El frente físico de la guerra de Ucrania queda a más de 6.000 kilómetros de Zamora. Pero sus consecuencias se viven en primera persona en esta provincia. En primer lugar, porque hay un importante grupo de conciudadanos que está pendiente de lo que ocurre en sus países de origen, donde muchos conservan familias que, desde el jueves, viven bajo el terror de las bombas y el temor a perderlo todo, incluidas sus propias vidas. Muchos de sus compatriotas, de soldados de uno y otro lado, ya habrán perecido a la sombra de un bárbaro conflicto más, cuyas derivadas son, aún, insospechadas.

La invasión llevada a cabo por el presidente ruso Putin es el punto álgido de una escalada de confrontación con Estados Unidos y con la Unión Europea que no deja margen para el descanso a la extenuada población mundial después de una pandemia de más de dos años y en un escenario inflacionista que encarece el coste de la vida y quiebra, sobre todo, las frágiles economías de los más débiles. Los expertos apuntan a que el conflicto no se alargará en el tiempo, pero los menos optimistas se acuerdan de otros pronósticos que resultaron nefastamente erróneos. El más cercano, el alcance del COVID, por no remontarnos más atrás en los años más oscuros de la historia del siglo XX.

La de Ucrania es una guerra en la puerta de Europa y de consecuencias globales que ya se padecen en este, aparentemente, rincón olvidado del mundo. Un mundo, no lo olvidemos, que vive bajo las consecuencias para bien y para mal, de la globalización. Y que ya repite las consecuencias de la dependencia de terceros países. Ahora no son mascarillas, respiradores y guantes. Ahora se trata de algo que también se había perdido de vista por tenerlo siempre al alcance de la mano: el trigo.

Las materias primas seguirán subiendo, lo mismo que la energía, de forma grave, cuanto más se alargue el conflicto. Y eso repercutirá en el coste de producción, dificultando, aún más, el umbral de rentabilidad

Ucrania es conocida como “el granero de Europa”. Y aunque, contemplando las estampas de las grandes extensiones de cereal en Castilla y León, o la creciente presencia de la colza, el maíz, girasol y otras leguminosas en estas tierras, pareciera lo contrario, la verdad es que somos deficitarios en la producción, sobre todo de trigo. España importa el 42% de los cereales de Ucrania. Y el precio del trigo lleva marcando récords cada día, aunque no esté tan vigilado como el petróleo, el gas o la energía eléctrica.

El jueves, tras la invasión de las tropas rusas en Ucrania, la Asociación de Comercio de Cereales y Leguminosas de España tuvo que suspender la cotización de lo que son base alimentaria para humanos y, sobre todo, para animales. Quienes recuerden esa región castellanoleonesa como granero de España, deben añadir otro factor para entender la ecuación final: la ganadería.

Las explotaciones ganaderas han crecido muy por encima de la capacidad de siembra de los agricultores. Falta terreno para llegar a un escenario de autoabastecimiento para garantizar la alimentación de todas las cabezas de ganado, aunque fuera a escala provincial. El peso de las exportaciones zamoranas corresponde a las industrias agroalimentarias y, más concretamente, a la venta de carne y productos lácteos a países de la Unión Europea, pero también a otros destinos como China. Es el caso del sector porcino, que determina, en gran medida, el fiel a favor en la balanza económica zamorana. El vacuno y el ovino de leche completan el grueso de las ventas al exterior de la provincia.

Para los ganaderos llueve sobre mojado. La carestía en que se ha traducido ya la guerra ucraniana en el precio del gasoil agrícola, la electricidad, y los piensos, agrava el problema por el que estos días están convocadas nuevas tractoradas y protestas. Las materias primas seguirán subiendo, lo mismo que la energía, de forma grave, cuanto más se alargue el conflicto. Y eso repercutirá en el coste de producción, dificultando, aún más, el umbral de rentabilidad al que muchas pequeñas explotaciones les cuesta llegar con los precios que las comercializadoras pagan en origen.

Los expertos del sector primario confían, sin embargo, en que el campo exhiba de nuevo músculo y se crezca en medio de las grandes dificultades. Lo hizo ya en la pandemia.

La existencia de estocaje derivada de las cosechas de los tres últimos años, la compra en otros mercados, como el sudamericano, de esas materias primas, podría paliar el problema. Aunque no solucionarlo, si el conflicto se alarga demasiado. Y un año marcado por la sequía como se presenta, de momento, este 2022, puede complicar el panorama. Será inevitable que la conjunción de circunstancias, incluida la de la especulación, no se refleje en una subida de precios para el agricultor, que se trasladará al ganadero y, finalmente, al consumidor.

Los economistas ven lejano un panorama de desabastecimiento, pese a que estemos hablando de la materia prima de alimentos básicos como el pan, la leche o los huevos que ponen las gallinas alimentadas por el maíz. La compra en otros mercados será posible, pero el problema será a qué precio. Porque eso dañaría aún más las exportaciones y el propio consumo interior. Lo único claro ante tan caótico y estremecedor panorama es que, en las guerras y en las pandemias, perdemos todos, especialmente, los más vulnerables.