Jesusa Cifuentes Rodríguez puede presumir de haber cumplido cien años este domingo, tener una amplia familia que la ha acompañado en su fiesta de centenario, y recibir el reconocimiento del Ayuntamiento de Otero de Bodas. A la fiesta de cumpleaños asistieron prácticamente todos sus convecinos de Otero para rendir homenaje a su longeva vecina. Madre de cuatro hijos es además abuela de 10 nietos y bisabuela de 7 biznietos.

El alcalde David Ferrero hizo entrega de una placa conmemorativa de estos 100 años que Jesusa leyó sin gafas y pausadamente ante la admiración de todos los convidados. La nueva centenaria de Otero recibió además un ramo de flores de la concejala Eusebia Lorenzo. Dirigió unas palabras “muchas gracias a todos” mientras entonaban la canción del “cumpleaños Feliz” que comparte con su biznieto que también celebraba sus 5 años.

Jesusa nació un 6 de marzo de 1922 en Otero de Bodas y se quedó huérfana de padre a los 9 años, siendo la mayor de tres hermanas, una pérdida que supuso para la familia que “nos criáramos con el abuelo, que era herrero y nos crio muy bien. Tenía la labor”. Cuando se hizo mayor “fui a segar a la Chana, a los quiñones. Poco fui porque venían cuadrillas. Si el abuelo iba con tres surcos, yo iba detrás con dos, que si al otro día era la fiesta de Calzadilla y había que adelantar”.

El abuelo como nos crio bien no hubo que hacer mucho trabajo y pude ir a la escuela. Antes venía el maestro y nos daba clases. No falté nunca”. Su marido no tuvo esa oportunidad “pero lo entendía todo. No fue al colegio porque se crio en Calzada”. Con 22 años se casó con Antonio que era camionero, oficio que también hacía su suegro. “He vivido en Ferreras de Arriba, tres o cuatro años, luego fue a Villanueva y allí crie a mis cuatro hijos".

El alcalde entrega la placa a Jesusa. | A. S.

A Jesusa le gustaba bailar, pero cuando se casó dejó de bailar porque a su marido no le gustaba, era más de echar la partida. “A mí me gustaba era criar los hijos e ir al baile que no era como ahora, que es de noche”. Reconoce que no pasó fatigas. Recién casada se fue a San Martín de Tábara “allí me adoraba aquella gente”. “Cuando llegaba el suministro que íbamos a recogerlo decían `mira la casillera`”. “Nos daban una botellica de aceite y un kilo de azúcar cada dos meses”.

Embarazada de su primer hijo se volvió a Otero “y el párroco de San Martín me dio una buena limosna para que me cuidara cuando naciera la niña. Se llamaba don Miguel y no olvidaré nunca lo que hizo. Yo vivía en la casilla que estaba apartada del pueblo, como de aquí al cuartel”.

Cuando la familia se trasladó a Ferreras de Arriba, al poco tiempo trasladaron al párroco “y yo nunca lo falté, fuimos a misa, mis hijos. Lo que es la vida”. Ha vivido toda la vida en el pueblo, donde uno de sus hijos regentaba el bar hasta que se jubiló. Su marido le llevaba la comida y le ayudaba a limpiar el establecimiento “y cuando volvía me decía ¡tienes mozo para rato!”.

Se considera una buena vecina y generosa. A su pueblo “ya le he dicho que muchas gracias a todos”. Su mayor pesar “lo llevo muy atravesado y muy mal” el inesperado fallecimiento de su marido.