Flechas, ese pequeño núcleo asentado en la solanera de Peña Mira, más que un pueblo parece una evocación romántica medio escondida entre montes, como un vigía eterno que guarda con celo ese conjunto de atributos naturales que constituyen sus señas de identidad.

Su altitud de 840 metros y su estratégico emplazamiento le permiten dominar una amplia comarca, con tal variedad de paisaje que la convierte en un auténtico mirador. Llegar a las Figueruelas de Arriba y Abajo te hace sentir atraído por ese paisaje suave que a veces te confunde y te hace dudar de dónde te encuentras. Si seguimos hasta Gallegos del Campo, desde el propio topónimo vemos los límites perfectamente marcados. Si por el contrario, tomamos la dirección de San Pedro de las Herrerías, este hagiotopónimo nos hace cambiar radicalmente nuestro criterio y nos lleva sin darnos cuenta a otro paisaje y eso sin estar en plena actividad el ya histórico Campamento Juvenil del Frente de Juventudes, donde llegué por vez primera en julio de 1947 para realizar el curso de Instructores Elementales, obligatorio a los maestros para presentarse a oposiciones. Desde aquel, para mí, histórico verano, que me permitió conocer aquellas tierras, no sé si en estos más de sesenta años transcurridos ha quedado alguno que no haya repetido varias veces alguna visita a Flechas. Ha sido siempre una referencia por constituir a través de sus vicisitudes un ejemplo del pueblo a punto de cerrarse. Bastaría hacer un pequeño recorrido desde Madoz que nos lo presenta con cuatro vecinos y quince habitantes y seguirlo a través de los censos para entender su proceso y su evolución. Sin embargo, hoy 163 años más tarde, aquel Flechas de Madoz tiene muchos que le siguen en nuestra provincia y el fenómeno, además de imparable, se multiplica sin cesar.