Tragedia de Ribadelago en Zamora: la premonición que se convirtió en catástrofe

La tradición oral sobre un pueblo inundado bajo las aguas como castigo tiene origen en Suiza

Un monje del siglo XII la introdujo en Sanabria, donde se convirtió en premonición del trágico suceso ocurrido hace 65 años

Una niña es arropada con una manta tras la tragedia de Ribadelago.

Una niña es arropada con una manta tras la tragedia de Ribadelago.

José Ferrero Gutiérrez

Cuentan que un buen día llegó a la aldea de Valverde de Lucerna un peregrino pidiendo limosna, y al que nadie atendió, salvo unas mujeres panaderas que estaban cociendo pan en el horno de este pueblo. Estas se apiadaron de él, y lo dejaron entrar en la sala del horno para que pudiera calentarse y saciar su hambre con algo más de masa que pusieron en el horno.

La masa que introdujeron en el horno creció tanto que finalmente el pan se salió del horno y las mujeres, sorprendidas, escucharon de boca del peregrino, que resultó ser Jesucristo, que iba a castigar al pueblo por su falta de caridad: inundaría la aldea, por lo que debían de huir de sus casas para refugiarse en el monte. Seguidamente el hombre clavó su bastón en el suelo diciendo: "Aquí clavo mi bastón, aquí salga un gargallón".

Escultura en homenaje a los fallecidos en Ribadelago.

Escultura en homenaje a los fallecidos en Ribadelago. / LOZ

El agua brotó a borbotones anegando el pueblo de Valverde, salvándose de las aguas tan solo el horno, que conforma la pequeña isla que hay hoy en día en el Lago de Sanabria, cerca de su orilla occidental, donde está Ribadelago. Los vecinos de los pueblos de alrededor quisieron sacar las dos campanas de la iglesia hundida, empleando para ello a dos bueyes que estuvieran bien alimentados. Sin embargo uno de ellos no se había podido alimentar y no pudo sacar su campana del fondo del agua; el bien alimentado sí pudo.

La campana hundida le decía a la otra que salía: "Tu te vas, verdosa / yo me quedo, Bamba; / y hasta el fin del mundo / no seré sacada". Y esta es la campana que "los hombres de bien" pueden oír repicar desde el fondo del Lago la noche de San Juan.

Hay algunas variantes entre las tres versiones de ésta, que parece ser una misma leyenda: en Suíza y en El Bierzo, se hablaba de una maldición por no rendirse ante Carlomagno. En Sanabria el relato toma un carácter religioso al afirmar que fue Dios mismo, en forma de peregrino, quien destruyó el pueblo ante la avaricia y falta de caridad de sus habitantes.

Finalmente, don Miguel de Unamuno elevó la medieval y bella leyenda tejida en torno al lago de Sanabria a categoría literaria en la novela que don Miguel tituló "San Manuel Bueno, mártir" (1930). En ella convirtió el nombre de la ciudad original de Lucerna, en Valverde de Lucerna, con estos hermosos versos: "Campanario sumergido / de Valverde de Lucerna; / toque de agonía eterna / bajo el agua del olvido".

La funesta noche en que se cumplió el augurio

En la fatídica madrugada del 9 de enero de 1959 se rompió la presa de Vega de Tera, que embalsaba 8.000.000 de metros cúbicos de agua que se precipitaron, en rápida cascada de 450 metros de desnivel, sobre el pequeño pueblo que dormía apaciblemente en las altas horas de la noche.

Cuando ocurrieron estos trágicos acontecimientos, muchas personas que conocían de antemano la leyenda del Lago de Sanabria, pensaron en ella porque les pareció una premonición de los acontecimientos del momento.

Con lo que, una leyenda originaria de Suiza, trasladada al lago de Carucedo (en El Bierzo), y desde El Bierzo a Sanabria, se convirtió en aciago augurio de lo que iba a pasar en la madrugada del frío 9-1-1959, en Ribadelago. 144 personas de los 532 habitantes que en ese momento tenía la localidad sanabresa perdieron su vida arrastrados por las aguas.

La leyenda del lago de Lucerna

Una leyenda de Suiza asegura que Lucerna es en realidad una ciudad nueva que se edificó junto al Lago de Lucerna y que en el Lago de Lucerna se halla una ciudad sumergida y destruida por Carlomagno por negarse a rendirse.

Miguel de Unamuno, autor de «San Manuel Bueno, Mártir», donde convierte el nombre original de Lucerna en Valverde de Lucerna, que sitúa bajo el Lago de Sanabria.

Miguel de Unamuno, autor de «San Manuel Bueno, Mártir», donde convierte el nombre original de Lucerna en Valverde de Lucerna, que sitúa bajo el Lago de Sanabria. / José Ferrero Gutiérrez

Aymeric Picaud, el autor del Codex Calixtinus, conocería la leyenda de la Lucerna suiza y la transcribió para su obra" guía de peregrinos a Santiago de Compostela".

