La incorporación de la tecnología a la información ha dejado su impronta, la velocidad con la que se transmiten los hechos y se generan las opiniones, sin reposo, sin reflexión, pero con mucha algarabía, con lo que la creación de una narrativa acorde con los tiempos debe dejar grandes titulares y aquí hay que reconocerle al presidente Sánchez su maestría, para algunos torpeza.

El ejemplo más reciente lo tenemos en la narrativa del indulto a los condenados, por sedición y malversación, del llamado “procés”, donde lo que ha embadurnado el asunto no es el hecho en sí, sino el relato con el que Sánchez va desgranando día a día y con sutiles variaciones en el hilo narrativo las razones por las que el Gobierno procederá al indulto. Esa narrativa es la que ha soliviantado a la oposición y a buena parte de la ciudadanía, que se ha aferrado a las sucesivas declaraciones del Presidente, quien, y el detalle es importante, no ha incorporado aún, pero lo hará, dos argumentos que hubieran aplacado el griterío: la competencia legal del Gobierno para indultar y la cuantía de indultos llevados a cabo durante la democracia.

La Ley de 18 de junio de 1870 deja claras las reglas del juego: la competencia de otorgar el indulto corresponde al Gobierno, señalando, artículo 11, que para que sea un indulto total han de concurrir “razones de justicia, equidad o utilidad pública, a juicio del Tribunal sentenciador y del Consejo de Estado”, términos vagos y polémicos en sí mismos y que, en todo caso, dejan las manos libres al Gobierno para el indulto parcial. Lo mismo ocurre con el tan traído y llevado arrepentimiento, que lo que nadie dice es que en la citada ley solo aparece una vez el término, artículo 25, como un elemento de valoración del Tribunal sentenciador, cuyo informe, como sabemos, no es vinculante para el Gobierno. Así que por el lado legal poco parece que la oposición pueda rascar.

En cuanto a lo poco excepcional de esta medida excepcional de gracia, y dejando a un lado la Ley 46/1977, de 15 de octubre, de Amnistía, que puso en la calle, entre otros, a la mayor parte de presos de ETA, que posteriormente asesinaron a destajo, durante la democracia se han producido más de dieciséis mil indultos, llevándose la palma los gobiernos de Felipe González y Aznar, con más de cinco mil cada uno, seguidos a distancia por Zapatero y con menor cuantía Rajoy y, por supuesto, Sánchez. En estos indultos ha habido liberados de todo tipo, desde kamikazes a defraudadores, pasando por delincuentes comunes, pero también ha habido indultos de tronío y que generaron su revuelo. Felipe González indultó al golpista general Armada, Aznar a los organizadores del GAL, José Barrionuevo y Rafael Vera, Zapatero al Grapo Sebastián Rodríguez Veloso y al colaborador etarra José Antonio de la Hoz, y Rajoy a cuatro torturadores de los Mossos. Así que aquí menos rasgarse las vestiduras, que cada chozo tiene su pastor.

Sánchez apelará a la estricta legalidad del indulto y a que todos sus predecesores en el cargo han aplicado esta medida de gracia con una discrecionalidad, altanería e interés propio semejante a la situación actual, añado yo

Pero Sánchez no ha tirado ni por lo legal ni por la historia de los indultos en democracia, sino que, una vez más, se ha echado al monte con una narrativa en apariencia disparatada en la que, mientras los penados dicen a bombo y platillo que lo volverán a hacer, Pere Aragonés que vale, pero que lo suyo es la amnistía y un diálogo que acepte sí o sí la autodeterminación de Cataluña, y Junquera acepta a regañadientes, Sánchez dice que el indulto servirá “para dejar atrás el desgarro de 2017 y vivir en paz”, que “La decisión que tomaremos será una que abra una nueva etapa y deje atrás un mal pasado que creo que no enorgullece a nadie que gobernaba en las instituciones y abrir un futuro en convivencia”, o, a más, que “Hay un tiempo para el castigo y un tiempo para la concordia, por encima del interés partidista y con sentido de justicia”, para acabar envolviendo el indulto en poco menos que en ser el sostén de la democracia: no concederlo “Sería una desgracia, uno de los mayores errores de la democracia”. Planteado en estos términos, donde la Justicia no es justa o es pura venganza, pero menos mal que ahí está el Gobierno, la oposición se carga de argumentos, no necesariamente más sólidos, y ya está generada la polémica social.

Lo interesante es reflexionar sobre el porqué de esta narrativa del presidente Sánchez. Aquí, y sin ninguna atención a lo políticamente correcto, me parece que solo hay dos explicaciones: o el presidente y sus asesores son poco menos que estúpidos, o, por el contrario, la narrativa lo que pretende es provocar a la oposición.

Si aceptamos lo primero, desde luego que la oposición no sale bien parada, porque en lugar de rebatir con argumentos sólidos las supuestas insensateces vertidas para justificar este indulto, se han lanzado con otras expresiones montaraces que les llevan a hablar de ilegalidad, o a envolverse en los salvadores de la democracia y la unidad nacional, que hace mucho ruido pero es poco consistente si no se argumenta con seriedad. Así que si el presidente Sánchez es un insensato indocumentado, la oposición no sale mejor en el retrato.

Ahora bien, si con esta narrativa sobre el indulto Sánchez lo que ha pretendido es provocar a la oposición, lo ha conseguido de pleno, porque, y lo acabaremos viendo, después de que la oposición se despache con improperios sobre las declaraciones del presidente, llegando al disparate de Ayuso al involucrar al Rey, vendrá el poner blanco sobre negro. Y Sánchez ya ha empezado a hacerlo, pasando de considerar de vengativos a quienes se oponen al indulto a pedir a la ciudadanía “magnanimidad”. Con este giro, una vez que la oposición está en la calle aprovechando la Plataforma Unión 78, de Rosa Díez, ya aviso desde aquí que Sánchez apelará a la estricta legalidad del indulto y a que todos sus predecesores en el cargo han aplicado esta medida de gracia con una discrecionalidad, altanería e interés propio semejante a la situación actual, añado yo. Y de nuevo la oposición quedará sin argumentos y, además, dañada en lo que coincida con Vox, lo que no le viene mal al presidente.

Así que una vez más nos encontramos ante la importancia de la narración sobre el hecho en sí, porque al final las cosas no son como son, sino como las contamos, y si en su narración, sea cual sea la causa, lo que hay es enredo, ocultación, desviación de la verdad, o pura fantasía, o se es inteligente para desvelar la mala calidad del narrador, o se acaba sucumbiendo a su propio delirio. Y Sánchez cumplirá su promesa electoral de traer a Puigdemont; otra cosa será cómo y para qué, pero eso será ya otra narración.