El Partido Popular, escenario, inédito en su historia, ensaya la democracia interna para la elección de su nuevo líder. Ello tras la hecatombe a la que lo han conducido Mariano Rajoy y su grupo de dirigentes de confianza por activa, (algunos como el sorayista Martínez Maíllo con "exitosa" experiencia previa en Zamora reduciendo a su mínima expresión la potencia y representatividad del partido) y el resto de cuadros de mando por pasiva, acomodados en el dejarse llevar. Representar al PP "es como vender Coca Cola, se vende sola", defendía en los buenos tiempos el arrogante García Carnero.

Bienvenido sea el intento aunque llegue muy tarde. Ya he relatado en alguna ocasión cómo en el famoso congreso de Valencia en 2008, en el que se encumbró definitivamente el modo de hacer política (básicamente no haciéndola) de Rajoy y sus aplaudidores, algunos afiliados de Madrid, Baleares y yo personalmente desde Zamora presentamos una amplia batería de enmiendas a los estatutos para democratizar, abrir a la sociedad y adaptar a los nuevos tiempo el funcionamiento y la organización internos del PP. Sorprendentes fueron mis conversaciones telefónicas cuando me llamaron -casi una hora con cada uno- con dos de los ponentes, el salmantino -sorayista- Fernández Mañueco y el gallego -no sorayista- Núñez Feijóo cuyas lágrimas hemos visto cuando no ha podido presentarse como candidato, Soraya Sáenz de Santamaría y él sabrán por qué.

La cuestión ahora será comprobar dos cosas, la primera si efectivamente se permite que el elegido por las bases, pese a las limitaciones y control de las estructuras provinciales, sea finalmente el designado por el voto de los compromisarios durante el congreso. La segunda, ver si el elegido es el adecuado para reforzar a su partido y junto a Ciudadanos configurar la alternativa de centro-derecha que pueda formar gobierno cuando Sánchez convoque elecciones. Para ambas circunstancias el itinerario es el mismo, inversos los caminos.

Apartado Feijóo, se nos ha querido presentar una batalla entre dos candidatas aparentemente opuestas pero cuyo mayor ámbito de divergencia va poco más allá de su enfrentamiento personal, por mero afán de predominio o de ver cuál de las dos conseguía mantenerse más cerca del nunca cuestionado Rajoy. Como Jano bifronte, una en el gobierno, construyendo el desastre, la otra en el partido, dejándolo destruir, ambas son Rajoy y el resultado de esta receta ya lo conocen el PP y España: Gobierno de Sánchez, Podemos y los independentistas. No tengo voto desde que hace dos años me di de baja en el PP, veintitrés después de afiliarme, nueve después de haber dejado la política activa convencido de que ese no era ya el proyecto en el que creía para España. Si lo tuviera sería, sin duda, para el único candidato que ofrece un proyecto de futuro y no de pasado. Liberal, moderno, reformista y con capacidad de acción conjunta con Rivera y Ciudadanos. Mi voto, el que recomiendo a mis amigos del PP, sería para Pablo Casado.

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