En el mejor de los casos, cuando Julio Enrique Mielgo Peña vuelva a su casa puede que se la encuentre cubierta de ceniza, pero en pie. En el peor de los escenarios, este sayagués residente en La Palma corre el riesgo de que la vivienda quede engullida por el torrente de lava. Todo dependerá del desplazamiento de la colada y la evolución del volcán de Cumbre Vieja que ha pillado de lleno a este zamorano, profesional sanitario, establecido en la isla canaria desde hace 30 años y obligado a salir “con una mochila”. La lengua candente se extiende peligrosamente por la playa, cada vez más cerquita de su casa. “Lo importante es que sale vivo, estás bien. Lo demás se irá arreglando” expresa con admirable serenidad. La procesión va por dentro.

Julio cuenta los intensos vividos desde la tranquilidad de su casa Almeida de Sayago, a donde ha vuelto para estar con su madre y disfrutar de unos días de vacaciones en la Península. Cuando se reincorpore a su trabajo, en un centro de salud de Santa Cruz de la Palma, se alojará en un apartamento alquilado por un compañero por un tiempo que nadie sabe. “No volveré en meses, hablan de tres los que puede durar la erupción, luego hay que esperar a que se enfríen esos ríos de lava, hacer las carreteras. Y todo confiando en que la casa se salve. Estaré medio año mínimo sin pisar por allí, ya me he mentalizado”.

Estaré por lo menos medio año mínimo sin pisar por mi casa, ya me he mentalizado

Su hogar, en Puerto de Naos, se encuentra a unos 4 kilómetros en línea recta del volcán. Desde el día de la erupción este municipio costero es un pueblo fantasma, todos sus vecinos tuvieron que salir precipitadamente cuando, poco antes de las 3 de la tarde del 19 de septiembre, el volcán despertó. “Antes hubo ese enjambre de movimientos sísmicos que yo no llegué a percibir físicamente. Hasta ese día que explotó. Estábamos en preaviso, habían evacuado a personas mayores y con dificultades de movilidad, nos habían informado el día a antes de los lugares a donde ir en caso de emergencia y aunque nos habían dicho que tuviéramos preparada una mochila con lo básico, cuando llega el momento no te da tiempo a pensar mucho. Te quedas como en shock”.

Julio Mielgo junto a su madre, Marta Peña, en Almeida de Sayago I. G.

Ese día Julio estaba en casa, a punto de comer, “preparando una ollita con una crema de calabacín, cuando me avisa la vecina. Me dice, mira ya abrió. Ya ni comer ni nada, todo se quedó allí, la nevera llena, mis cosas, todo”. Desde Puerto de Naos era perfectamente perceptible la furia de Cumbre Vieja mientras un equipo de Protección Civil avisaba con altavoces de que había que salir. “Yo tenía preparada una mochila con unas mudas, un pantalón y poco más. La mala suerte fue que el coche estaba en el taller y tuve que irme con la moto” recuerda sobre aquella apresurada evacuación entre la humareda y la lluvia de ceniza.

Estaba en casa, a punto de comer, cuando me avisa la vecina. Me dice, mira ya abrió

A diferencia de otras personas que se dirigieron hacia los centros habilitados para refugiarse, el enfermero zamorano prefirió el destino más seguro de Santa Cruz de la Palma, donde trabaja, al otro lado de la isla. “Cogí la moto y al subir hacia la cumbre la carretera de Todoque estaba cortada, cogí la de la costa hacia Tazacorte, ahora también cortada, subí a Los Llanos para coger la cumbre”. En medio del asombroso rugido que generaba el volcán, este sayagués sorteó largas colas de vehículos de palmeros que, como él, abandonaban sus casas casi con lo puesto y sin saber si volverían a verlas. Pendiente en todo momento de las noticias, Julio buscó una pensión en Santa Cruz de la Palma, donde solo pudo quedarse cinco días porque estaban todas las habitaciones reservadas. La solidaridad de los compañeros ofreciendo sus casas no se hizo esperar. “En general la gente evacuada se está arreglando con familiares, amigos que ofrecen segundas viviendas. Yo al principio estaba un poco reacio hasta ver cómo iban las cosas, pero esto es tremendo, no hay una solución inmediata, así que acepté la acogida de un compañero, Javier, que ha sido una bendición” cuenta Julio emocionado.

Recordaré que vi un volcán, recordaré que ese volcán me echó de mi casa y que un amigo me acogió en la suya

Una vez asumido que ni podrá volver a su casa ni sabe lo que será de ella, Julio se instalará en un apartamento “y ya veremos, a Puerto de Naos de momento no ha llegado la lava, pero ...”. Desde que la abandonó no ha vuelto. “Hay gente que ha ido a buscar cosas, pero yo qué hago con ellas, a dónde las llevo. No dejan de ser cosas. Más que los enseres lo que más duele son los recuerdos. Es que dejas tu casa y dejas mucho de tu vida” expresa afectado este sayagués. “Allí ahora todo es tristeza, dolor, mucha pena”.

Julio Mielgo en Almeida de Sayago I. G.

Julio, al lado de su madre, Marta, que tantas veces ha ido a La Palma, siguen muy pendientes de la isla. “No he visto escenas de pánico, la gente está muy triste pero contenida, como son los palmeros” cuenta el enfermero. “Se parecen un poco a nosotros los sayagueses en ese sufrimiento. Toda la vida trabajando, se quedan sin nada y a volver a empezar. Ves esa cara de resignación de la gente que lo ha perdido todo, me da mucha pena” relata Marta quien, de no haber pasado lo del volcán, estaría en La Palma donde pensaba pasar unos meses junto a su hijo. “Siempre me he sentido muy bien allí” cuenta la sayaguesa.

La Palma está a 2.000 kilómetros, la vemos lejos pero ellos ahora necesitan sentir que estamos cerca

“Hay que echar una mano, ayudar cada uno como podamos. La Palma está a 2.000 kilómetros, es una isla pequeñita, la vemos lejos pero ellos ahora necesitan sentir que les tenemos cerca” reflexiona el sanitario sin obviar el “gran trabajo que están realizando los servicios de emergencias, Protección Civil, la Guardia Civil, la UME. Es impresionante”. También la legión de científicos e investigadores que siguen de cerca la evolución del volcán en esa isla “maravillosa”.

En unos días Julio Mielgo volverá a su isla, a su trabajo, al lugar donde ha hecho su vida y donde nacieron sus dos hijos. Aunque sayagués de pura cepa, y a mucha honra, cuenta que La Palma le ha dado mucho y ante semejante tragedia, cuando te quedas con lo puesto, afloran gestos imborrables como el de un compañero que te abre su casa y te lo da todo. “Cuando Javier fue a llevarme al puerto para embarcar a Tenerife y desde allí tomar el vuelo a Madrid le dije: recordaré que vi un volcán, recordaré que ese volcán me echó de mi casa y recordaré que un amigo me acogió en la suya”.