La atención social y los distintos programas de educación y protección de la infancia que tutela la Consejería de Familia e Igualdad de Oportunidades no por ser menos conocidos deben sustraerse a nuestro interés colectivo. Los datos presentados la pasada semana por el consejero César Antón no dejan lugar a dudas: casi 1.800 niños y jóvenes han dado sentido y vida a lo largo de 2009 a las políticas sociales emprendidas en este apartado por una consejería que lleva grabados en su propio nombre los objetivos marcados: promover la igualdad de oportunidades entre todos los ciudadanos de la comunidad y favorecer los valores de solidaridad, de ayuda mutua y de apoyo que implica el propio término de familia.

Detrás de esas cifras hay, evidentemente, personas. La mayoría, víctima de unas circunstancias ajenas a su voluntad, pero que han moldeado una infancia difícil e incómoda y una adolescencia compleja, trufada generalmente por la desmotivación, la incomprensión y el desasosiego. Dentro de las actuaciones de protección existen diferentes programas como los acogimientos familiares o los planes de adopción nacional e internacional, pero también otros que bien podríamos situar en el lado más extremo de la atención social como son los dispositivos de atención y reinserción de menores infractores y cuya finalidad inicial es dar cumplimiento a las medidas impuestas por los Juzgados de Menores. Y digo finalidad inicial, porque una visita al Centro Regional de Menores Zambrana, una de las instalaciones de referencia en España desde hace décadas y que depende de la Junta desde 1983, revela con facilidad a quien recorre sus espacios otras finalidades quizá más importantes: la sociabilidad, el arrepentimiento, la convivencia y, por encima de todo, el anhelo de una libertad perdida. El Centro, ubicado en la capital vallisoletana, ha atendido durante 2009 a 234 chichos y chicas, pero ahora en concreto viven 64. Consta de dos áreas independientes: una de reforma para la ejecución de medidas de internamiento y de permanencia de fines de semana dictadas por los Juzgados y otra área de socialización integrada por cuatro hogares para menores protegidos que presentan alteraciones graves de conducta. Es, sin duda, un centro de referencia, porque a los pocos minutos de conocer sus cuidadas instalaciones lo último que piensas es en ese término tradicional con el que definimos a estos edificios: reformatorio. Más bien descubres otras sensaciones como la ternura, reflejada en ese capazo de un recién nacido junto la cama de su madre -eso sí, una adolescente de tan sólo 15 años-; el deseo de cambio y de nuevas conductas sociales que eviten volver al internamiento; el valor más grande del ser humano y que no es otro que la libertad; e incluso la esperanza y las extraordinarias ganas por vivir una vida diferente a la que les ha empujado a esas paredes. El Centro de Menores Zambrana, desde el desconocimiento es un reformatorio, pero desde el conocimiento se convierte en un centro en el que ningún detalle está expuesto a la casualidad y mucho menos los que se refieren directamente a sus jóvenes moradores. Se transforma ante nuestros ojos en un edificio multidisciplinar en el que se respiran situaciones y entornos familiares muy difíciles que han sido para muchos de estos jóvenes la mecha que ha encendido la rabia incontenida y el desorden, pero también se revela como un espacio para la ruptura y el deseo de cambio, en el que el robo, las agresiones y el daño al prójimo sean vistos como la forma más abyecta para el crecimiento personal y la vida en común.

Que esos chicos y chicas hagan de sus proyectos de vida un punto y aparte definitivo con esas conductas es un objetivo claro del Zambrana, un centro en el que no se permiten generaciones ni-ni, porque los talleres, el aprendizaje y las obligaciones forman parte de ese camino hacia el cambio, y en el que tampoco hay sitio -si me permiten la licencia- para las generaciones in-in, o sea, las que se rigen por la in-sociabilidad, la in-transigencia y la in-credulidad. Para esos jóvenes, que son también nuestros jóvenes, lo que sí hay sitio es para un futuro diferente y la esperanza. Y nosotros debemos procurar ayudarles, nunca olvidarles y arrinconarles.

rafael@promecal.es