Cada año, por estas fechas, un ejército de adolescentes, cada vez menguado, pasa por "Las Horcas Caudinas" de la selectividad. Me permito recordar aquí lo que puso nombre a dicha expresión. Los samnitas derrotaron a varias legiones romanas, tras lo cual los soldados vencidos fueron obligados a pasar agachados bajo un pasillo de lanzas del ejército victorioso. Un hecho que nunca olvidó Roma y siempre recordó como ejemplo de humillación o sometimiento. Sin llegar a tanto, lo cierto es que la prueba de examen hacia la universidad obliga no tanto a agachar la cabeza bajo lanzas enemigas sino a inclinarla con tiempo y constancia sobre los libros: única estrategia que puede garantizar el triunfo. (A salvo de incidentes esperpénticos que últimamente estamos viendo).

Un servidor también pasó por ese trance de tensión extrema en una de las últimas pruebas de lo que entonces se llamaba el Preuniversitario. Lo cierto es que cuando uno llega al aula de examen entra encogido y cuando acaba todo se crece de tal manera que tras vencer, con nervios y aprobando, parece que ha ganado una batalla. Quizá la primera virtual de la vida. Lo cual no es poco ni es de broma.

Haciendo memoria de aquel examen nuestro de antaño recuerdo que en la prueba común nos cayó el Ciclo del Nitrógeno. ¡Bingo, Me la sé muy bien! Y era por causa de un castigo del que no recuerdo el motivo, pero fuimos penados con la copia, en buena letra, del camino de ida vuelta de dicho gas por nuestros pulmones y en la atmósfera. Si como dice el refrán: "Dios escribe derecho con renglones torcidos" no seré yo quien lo discuta. Vencida aquella batalla, ya iban dos ganadas pues se sumaba a la anterior: la reválida del bachillerato. Me estoy lanzando en este tema porque he visto el combate desde la vanguardia y retaguardia, es decir, como alumno y profesor. Algo sé de lo que hablo. Como docente me imponía el reto de empezar la explicación con el gancho apropiado para captar la atención del alumnado. Esto hoy se llama: técnicas de motivación. En mi largo período docente viví y experimenté diversos métodos para hacer menos "rollo" la asignatura. Aunque hoy la enseñanza asistida por ordenador va ganando terreno, la función del profesor, el papel de la maestra, o el adulto preparado al frente de un grupo de alumnos nunca será prescindible sin merma de eso que llamamos transmisión viva de la cultura. Gestos y ojos enseñan, palabras cálidas y persuasivas, tonos, maneras, modos de expresión; en resumen, pasión por el saber que no es de esperar de pantallas o robots.

No puedo por menos de recordar los buenos profesores y profesoras que se esforzaron con ese arte llamado persuasión, al tiempo que demostraban amor a lo que transmitían y sobrada preparación en su materia. De los que fueron un muermo no hace falta olvidarme, ellos solos difuminaron sus nombres con su ineptitud. De todo hay en la viña del Señor y en las escuelas del pueblo.

Maestros hubo que casi se disfrazan de Napoleón para reclutar un ejército de alumnado atento. El éxito de buenas notas en Historia fue casi parecido al del emperador galo en batallas. Un servidor hasta recurrió a trucos de magia para animar la materia que impartía. Muchos se acuerdan de aquel mago que no lo era y por la calle me saludan. Aunque parezca darse coba, no puedo acabar estas líneas sin mencionar un hecho que cerró mi vida docente con especial agrado: una obra de teatro sin "selectividad", esto es, con toda la clase en el elenco de actores que por su buen papel se alzaron con el primer premio de su categoría en el Certamen de Teatro Escolar de La Coruña. Si ellos quedaron contentos, como no podía ser menos, considero que yo también quedé, en parte, redimido de mis defectos, aunque en este caso mis antiguos alumnos tendrán la última palabra: selectividad a la inversa.