Carlos Saura, el desenamorado de Sanabria

El cineasta volvió a Zamora con la exposición de fotografías que incluía desoladoras imágenes de los años 50

Saura en la Alhóndiga en 2016, junto a una de las fotos de obreros en el comedor de su trabajo en Sanabria.

Saura en la Alhóndiga en 2016, junto a una de las fotos de obreros en el comedor de su trabajo en Sanabria. / Jose Luis Fernández

Marisol López

Marisol López

"El Merlú, ¿qué significa Merlú?". Carlos Saura se había parado frente a la escultura de Antonio Pedrero que recrea la pareja que identifica a la Cofradía de Jesús Nazareno e inquiría a todos los que le rodeábamos, sin encontrar una explicación satisfactoria sobre la etimología de un nombre que tanta curiosidad despertaba en el gran maestro del cine español.

Saura, el desenamorado de Sanabria

Visitantes de la muestra de fotos de Saura en 2016. / Jose Luis Fernández

Era una tarde fría del mes de octubre de 2016 cuando, al fin, culminaba un intenso trabajo para hacer regresar al maestro a Zamora, una tierra de la que guardaba recuerdos nada gratos: "Ciudad de viejas enlutadas y curas", había dicho de ella Eduardo Ducay, el director de cine que, a mediados del pasado siglo, trajo con él a un jovencísimo Carlos Saura como ayudante de fotografía, o de lo que hiciera falta, para rodar un documental que hubiera debido servir para promocionar la llegada de la luz con las presas que se construían en la sierra de Sanabria.

Saura, el desenamorado de Sanabria

Una mujer retratada por Saura en la Sanabria de los años 50 / Carlos Saura

Permaneció un rato así, parado con la cámara colgada al cuello. Un perfil idéntico al que sirve de cartel para la última obra del cineasta fallecido ayer a los 91 años, "Las paredes hablan", un documental que explora sobre el arte urbano. De aquella estancia en Sanabria era conocido que Saura poseía una extensa e impresionante colección de fotografías, un archivo de valor que trascendía lo etnográfico y se aproximaba más a la dramática situación de los habitantes de la comarca sanabresa mientras otros hombres planeaban la cautividad de los ríos que atravesaban sus montes para llevar, decían, la electricidad que alumbraría el progreso. Solo que lo alumbraría lejos de aquellas gentes que mercadeaban en El Puente, que miraban con curiosidad a los recién llegados con sus cámaras con los pies pegados a las calles enlodadas.

Saura, el desenamorado de Sanabria

Un niño en un "Tenedor", fotografiado por Saura en un pueblo sanabrés en los años 50 / Marisol López del Estal

Las imágenes nunca se habían expuesto en la provincia que propició el escenario y el involuntario reparto de protagonistas marcados por la miseria de una posguerra interminable. Hace siete años formaron parte de una exposición de PhotoEspaña que recaló en varias ciudades, entre ellas, Segovia. Pero esas fotos debían llegar a Zamora, una misión nada fácil y que no habría sido posible sin la alianza tejida entre el Ayuntamiento de la capital y, concretamente del que fuera entonces su teniente de alcalde, Antidio Fagúndez, y Caja Rural. LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA participó activamente en el objetivo de que los zamoranos contemplaran, por primera vez, aquellas estampas junto a otras que completaban la muestra "España, años 50" y que, además, tuvieran la oportunidad de conocer de cerca al genio en una sesión del Club que llenó el Colegio Universitario y donde se proyectó aquel documental que viniera a rodar con Ducay. O mejor dicho, los 13 minutos de metraje que había rescatado de la Filmoteca Española el zamorano Guillermo López Krahe, el hijo de otro gran fotógrafo, el zamorano Hepténer.

El film se había perdido en su mayor parte y nunca cumplió las expectativas publicitarias de la hidroeléctrica que lo encargó tras el horror de Ribadelago. Saura, que siempre huyó de cualquier nostalgia porque prefería la rotundidad del presente y la aventura del futuro, parecía redescubrir aquella estancia que a él se le hizo larga y extenuante, mientras repasaba con atención las fotos colgadas en La Alhóndiga.

El público del Club, sobre todo el más joven, quedó igualmente impresionado con la proyección del documental y con el relato del cineasta, que renegaba de una experiencia que le había marcado a fuego. Le costaba imaginar aquel "espacio tercermundista" convertido en paraíso de turismo interior y donde las arruinadas casuchas han dado paso a las segundas residencias de verano para turistas y emigrantes de vuelta en el estío. "¿Pero de verdad no recuerda nada bonito, nada que le gustara de Sanabria cuando la visitó?", preguntaron desde el público. "Nada", fue la tajante respuesta del maestro. Me constan los intentos que se han realizado desde el Ayuntamiento de Puebla para que esas fotos regresaran a la comarca en una exposición monográfica. Pero nunca llegó el momento del regreso, al que le animamos a realizar aquella inolvidable jornada.

"¿Pero de verdad no recuerda nada bonito, nada que le gustara de Sanabria cuando la visitó?", preguntaron desde el público. "Nada", fue la tajante respuesta del maestro

Sin duda disfrutó mucho más en el Hotel NH, con el arquitecto Francisco Somoza de "cicerone". Las joyas de arte moderno y callejero que adornan el interior del antiguo convento y, a la vez, primigenia fábrica de la luz, encandilaron a Carlos Saura. Al cuidado, en todo momento, de su hija Anna, se mostró como un excelente conversador, alejado de cualquier estereotipo de estrellato, como suele acontecer con los grandes de verdad. Desmitificó, por ejemplo, la fama de gruñón de otra leyenda, Fernando Fernán-Gómez, "Al contrario, era correcto y encantado, siempre cumplía a la perfección". No dejaba de tener su gracia que, al preguntarle sobre cómo se las ingeniaba en determinados rodajes para vadear, llegado el caso, el ego de algunos intérpretes, acababa por restarle importancia: "Esa gente del cine...", decía. Y es que Saura hacía películas porque le divertía, aunque su mundo era más amplio: la cultura, el arte, en cualquiera de sus manifestaciones. Ayer, en el día de su muerte, en el Principal representaban ¡Ay, Carmela!, la obra de José Sanchís que él llevó al cine en 1990. La desgraciada historia de Carmela y Paulino que simboliza esa España "difícil, muy difícil" a la que hacía referencia el maestro que, dicen, mejor radiografió los males de este bendito país. Su obra, ya eterna, deslumbra, al mismo tiempo, por su desesperación y su belleza.

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