Denota imaginación y sus recursos a la hora de rellenar de anécdotas la historia central son innegables, aunque es obvio que lo que más destaca de esta cinta de animación es el considerable partido estético que ha sacado de las célebres figuritas de Lego, juego que se convierte en la auténtica plataforma visual y creativa de lo que vemos.

Expertos en el cine de animación digital, los guionistas y directores Phil Lord y Christopher Miller confirman los logros que ya demostraban en su interesante opera prima, Lluvia de albóndigas, que dirigieron en 2009 con un éxito tan notable que generó en 2013 una secuela de la que ellos se desvincularon. Aquí recuperan buena parte de su capacidad para adentrarse en un universo infantil no relegado exclusivamente al espectador menudo y aunque hay algunos altibajos en la primera mitad, fruto de un excesivo alargamiento de la trama que tarda demasiado en tomar cuerpo, los inconvenientes no tardan en superarse.

Lo que sí salta a la vista es que a pesar de valerse de nuevo del inevitable esquema del malvado magnate, ambicioso y siniestro, que amenaza con destruir el mundo, logra la suficiente autonomía para no caer de lleno en el tópico al uso. Naturalmente, lo que no falta en el relato es el héroe de turno, en este caso un Emmett cuyo anhelo es convertirse en mega constructor y la habitual corte de aliados y enemigos, sin excluir a la atractiva y valerosa jovencita, Lucy a la que conocemos primero como Supercool. Aunque Emmett es un tipo normal, eso sí con delirios de grandeza, está predestinado no sólo a enfrentarse al pérfido Megamalo, también a salvar a la humanidad del trance terrible en el que la están colocando los villanos.

Con toda esta legión, a la que se suman Batman y Superman, se sostiene el entretenido argumento, que tiene su mejor aliado en los sucesivos homenajes que los directores efectúan a otros géneros, desde el western y la ciencia-ficción a la comedia.