo conoce bien el esfuerzo colosal, sino que a los 30 ya ha tenido que inventarse seis vidas

Un grupo de jóvenes

Un grupo de jóvenes / Marta Fernández Jara - Europa P

Cristina García Casado

Cristina García Casado

Está de moda estos días decir que los trabajadores no trabajan y que los jóvenes no se esfuerzan. Lo dijo la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso: “Los jóvenes lo tienen todo, pero les falta esa cultura del esfuerzo que se ha ido perdiendo”. Lo dijo el escritor Arturo Pérez-Reverte: “Los jóvenes no están preparados para el iceberg del Titanic”. Lo dijo el consejero de Empleo de Castilla y León, Mariano Veganzones: “En esta comunidad no faltan trabajadores sino ganas de trabajar”.

Yo soy joven y trabajadora, me relaciono con jóvenes y con trabajadores, y no sé de qué están hablando estas tres personas y quienes les hacen el eco. Lo que yo veo a mi alrededor, lo que he visto desde que salí de la facultad en plena crisis económica en 2010 y hasta este escenario pospandémico, son personas haciendo esfuerzos colosales por encontrar un primer empleo, un primer sueldo, una vivienda pagable, una mínima estabilidad sobre la que construir sus vidas.

Un joven millennial español, que tenga ahora entre 30 y 40 años, año arriba o año abajo, no tiene que imaginar ningún iceberg metafórico porque ya ha atravesado pesadillas muy terrenales. Ver pasar los años sin la oportunidad de trabajar en lo que se ha formado, ver pasar los años sin conocer un contrato decente, ver pasar los años sin visos de poder habitar un espacio que no sea ese cuarto con derecho a balda y media en la nevera.

Parte de lo que estamos reclamando es nuestro derecho a crecer. No nos infantilicen solo porque eso es más cómodo que sentarse a escucharnos

Esos jóvenes de los que usted me habla ya se han tenido que inventar cinco o seis vidas al cumplir los 30. Han empezado de cero absoluto muy lejos y muy solos. Si alguien cree que eso no supone un esfuerzo epopéyico que lo intente y nos cuente después. El peso emocional del desarraigo desgasta y de eso sabemos muchísimo y desde siempre en esta Castilla y León donde, con permiso del consejero, se ha trabajado durísimo y por bastante poco desde que el mundo es mundo.

Que las generaciones posteriores critiquen a los jóvenes, “no saben nada”, es una costumbre ancestral. Pero el ensañamiento y la obstinación con los millennials merece su análisis. La matraca es tal que desde hace tiempo “millennial” se usa como sinónimo de “joven” sin entender que nosotros también estamos creciendo y que, precisamente, parte de lo que estamos reclamando es nuestro derecho a crecer. No nos infantilicen solo porque eso es más cómodo que sentarse a escucharnos.

Somos una generación bisagra entre dos mundos radicalmente distintos. Crecimos sin Internet y sin redes sociales y ahora muchos no podríamos trabajar sin ese entorno. Por supuesto que somos una generación compleja: que carga con mucho del pasado pero tiene el coraje y la humildad suficientes como para ponerlo todo sobre la mesa, pensar y volver a aprender. Lo llamamos deconstrucción y es un ejercicio tan valiente que muchos de los que nos precedieron no están dispuestos ni a asomarse. Erre que erre.

Cuando nos dicen “generación de cristal” a mí me da sobre todo pena por el que lo pronuncia. Problemas de salud mental, desesperación, agotamiento, hastío ha habido siempre. Si somos la generación que abrió la ventana para que dejen de ser un asunto privado o tapado bajo siete mantas, ya hemos hecho algo. No les pido que nos lo reconozcan, solo que cuando alguno de nosotros les diga “no estoy bien” lo escuchen y no lo zanjen con un “aprieta los dientes y sigue”.

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