El autor del liber Calixtinus, de origen francés, que conocía muy bien la versión original de Suiza, introdujo la leyenda, primero, en El Bierzo.

Homenaje a las víctimas de la tragedia de Ribadelago bajo la escultura en su memoria tallada por el artista zamorano Ricardo Flecha.

Homenaje a las víctimas de la tragedia de Ribadelago bajo la escultura en su memoria tallada por el artista zamorano Ricardo Flecha. / José Ferrero Gutiérrez

De los Alpes al Bierzo

En el año 1109, un monje de la región francesa de Poitou, llamado Aymeric Picaud, inició un viaje acompañando al futuro papa Calixto, Guido de Borgoña, en la peregrinación a Santiago de Compostela. Al terminar el viaje, el monje Aymeric escribió un manuscrito en el que narraba las vicisitudes del viaje.

El libro se hizo famoso y es conocido como Codex Calixtinus. En el cuarto libro del Codex, conocido como el Pseudo Turpín (ya que Aymeric atribuyó, erróneamente, su autoría a Turpin, obispo de Reims, en el siglo VIII), se cuentan las legendarias hazañas de Carlomagno en Hispania. Allí se dice que el Emperador sometió a más de cien ciudades en la península, de las que solo tres opusieron una feroz resistencia, por lo que Carlomagno no sólo las destruyó al conquistarlas, sino que las maldijo, para que quedaran para siempre reducidas a ruinas. Una de ellas era Cápparra (Cáceres); otra, Adania (Idanha a Vella, (Portugal) y la tercera, Lucerna Ventosa.

Muros que se can y agua brotando del suelo

Según la historia que se narra en el Pseudo Turpín, cuando el Emperador ruega a Dios para que le entregue la ciudad de Lucerna Ventosa, los muros de Lucerna se caen y del suelo empieza a brotar un sucio torbellino de agua que inunda la ciudad, convirtiendo el lugar en un estanque de aguas turbias en las que nadan grandes peces negros. Se suele asegurar que Lucerna Ventosa estaba ubicada en El Bierzo, en el Camino de Santiago. Según esta hipótesis, el lago de la leyenda sería el Lago de Carucedo; cuyo presa se formó, realmente, cerca de las minas romanas de las Médulas por el barro desprendido al efectuar el lavado de tierra para encontrar el oro. Hasta aquí, la leyenda vinculada al camino de Santiago. Peregrinación de una historia

Después, el monasterio de Carracedo, también cisterciense y del Bierzo, la aplicó al Lago de Carucedo, que era de su propiedad. En ese momento, aparece en escena san Pedro Cristiano y los monjes de Carracedo.

San Pedro Cristiano, [Rimor (León)-(Astorga, 1156)], fue monje de Carracedo, reformador de San Martín de Castañeda, amigo de Alfonso VII y de san Bernardo y obispo de Astorga. Era miembro de una de las más poderosas familias del Reino: sobrino del obispo de Astorga, Jimeno Eric (1138-1141); hijo de Gutiérrez Eric, merino de Astorga y del Bierzo, que ocupó importantes cargos con Alfonso VI y conocido benefactor del monasterio de San Pedro de Montes.

Por un documento de 1142, se sabe que Pedro Cristiano poseía heredades en El Bierzo, Astorga, La Bañeza y Sanabria. Ingresó en el monasterio de Carracedo, pasando más tarde al de san Martín de Castañeda, cuya restauración le encomendó su amigo, el rey Alfonso VII, quien le concedió notables privilegios. De san Martín pasó al Obispado de Astorga, en 1143. Falleció joven y siempre se le ha dado culto como santo.

El 19 de abril de 1150, el rey Alfonso expidió un documento por el que da "A vos, don Pedro Cristiano […] aquel monasterio de san Martín de Castañeda, con todo su coto y sus pertenencias […] para vivir allí bajo la regla de san Benito; para que lo tengáis con aquella dignidad con que todos han sabido estar […] desde los días de los reyes Bermudo y Ordoño".

Dice el P. Enrique Flórez que "enfriándose (el monasterio de San Martín de Castañeda) el rigor de la primera observancia, lo entregó el emperador, don Alonso VII, a los monjes que florecían en Carracedo, en el año 1150".

Fue san Florencio, abad de Carracedo, el que cumpliendo los deseos del monarca, envió un grupo de monjes, presididos por fray Pedro Cristiano, para poner en marcha la reforma. Fueron estos monjes, venidos de Carracedo a Castañeda, los que trasladaron la leyenda del Lago de Carucedo al Lago de Sanabria; dándole un matiz religioso al relato.