La Junta de Castilla y León y la Generalitat de Cataluña acaban de recibir el informe definitivo de varios expertos donde «creemos demostrar» que el claustro promovido por el anticuario zamorano Ignacio Martínez es «sin duda, de la Catedral Vieja de Salamanca». El historiador del arte Gerardo Boto (redescubridor de las galerías hace año y medio) y el profesor de Cristalografía de la Universidad de Barcelona Mario Vendrell exponen «pruebas materiales» y «datos históricos y formales» en una larga argumentación que ayudará a la dirección general de Patrimonio de la Junta a valorar actuaciones como la posible reclamación del conjunto, hoy en una finca privada de Palamós, en Gerona, que ya expresó semanas atrás como posibilidad el director Enrique Sáiz.

La mayor parte de los razonamientos utilizados por Boto y Vendrell no son nuevos. Meses atrás, el historiador de la Universidad de Gerona expuso en un congreso en Lisboa los dos pilares fundamentales de su argumentación: las medidas del claustro «encajan» en el espacio que desde el siglo XVIII ocupa el claustro neoclásico de la Catedral Vieja de Salamanca y la documentación sobre los antiguos restos de las galerías románicas, posiblemente almacenadas en el jardín del claustro desde su desmontaje en 1785. En cuanto a Vendrell, el arqueólogo fue el miembro disidente de la comisión organizada por la Generalitat de Cataluña al defender que una parte de las piezas del conjunto tiene una antigüedad «secular» y, por lo tanto, contradecir la conclusión de aquel informe que abogaba por una «recreación historicista» elaborada en el siglo XX.

Sin embargo, el informe -que consta de 25 páginas- desentraña algunos aspectos interesantes que avalan la autenticidad del conjunto, por un lado, y el posible origen salmantino, por otro. Junto a Pilar Giráldez, Mario Vendrell detalla el análisis de 20 muestras de piedra, pátinas y recubrimientos. El arqueólogo confirma que se trata de un «gres silíceo formado por granos de cuarzo y feldespatos», características que corresponden con precisión a las rocas «areniscas de Cabrerizos», que se explotan en Villamayor. Esta conclusión deja fuera, de forma definitiva, la cantera zamorana de Jambrina como posibilidad.

Una de las apreciaciones más interesantes radica en la consolidación de las piezas (fustes, basas o capiteles) con «la aplicación de una lechada de cal de tamaño de cristal», una «técnica ancestral». Por la profundidad de esta sustancia, Vendrell concluye que no pudo aplicarse, en ningún caso, a principios del siglo XX, como defienden los expertos contrarios a la autenticidad del conjunto.

Asimismo, el profesor de la Universidad de Barcelona se hace eco de unas «incisiones de sección decreciente», «canales» por donde verter cal o yeso para garantizar la mejor unión de las piezas. «Esta es una práctica medieval» viable «cuando se construye con mortero de cal o yeso» pero «no con los morteros hidráulicos que probablemente se hubieran utilizado en una recreación del siglo XX». En los fustes, gracias a las piezas que están desperdigadas junto al claustro en la finca Mas del Vent, se puede apreciar «un alojamiento de sección rectangular para ubicar una piedra tallada que encaje con el agujero». Según Vendrell, «en el siglo XX esta conexión se suele hacer con una espiga de hierro».

Más interesante parece aún el análisis de las marcas de «erosión» solo provocadas «cuando circula agua». Como esas señales aparecen en piezas alojadas bajo los arcos y el claustro estuvo montado en Madrid y ahora en Gerona, cabe deducir que «anteriormente (el claustro) estuvo montado en algún otro lugar donde las piezas perdieron la protección del arco por un periodo largo, alrededor de un siglo», añade el experto. Por último, Vendrell también ha detectado en las zonas más protegidas de los capiteles «restos de una pátina de color marrón», «una mezcla de cal, arcillas y un compuesto orgánico actualmente degradado» que «no pueden ser del siglo XX».

La segunda parte del trabajo es un estudio sobre la «cronología y origen» de las galerías. Aquí, Gerardo Boto trata de desmontar los argumentos vertidos por el dictamen oficial de la Generalitat y los defendidos por el arquitecto segoviano José Miguel Merino de Cáceres, principal deudor de la falsedad del conjunto. En su exposición, Boto expone que el claustro románico de la Catedral Vieja de Salamanca se construyó con el «pie capitolino» como medida básica y que esta modelo métrico es el mismo utilizado en Palamós.

A partir de ahí, el profesor de la Universidad de Girona se remite al documento de 1783 sobre el desmontaje del claustro románico salmantino. Aquel testimonio escrito refleja que «todas las piezas eran de piedra de Villamayor» y que «solo algunas estaban dañadas, la inmensa mayoría se encontraban bien y el conjunto tenía que ser desmontado con el mayor cuidado y aprovechamiento». Como el Cabildo cambió de decisión al aceptar la propuesta de levantar una construcción neoclásica acorde con los gustos de la época «el material quedó en un lugar del que no tenemos constancia».

Los dos conjuntos, en «pies capitolinos»

En una larga y compleja explicación, Gerardo Boto muestra cómo los dos conjuntos (el de Palamós y el de la Catedral Vieja de Salamanca) se construyeron en «pies capitolinos», que «no era la medida más habitual».

El claustro «encaja» en Salamanca

Las generosas medidas del claustro de Ignacio Martínez «casan» con el antiguo emplazamiento que ocupó el claustro románico de la Catedral Vieja. Además, Boto defiende que no hay ninguna pieza de Salamanca aunque desapareciera el conjunto, como sí la hay del resto de claustros desaparecidos. Estas evidencias, físicas y de tipo histórico y formal, llevan a estos dos expertos a concluir el origen salmantino del conjunto.

Marcas de desgaste por el agua

Una de las nuevas claves radica en las marcas generadas por la exposición al agua de algunos capiteles. Como en Palamós ni en Madrid estaban colocados bajo la protección de los arcos, los expertos señalan que la erosión tuvo que producirse en un emplazamiento anterior. Señalan a Salamanca, donde las piezas del claustro de la Catedral Vieja se desmontaron en el siglo XVIII.

Incisiones de «tradición ancestral»

Además de identificar un tipo de mortero que «ya no se hacía en el siglo XX» para unir las piezas, también han detectado «incisiones» propias de la Edad Media para que dicho material pudiera penetrar mejor en las piezas y soldarlas con mayor contundencia.