La cercanía a la Semana Santa hace unas jornadas -hoy ya insertos de lleno en ella- me avivó una reflexión que he venido considerando los últimos años en relación a nuestros días de Pasión. Creo que ciertas actitudes de algunos semanasanteros y muchos zamoranos denotan que el contexto de la Semana Santa popular es algo ordinariamente tan ajeno a su vida cotidiana que evidencian, desde luego la mayoría sin mala voluntad, algunas lagunas que es bueno abordar. Convencido de que todo se educa, precisamente en virtud de la referida benevolencia, considero que conviene recordar algunas cuestiones importantes que no hemos de perder de vista y que mayoritariamente discurren por el terreno del sentido común finisecular. De ahí estos siete criterios a modo de guía para no perderse en la Semana Santa de Zamora.

Uno. Los días de la Semana Santa llevan el apelativo "Santo" (Lunes Santo, Martes Santo?) salvo el Domingo de Resurrección, mientras que en la semana previa se emplea la expresión "de Pasión" (Miércoles de Pasión, Jueves de Pasión) con excepción del viernes y domingo, que se denominan "Viernes de Dolores" y "Domingo de Ramos". Así pues, no existe el Sábado de Dolores, sino el Sábado de Pasión, y ni mucho menos la zafiedad de "Jueves del traslado".

Dos. Sobre el recogimiento o de cómo ver la procesión. Una procesión no es una simple puesta en escena, no es un teatro callejero, no es un espectáculo. Dado que no estamos contemplando una actuación, hemos de entender que no vale cualquier forma de ver la procesión ni cualquier modo de salir en ella. Se requiere respeto al silencio, al menos empatizar con el clima de recogimiento y oración que transmiten las procesiones, discreción en los saludos, coherencia en las formas de ver y procesionar con el sentido de duelo que manifiestan. De ahí la improcedencia del botellón, de las pipas durante el estricto paso de la procesión.

Tres. Discreción vs. vedetismo. Nuestra ciudad no destaca por cuestiones políticas, económicas, geográficas, no sobresale por ningún deporte, por ser un enjambre de la cultura, por la investigación clínica. Pero sí lo hace por la Semana Santa. Este hecho nos conduce naturalmente a hacer exaltación de ella, y a veces podemos caer en el abuso. El humorista gráfico Tostón nos regaló durante algunos años en la contraportada de " La Opinión-El Correo de Zamora" viñetas geniales criticando el vedetismo, el figurar, la mostración, el "postureo" en nuestra Semana Santa. Al final lo que se expone sin mayor pudor acaba siendo contradictorio con una de las características identitarias y esenciales de nuestra Semana Santa: el recogimiento. Por ello es adecuado evitar toda ostentación, personal y colectiva. Conviene evitar los traslados de las mesas -también de los enseres- cuando más gente hay en la calle y en las horas más concurridas, cuando más se hace ver. Y desde luego es impropio hacerlo como si de una procesión se tratara, con público incluso. No es comprensible que se traslade una mesa a un paso más relajado aún que el de procesión. Esto rompe el clímax de misterio que de alguna manera tiene una procesión en tanto que acción sacra.

Cuatro. Oportunidad (1). Las túnicas y hábitos. Cada cosa es para lo que es, y algunas además representan a un colectivo que siempre es mayor que la propia pertenencia sobre ellas. Que una persona sea dueña de una túnica no le legitima para usarla de cualquier modo, ni para sacarla como disfraz en carnaval, ni para hacer ostentación de ella fuera de la procesión o de la propia coyuntura de la cofradía. No es una simple vestimenta, sino una prenda con carácter simbólico que representa a un colectivo con una finalidad determinada. Es improcedente usarla para otros fines distintos de éstos. Por esto no es adecuado irse de bares con la túnica puesta -siempre se puede llevar del brazo o guardar en una bolsa-, ni exhibirla como una prenda de pasarela. Mucho menos emplearla como reclamo publicitario en bares y comercios. Cumplida su finalidad en la procesión, lo oportuno es guardarla o al menos llevarla con discreción y decoro. Este mismo criterio es aplicable a otros enseres, e incluso al patrimonio musical. Desde luego no procede tararear marchas de Semana Santa en el fútbol o fuera de su contexto propio, bajo riesgo de banalizarlas.

Cinco. Oportunidad (y 2). El medallón. Asimismo el medallón tiene el mismo carácter simbólico y de referencia a un colectivo. Su finalidad está en su empleo en la propia procesión y, en el extremo, en los actos propios de las cofradías. Por esta razón no es oportuno portarlos por la calle fuera de estos actos y menos aún exhibiéndolos públicamente. Lo he visto esta cuaresma tres horas después de haber tenido lugar la imposición de medallones a nuevos hermanos. El medallón no es un collar ni un adorno cualquiera.

Seis. Los aplausos. Estos son inequívocamente una muestra de aprobación, ánimo, reconocimiento. Sin embargo, si estamos de acuerdo en que la Semana Santa popular zamorana es austera y destaca por su recogimiento, desde luego estas actitudes se dan de bruces con los aplausos. Más aún con jalear. Desentonan las muestras de exaltación familiarista y fraternalista en las puertas del Museo de Semana Santa a la entrada de los pasos. Están de más los conatos de aplauso tras algunos momentos cumbre de las procesiones como los cantos del "Miserere" o "La muerte no es el final", la reverencia de La Congregación o de los pasos del Vía Crucis en la plaza de Belén, la culminación de Balborraz por parte de la Virgen de la Esperanza o su ingreso en la Catedral... Nada de esto es un espectáculo en sí mismo sino parte de la procesión una y única. Por eso nadie aplaude porque sí en medio del desarrollo de la procesión.

Siete. La procesión no es mero teatro. Al margen de la vivencia personal de fe de cada cofrade y de cada persona que espera en la acera, una cofradía es una asociación pública de fieles cristianos y, por tanto, la procesión es una manifestación pública de la fe católica. Todo lo que se oponga a ello está fuera de lugar, y todo lo que sea coherente cabe como su lugar natural. Conviene saber dónde estamos. Considerar una procesión como un espectáculo callejero es reducirla y, consecuentemente, desprestigiarla y precipitar su deterioro. Del mismo modo que lo es valorar principalmente que el desfile haya resultado estéticamente redondo. En este sentido los espectadores no son simple público sino participantes desde fuera del acto procesional que se celebra. Ya en el extremo, si cualquiera de los cofrades que desfila no es creyente y entiende la procesión como mero teatro, es indispensable que al menos sepa estar e interprete bien su papel. Para todos los demás, cofrades y espectadores, la procesión es un espacio oportuno para la emoción estética, para la elevación del espíritu y sobre todo para la oración personal y colectiva. Un espacio y un tiempo que invita a cofrades y espectadores a dedicarse cinco minutos a uno mismo, bien en el anonimato del caperuz, bien durante el paso de la procesión, para hacer un repaso del año transcurrido desde la anterior Semana Santa y vincular lo que uno ha vivido, bueno o no tan bueno, con la imagen sufriente y a la postre victoriosa de Cristo o María que procesiona. ¡Feliz Pascua!