La Opinión de Zamora

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Inteligencia y bonhomía

Dos atributos que antes se ponderaban más

Estudiantes universitarios mir_ical

Dice mi “tátara” que en sus “tiempos mozos” entre las cualidades que más se ponderaban eran la de la inteligencia y la bonhomía, pues, las escasísimas personas que las tenían, las ponían al servicio de la sociedad procurando resolver su problemática, con lo que se conseguía su máximo fomento, que fuera más solidaria, más justa, más equitativa, en suma, más feliz.

Y es que como casi todo en este “valle de lágrimas” se consigue con esfuerzo, con afán de superación, con madurez, con sentido de la responsabilidad hacía uno mismo y hacía los demás, con empatía, con profesionalidad, con el cumplimiento riguroso, exigente y profundo de la innumerables obligaciones contraídas, normalmente de forma voluntaria, en los ámbitos laborales, con el aprendizaje y estudio, en el ejercicio de la profesión, en los deberes familiares, en la observancia de las leyes, especialmente las de naturaleza impositiva y de tráfico y circulación de vehículos.

La cuestión es la estimación de quiénes se creen inteligentes y con bonhomía; quizá, dada la natural inmodestia; bastantes más de los reales.

Para fundamentar cualquier comentario que sea lo más exacto posible y, por lo tanto, verídico y útil, habrá que acudir a quiénes tengan acreditado aquellos conceptos en los que se pueda basar. Así, el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define a la inteligencia como “1. f. Capacidad de entender o comprender” y a la bonhomía como “1. f. Afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento”.

La convivencia, mínimamente llevadera y digna, exige que todo individuo se conciencie de la necesidad y el imperativo que tiene de superarse día a día, segundo a segundo, para procurar, entre todos, un mundo mejor

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Habría, pues, que preguntarse, respecto a uno mismo y respecto a los demás, especialmente con los que nos relacionamos, si procuramos esforzarnos para “ponernos en la piel de los demás”, si somos “naturales” en el trato con los semejantes, si somos “honrados” con los colegas, con los pacientes, con los clientes, con los profesores, con los alumnos, con los vecinos, en las declaraciones tributarias, en el trato y bondad de lo que ofrecemos a clientes, a trabajadores, a empresarios, a las amistades, a los familiares, a las amistades.

La convivencia, mínimamente llevadera y digna, exige que todo individuo se conciencie de la necesidad y el imperativo que tiene de superarse día a día, segundo a segundo, para procurar, entre todos, un mundo mejor y más llevadero, pues es de suponer; salvo que tenga alguna patología mental, que “haberlas, haylas” y bastante más de lo que nos imaginamos; que es lo que también él desea para sí. La educación impartida en el hogar y en la escuela, con el ejemplo y dedicación máxima de padres y maestros, es la condición “sine qua non” para que las características de todo ser humanos, que son “manifiestamente mejorables”, alcancen su plenitud, al haber inculcado en la infancia y juventud las enseñanzas conducentes a dar a los demás lo que “quod natura dat”, considerando que “el genio es el trabajo”, Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon ,“dixit”.

Marcelino de Zamora

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