Una semana después de sufrir el furioso ataque de un enjambre de avispas, a Antonio Esteban todavía le tiembla la voz mientras cuenta el episodio que pudo costarle la vida. Solo la rápida intervención de dos vecinos le salvó de morir asfixiado a unos 500 metros de su casa, en Villardiegua de la Ribera.

Como todos los días Antonio volvía de dar un paseo con su perra, Galafi o Gali según cuadre. Esta vez, atendiendo la sugerencia de su mujer, Avelina, había tirado hacia la otra punta del pueblo, donde tiene una finca. Sobre las 11.30 de la mañana entraba ya en Villardiegua cuando las avispas alojadas en una pared de piedra atacaron a este pastor jubilado en el cuello y en la boca. Él se señala la comisura de los labios pero, a juzgar por lo que se desencadenó después, el bicho habría entrado aguijoneándole la lengua hasta provocarle casi la asfixia.

"Me picaron y yo venga darles con la gorra; primero noté algo en un labio y luego una avalancha de ellas en el pecho". Es de lo poco que recuerda Antonio pues, unos metros más adelante, Agustín Marcos y su mujer Pilar ya vieron cómo el hombre se tambaleaba. Lo sujetaron como pudieron mientras se incorporaba al auxilio el cura del pueblo, Miguel Bártulo, que jugaba con la perra de Antonio y unos gatos sin percatarse de nada. "Me dice Pilar, ven que a Antonio le ha dado un mareo" cuenta el sacerdote.

Ya no dio tiempo a nada. El hombre se desvaneció del todo mientras Miguel y Agustín lo tumbaban en el suelo. "Ya no respiraba, empezamos a darle masajes y a abrirle la boca pero nada". Entre tanto el cura se puso a llamar al 112. "Les dije, a una persona le ha picado una avispa en la boca y se está asfixiando". Mientras se activaba la emergencia, con el médico y la enfermera de guardia de Bermillo en camino y un helicóptero volando desde León, una médica daba instrucciones por el teléfono y los dos vecinos hacían lo que podían para que Antonio reaccionara. "Le soplábamos en la boca, le sacamos la dentadura y apartando la lengua abrí la boca todo lo que pude pero no había manera. Yo creía que se nos iba" cuenta el sacerdote.

Fueron momentos angustiosos. Agustín masajeando el pecho y Miguel haciéndole el boca a boca hasta que "a los dos o tres minutos le entró aire, empezó a respirar un poquitín, muy tímidamente; después vomitó dos veces y ya empezó a coger color y a reaccionar". Le pusieron una almohada y le taparon.

Todo un improvisado protocolo de primeros auxilios que resultó determinante para la vida de Antonio. Y también toda una muestra de solidaridad y apoyo entre los vecinos. "Por pocos que seamos en los pueblos está muy clara la idea de que hay que ayudarse unos a otros" incide Miguel Bártulo.

Y así fue. Porque al auxilio inicial se fueron sumando más personas. En seguida llegó el médico de Bermillo, don Fernando, con la enfermera. "No tardaron nada pero todo fue tan rápido que cuando quisieron venir Antonio ya estaba recuperando un poquito" cuentan los protagonistas de esta historia, sin dejar de reconocer "la rapidez de los servicios sanitarios".

Cuando le administraron la medicación Antonio empezó a ver la luz. "Me pincharon en el brazo y me dolió tanto que me espabilé" recuerda el hombre ya recuperado de las picaduras aunque no del susto tremendo. "Madre mía, casi no lo cuento" confiesa mientras agradece casi con lágrimas en los ojos la actuación de sus vecinos.

Porque la gravedad del caso llevó a movilizar el helicóptero del 112, que aterrizó en la explanada al lado de la iglesia, a pocos metros de donde todo ocurrió. Un vecino con un trapo rojo señalaba desde la iglesia el lugar donde debía posarse el aparato.

A esa hora por fortuna Antonio se estaba recuperando y fue enviado en ambulancia medicalizada al Complejo Asistencial de Zamora donde permaneció unas horas hasta que le dieron el alta por la tarde. "He vuelto a vivir" contesta cuando le recuerdan el susto. "Si me pilla en campo, adiós"