Preparando una pequeña "tournée" familiar, de horas, a la entrañable y deliciosa ciudad toresana, caí en la cuenta de que mis visitas eran una pertinaz reiteración y había, al menos, un monumento que no conocía: el convento de Sancti Spíritus. Lo cierto es que el año pasado me enteré desde Luxemburgo de que el monasterio de Sancti Spíritus de Toro pasaba por problemas económicos graves, que se necesitaba sanear algunas partes viejas que se caían y los pequeños ingresos apenas daban para sobrevivir a la comunidad, aunque tenían un plan de visitas turísticas al monumento, vendían dulces y había una pequeña hospedería para retiros. Con motivo de colaborar hice, a través de red, la compra de algunos dulces navideños e incluso hablé con alguna de las hermanas.

Pero, al fin, llegó el momento de visitar el recinto como turista y he podido apreciar que se dispone de una hermosa y delicada muestra de modo museístico y el interés de la iglesia conventual con enterramientos, coro y sillería. Hay preciosas joyas de artistas afamados; no en vano Juan de Borgoña (El Joven), tuvo su taller en Toro.

Al terminar, con el ánimo de colaborar con el mantenimiento de esta joya que es de todos, pasé por la tienda donde se suscitó un animado coloquio, rápido y concreto, sobre el monumento, su historia y sus perspectivas de continuidad. Allí, me enteré que el documento de fundación del convento data de 1307, y es el testamento de doña Teresa Gil, dama de la nobleza portuguesa afincada en estos pagos; sobre la continuidad de la comunidad mi contertulio fortuito mantenía la tesis y entiende que resulta difícil vivir fuera del mundo cuando los medios de subsistencia son mínimos y, aunque necesite muy poco, el hecho de mantener el patrimonio deja la institución inerme ante las obligaciones sociales: Pagan autónomos y no son ni quieren ni pueden ser un negocio, son un grupo de personas dedicadas a la oración.

Pensando en voz alta, en esa manía de hablar solo, cuando voy a marchar, se me ocurre recordar que tuvimos el mayor convento dominico de Europa, y recuerdo los escalones de entrada a la iglesia conventual de nuestro Sancti Spíritus, donde resbalé con la cera un Jueves Santo; la iglesia benaventana que fue cine y hoy es supermercado, pero sobrevive en el nombre de la calle y en el retablo renacentista que se vendió a un pueblo extremeño o andaluz. Observo que me miran, por mi raro comportamiento, y se sonríen entre comprensivos y algo perplejos. Digo, ¡adiós! Y voy soñando en mi Benavente, mi ciudad de hace sesenta y un años, cuando razones poderosas me hicieron marchar a buscarme la vida en otros lugares.

Lo cierto es que una vez más, he podido disfrutar de la ciudad de Toro, de sus monumentos y de sus fiestas; y una vez más, como benaventano, he sentido la sana envidia de comprobar cómo han sabido conservar su patrimonio monumental. Desde mis lejanos recuerdos, de hace más de sesenta años, sé que, en Toro, es mucho lo que se perdió, sin embargo, para nosotros los benaventanos, es un ejemplo el afán ciudadano por conservar, recuperar y realzar el valor patrimonial de la ciudad.