Dios/Padre ama al mundo. Dios/Padre es amigo, compañero y acompañante del hombre. Y no son unas frases más. Son afirmaciones que recogen el núcleo esencial de la fe cristiana: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su único Hijo” (Jn 3,16). Este amor de Dios/Padre es el origen y el fundamento de nuestra esperanza, el que da sentido a nuestra vida.

Dios ama al mundo tal cual es: inacabado e incierto, lleno de conflictos y contradicciones, en busca de justicia y de paz, solidario, capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no recorre su camino solo, perdido y desamparado. Dios lo envuelve con su amor por los cuatro costados. Lo tiene abrazado entrañablemente entre sus brazos. Esto tiene consecuencias: una, que Jesús es el “regalo” que Dios ha hecho al mundo. Más allá de los investigadores que escudriñan aspectos sobre su figura histórica y más allá de los teólogos que profundizan, acarician y enseñan aspectos sobre el Cristo de la fe, solo quien se acerca a Jesús como el regalo de Dios, puede ir descubriendo con emoción y gozo la cercanía y la amistad de Dios con todo ser humano; dos, y esta es la razón de ser de la Iglesia, recordar el amor de Dios que nos ha regalado en Jesús, “no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17).

Cuando una persona, como Nicodemo, camina al encuentro de la luz de Jesús, aparece con claridad lo que realmente es el hombre: a la vez, luz y tinieblas, un ser instalado y, a la vez peregrino, exiliado. Jesús, el regalo de Dios, expresión de su amor, ha sido enviado para que tengamos vida, renunciemos a las tinieblas y nos convirtamos a él.

Hay que subrayar que Dios solo quiere la vida; es el hombre quien firma su propia sentencia condenatoria al rechazar el amor de Dios; es el hombre quien se castiga a sí mismo. No hay nada que temer, solo alabar, bendecir, agradecer y amar.

Este amor misericordioso lo significó Dios por medio de una serpiente vencida y transformada, que mandó colgar en un palo, la levantó a la vista de todos y pidió a los enfermos una sola cosa: que mirasen con fe el símbolo exaltado. Y todos los que miraban con fe el símbolo de bronce quedaban sanos.

Pero ¿quién curaba?, ¿cuál era la medicina? La medicina no era el palo ni el bronce, sino la mirada de fe. La fe es la que cura infalible y definitivamente. Contra la duda, la fe; contra los miedos, la fe; contra el vacío, la fe; contra la muerte del alma, la fe.

¿Fe en qué o en quién? Fe en la Palabra de Dios, en la fuerza de Dios, en el amor de Dios. Y ese Dios con todo su amor, su fuerza y su palabra se ha encarnado en Jesús. Él cargó con todas nuestras enfermedades y, colgado en el leño de la cruz, nos ofrece ríos de misericordia. Sus heridas nos han curado. Ya tenemos medicina infalible para nuestros males.

Hay en la cima del monte, en el centro del mundo, en el corazón de la humanidad, una serpiente que es paloma y cordero colgado en el palo de la cruz. Todo el que lo mira con fe será curado de sus heridas y sanado de sus enfermedades.

Amigo lector, contémplalo y quedarás radiante ¡Feliz domingo!