Como ya dijera Crispín, uno de los personajes principales de la obra teatral de Jacinto Benavente, que lleva por título “Los intereses creados”: “Mejor que crear afectos es crear intereses”, en el mundillo futbolero, como en todo, al final los intereses económicos se imponen a los afectivos porque, se mire por donde se mire, “poderoso caballero es don dinero”.

Si bien la práctica deportiva es una actividad tan sana como recomendable (recuérdese la cita “mens sana in corpore sano”) cuando su desarrollo se tiene que regular para posibilitar que los practicantes de una misma especialidad deportiva puedan competir entre sí, es cuando empiezan a surgir los primeros problemas porque, como a todos nos gusta ganar, es necesario establecer unas normas que propicien que los enfrentamientos sean equilibrados y se lleven a cabo “como mandan los cánones”, es decir, teniendo en cuenta lo que decía Ethelbert Talbot, obispo de la Iglesia Episcopal, a quien se atribuye haber inspirado al barón Pierre de Coubertin, fundador de los juegos olímpicos modernos, a acuñar la famosa frase: “Lo importante no es tanto ganar sino participar, porque lo esencial en la vida no es conquistar sino competir”.

Y yo añado, siempre que la competición sea equilibrada, porque de lo contrario nunca será tal, sino un despropósito que solo los mejores deportistas pueden llegar a entender e incluso a aceptar, porque puede que no les quede más remedio.

Las ligas de fútbol, como las de cualquier otra disciplina deportiva, o cualquier competición en que todos los participantes no puedan tener, si no idénticas, si similares probabilidades de ganar, nacen adulteradas porque, aunque uno pueda hacer suyo el espíritu del barón de Coubertin, al final la competición es lo que es y por eso, cuando se sale a competir uno solo piensa en ganar, aunque lo que más pueda distinguir al verdadero deportista del que no lo es son las formas como acepta la derrota.

Una competición en la que los que compiten no pueden estar en las mismas o similares condiciones de disputar la victoria, digan lo que digan los más puristas, siempre será una mala competición porque, de entrada, será injusta por desequilibrada; cosa que sucede en las ligas de futbol que todos conocemos, pues se da la circunstancia que algunos de los equipos que toman parte en ellas cuentan con presupuestos que multiplican por diez, e incluso por más, a los de los equipos más modestos; de ahí que, desde sus comienzos, los objetivos de unos y otros sean tan distintos, pues solo dos o tres competirán por el título, otros tantos por las plazas que dan opción a participar en competiciones de mayor rango, algunos para luchar por mantenerse y los más modestos por no descender de categoría.

Una competición en la que los que compiten no pueden estar en las mismas o similares condiciones de disputar la victoria siempre será una mala competición

Hasta aquí todo bien, pero cuando lo que entra en juego no solo es la disputa de un título o la permanencia en la categoría, sino también miles y miles de millones de euros, la cosa cambia, como no podría ser de otra manera, pues el espectáculo deportivo se convierte en un negocio en el que solo pueden entrar quienes están en condiciones de poder hacerlo, y estas condiciones tienen mucho que ver con los millones de seguidores con que cuentan sus respectivas aficiones, que son las que garantizan los miles de millones de euros que devengan por derechos de televisión y por otras cuestiones los equipos más punteros.

Las federaciones deportivas son necesarias pues de ellas dependen las labores de promoción, gobierno, administración, gestión, organización y reglamentación de los distintos deportes, en todas y cada una de sus especialidades.

Las ligas profesionales cumplen igualmente otros funciones cuando, dentro de alguna especialidad deportiva, empieza a haber competiciones eminentemente profesionales y de ámbito estatal, en cuyo desarrollo priman los intereses económicos, me atrevería a decir que, por encima de los deportivos.

Y cuando, aun estando perfectamente organizadas, como es el caso de las ligas de fútbol de muchos países, se da la circunstancia que se da en las ligas española, inglesa, italiana y en algunas otras más, cuál es la diferencia de recursos que generan los equipos más poderosos respecto a los que se deben a los que suscitan menor interés, y la manera en que estos se reparten es cuestionada, que es lo que suele suceder, los que solo piensan en “los números” se rebelan y “ya está el cisco armado”. Ni más ni menos que lo que sucede, en menor o mayor medida, en todos los órdenes de la vida.

Por eso, hemos de tener en cuenta que, lo mismo que está sucediendo en el futbol europeo, con la iniciativa liderada por los presidentes de los clubes más prestigiosos, encabezados por Florentino Pérez, cuyo perfil, todo el mundo lo sabe, es más de hombre de negocios que de hombre de fútbol, se ha dado y se dará en otros deportes, mientras no se ponga un límite a los presupuestos que unos y otros clubes barajan o puedan llegar a barajar en un mercado libre. ¿Qué sucedió en el nacimiento de la NBA, en el baloncesto norteamericano, o en el de la ATP, en el tenis internacional, por poner algunos ejemplos?

Yo soy de la opinión que lo que empieza no tiene fin y por eso, aunque hasta los presidentes de los gobiernos se pongan enfrente, la liga que quieren organizar los grandes clubes del fútbol europeo, más tarde o más temprano, salvo que éstos empiecen a mandar, de verdad, en los organismos federativos, saldrá adelante, con matices, porque mientras haya más aficionados enloquecidos que personas encantadas de practicar deporte, por todo lo bueno que la actividad física les pueda reportar, todo, como ya dijera Crispín, serán intereses creados.