La Opinión de Zamora

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Cristina García Casado.

Los telares de Cris

Cristina García Casado

Agostísimo

En la vida cotidiana deberíamos tener más de lo que realmente nos hace felices en vacaciones: tiempo para hacer lo que nos place

Turistas disfrutando de la playa este mes de agosto en Alicante. LOZ

El otro día me decía una amiga que se sentía “muy pringada” viendo a todo el mundo en las redes de vacaciones. Y ella en la rutina. Le puso palabras a un sentimiento que es tan propio del verano español como el gazpacho o la sombrilla. Antes el pinchacito de envidia nos duraba el minuto y medio de la noticia de las playas abarrotadas en el informativo. Ahora la descarga nos da cada vez que el dedo acaricia sin orden previa el icono de Instagram.

Yo le dije que me solidarizaba con ella, porque también estoy trabajando y hasta más que el resto del año. Pero lo cierto es que lo hago desde otro continente y no hay nada como cambiar de pasto para descomponer la rutina. A mí me gusta mucho ver estos días las historias de los viajes de otras personas, es Instagram en su esencia: solo la belleza del mundo. Lo triste es que únicamente podamos o sepamos encontrarla en 30 días naturales por año trabajado.

A mí el agosto español me dejó de gustar exactamente después del verano de los 17 años: el último que pasamos entero entre la casa de nuestras abuelas, la peña, el bar, la nave, la báscula agraria de San Cebrián de Castro donde nos daba por contarnos todo. Fue el último verano sin la presión de tener que aprovecharlo. Después vinieron las prácticas, los trabajos, irse a practicar inglés a lugares donde siempre hacía frío o tanto calor que a ver quién aguantaba al sol.

Me gustaba agosto cuando era el mes que seguía al julio aburridísimo de mañanas eternas subiendo la audiencia de Antena 3. Y el que iba antes de cruzarnos España en coche para llegar a la playa. En agosto se llenaba, por fin, el pueblo y venía mi prima Ana y teníamos una agenda de ministro con el programa del “verano cultural”, una publicación que yo me aprendía de memoria hasta desgastar la hoja.

Cuando empecé a trabajar a tiempo completo, agosto pasó a ser el único mes en que podía coger vacaciones porque era cuando se iban los políticos. Y entonces, todas las presiones: tenía que ir a casa a ver a mi familia, tenía que hacer algún viaje que me diera aliento el resto del año, tenía que ejercer toda mi libertad ese mes porque no había más. Empecé a odiar agosto tanto que al término de uno dejé ese trabajo. Porque lo que me ahogaba no era agosto sino su obligación: tienes que ser súper feliz estos 30 días porque los otros 335 no te pertenecen del todo.

No le recomiendo a nadie que viaje a España en agosto. Las playas están invivibles, los alojamientos abusivamente caros, las ciudades como entre aletargadas y muertas de la pena. No es un país funcional en agosto. Solo hay un lugar donde me sigue gustando este mes en España: el pueblo. En mi Instagram circulan estos días imágenes perfectas de Jordania, Camboya o Dinamarca pero las que me han producido ese pinchazo de envidia son las de las bicis por los caminos de los pueblos de Zamora, a esa hora en la que baja el sol y se está tan bien. Porque eso, más que cualquier otra cosa, ha sido para mí siempre el verano.

España es el país en el que he vivido que tiene más días de vacaciones por derecho y por cultura, pero no lo parece. No he conocido ningún lugar donde el descanso genere tanta ansiedad, donde se hable tanto de la “depresión posvacacional” (sic) y donde tantas veces a una foto en la playa acompañe el mensaje “aquí, sufriendo”. Es irónico pero no tanto: yo a partir del octavo día en La Manga ya empezaba a pensar más en la fugacidad de ese disfrute que en el disfrute mismo.

El descanso es un derecho básico pero también lo es no llegar a necesitarlo tanto, no vivir solo contando los días, que no esté limitado a un mes concreto del año. Ahora en España tener un trabajo al que volver y 30 días naturales que librar es un privilegio, pero a mí me obsesionan los lunes. De qué vale un agosto por todo lo alto si el resto del año arrastras los pies al empezar cada semana. Habría que luchar, me parece, por que en la vida cotidiana haya más de lo realmente nos hace felices en vacaciones: tiempo para hacer lo que nos place.

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