Morir... soñar... tal vez... dormir. Sepultar de pronto los dolores, del cuerpo y del espíritu y poder contemplar, ya sin miedos, ese toldito azul que llamamos cielo.

Ese es el destino que has tomado, tú que en el día de la madre se te ha detenido el tiempo como si quisiera, trascendido, mostrar en el espacio de los sueños decirnos que tú has sido una buena madre y esposa ejemplar y eficaz, pues ahí están tus cuatro hijos, amantes de sus padres, y de sus profesiones... y de la vida.

Dormir... cuando la vida se te escapaba, sin desmayar tu ánimo y con tu sonrisa hermosa siempre presta a un alba alegre y pura.

En espera estos largos años de la ida anunciada y dura con el mérito de tú saber estar, casi sin lamentos, sin protestas, cuando la vida te sonreía alegre, tú la tomabas como un bien del mundo, sin detener el tiempo como viajero pacífico, esperanzado.

Tal vez soñar... que los sueños nunca mueran y en el espacio donde se resuelven las angustias y los llantos se levante la oración postrera, pues las heridas del humano se curan con el amor divino.

Ahora que tu cuerpo transformado se te ha ido, convertido en ceniza estremecida, que sea luz que conforte las almas apenadas, regreso y plegaria de alta aurora, de cirios encendidos, como toque feliz de esta campana que dobla solo como canción enamorada.