Síguenos en redes sociales:

«Mientras podamos, en casita»

Amparo Becerril y José Manuel Esteban, de Las Enillas, alaban el servicio de ayuda a domicilio, un apoyo cuando las fuerzas flaquean l Tania Palma lo presta en Pereruela

«Mientras podamos, en casita»

«Mientras podamos, en casita». Amparo Becerril no lo duda ni un momento, y como ella muchos mayores que se resisten a abandonar su hogar cuando los años se van metiendo y las fuerzas fallan. A sus 83 años Amparo vive con su marido, José Manuel Esteban, que muestra unos envidiables 90 años, en su casa de Las Enillas. No es cualquier pueblo. Apenas una docena de personas mantienen la vida de este coqueto anejo de Pereruela donde no queda nadie en edad productiva, los últimos niños se criaron allí hace 30 años y el médico no pasa consulta, «dicen que no hay suficientes cartillas». Ni siquiera ha estrenado el nuevo consultorio porque no tiene contador. Y la enfermera acude una vez al mes, aunque con la huelga se ha prolongado la ausencia. Eso sí, pasando frío ella y los pacientes hasta que llegue la corriente eléctrica. «Es que no puede poner ni un radiador» apuntan.

«Si hay una urgencia vienen» aclara el señor, pero las recetas, una vacuna, un catarro o cualquier dolencia pequeña les obliga a trasladarse a Pereruela en taxi o por el favor de algún vecino que todavía conduce. Tampoco les falla la mano de algún vecino joven que tiene allí la casa y están trabajando en Zamora. «Son muy buenos».

«Cuando vienen los hijos aprovechan para hacer las recetas y tenemos las medicinas para dos meses». Así se van apañando. Lo que no puede eludir el matrimonio es el viaje mensual a Zamora para que Amparo se haga el control del sintrón. Un desplazamiento en taxi les cuesta 40 euros (20 de ida y 20 de vuelta), nada desdeñable para la modesta pensión de José Manuel.

Mejor atendidos están en los asuntos eclesiásticos, con una misa a la semana (alternando sábado y domingo), o en el abastecimiento de la casa. No falta el panadero todos los días y los vendedores ambulantes «traen de todo». Y hay coche diario a Zamora, otra cosa es que cuadren los horarios.

Dedicados toda la vida a trabajar en el campo, «tenemos los brazos machacados, no alcanzamos a las cosas» cuenta la señora. Y a pesar de que los dos se apañan todavía con cierta soltura „es el primer año que José Manuel no siembra nada en el huerto„ reciben el apoyo de una asistente social. Amparo y José Manuel son usuarios del servicio de ayuda a domicilio. Ahora es Maruja Marcos quien acude tres horas a la semana para «dar una vuelta a la casa y lo que necesiten» cuenta. «Me friega los baños, los suelos, limpia los cristales... nos viene muy bien esta ayudita» reconoce Amparo. Porque ninguno de los tres hijos vive allí, se marcharon a Madrid en busca de mejores oportunidades. «Ellos veían que ya no podíamos como antes y nos dijeron que solicitáramos la ayuda; preparamos los papeles, vinieron las Ceas (Centros de Acción Social de la Diputación), luego tuvimos que ir a Zamora y en seguida nos lo dieron».

Maruja acude al hogar del matrimonio dos horas los lunes y una hora los jueves. Un tiempo que también sirve a los ancianos para charlar con ella, cambiar un poco la rutina de una vida que en pueblo se hace más dura en el invierno. «Cuando hace bueno salimos las vecinos al sol y estamos entretenidas» cuenta Amparo. Pero el frío recluye a cada uno en su casa y hay días que Maruja es la única persona que atraviesa el umbral de este hogar en Las Enillas.

«Ellos son muy agradecidos» cuenta la asistente social, que compagina esta casa con otra en Pueblica de Campeán. «Amparo y José Manuel se valen ellos pero hay personas a las que tienes que levantar, asear o ayudarles a acostar». Incluso con señoras que viven solas y tienen dificultades de movilidad, sales a comprar las cosas o les llevas al médico».

Maruja, que es madre de dos hijos y atiende al ganado en casa junto a su marido, se desplaza desde su pueblo, Arcillo, para la atención domiciliaria. No es el caso de Tania Palma, residente en Pereruela donde acude a dos casas. En este Ayuntamiento, con nueve anejos más Pereruela, trabajan cinco mujeres contratadas por una empresa del servicio de ayuda a domicilio que presta la Diputación.

Tania, peruana casada con un perigüelano y madre de un niño de seis años, confiesa absoluta vocación por la atención a los mayores y dependientes. Como enfermera, adquirió experiencia en Perú donde trabajó con mayores discapacitados y tuvo una escuela fundamental en el cuidado de su padre. «Me gusta atenderlos, limpiarlos, después friego la casa, hago un poco de todo».

«¿Tomaste el desayuno, las pastillas, cómo dormiste?» y Magdalena le cuenta. La señora, con una discapacidad, recibe la ayuda semanal de Tania y así puede mantenerse en casa y eludir la temida residencia. «La mayoría de las personas no se quieren ir de sus casas, echan de menos sus costumbres, sus comidas, la vida que siempre han llevado» cuenta la trabajadora social. Por eso, la ayuda a domicilio evita y en muchos casos retrasa la salida del hogar. Y por otro lado ofrece una oportunidad laboral a las mujeres en edad de trabajar que viven en los pueblos y quieren continuar en ellos.

Es el caso de Tania, encantada con su familia en Pereruela donde se asentó hace siete años. «Tengo cinco horitas pero si fueran más, mucho mejor» se sincera. «Este trabajo me encanta y las personas son muy agradecidas. Hablas con ellos, yo les cuento cosas de mi país, ellos a mí, les leo y a veces también les hago rabiar» dice entre bromas.

Numerosos ancianos y dependientes se vienen beneficiando de un servicio que también ha sufrido los rigores de la crisis debido a los recortes en la Ley de Dependencia. Usuarios y trabajadores no ocultan temor a las repercusiones que pueden tener en una prestación que ha demostrado sobrada eficacia.

«Esto es una cosa muy buena» resume Amparo Becerril.

Pulsa para ver más contenido para ti