El barrio de Olivares, a la orilla derecha del Duero, y su iglesia de San Claudio son puntos cardinales en la noche del Miércoles Santo en Zamora. Del templo, a media noche, sale la procesión de la Hermandad de Penitencia, conocida popularmente como las Capas Pardas, debido al atuendo que llevan los cofrades. Las capas de paño pardo, ricamente adornadas, se convierten en hábito para una cofradía nacida, ahora, hace 60 años, dentro de la corriente impulsada por Dionisio Alba. El mundo rural, y en concreto el de la comarca de Aliste, fue la inspiración para una procesión que caló rápidamente entre los zamoranos y que hoy se ha convertido en una de las estampas clásicas de la Semana Santa zamorana a nivel internacional.

Esa supuesta austeridad de las Capas Pardas reviste, sin embargo, como en la Penitente Hermandad de Jesús Yacente una rica y perfecta puesta en escena, casi "a juego", podría decirse, con la belleza del templo sede de la cofradía. La primera referencia de San Claudio de Olivares es de 1176, aunque diversos autores la consideran el templo románico más antiguo de Zamora. La portada es lo más destacado, en el muro norte, "rematada en tejaroz sostenido por cabezas humanas que conservan el color negro original de sus ojos", tal y como lo describe el historiador Jorge Juan Fernández. La puerta tiene tres arquivoltas de decoración profusa, con grupos vegetales, animales y con una representación alegórica de los meses del año según las tareas agrícolas que realizan los personajes labrados. Los capiteles que sostienen las columnas en el interior son, asimismo, "los mejores de Zamora capital", en opinión del mismo experto: grifos, unas fauces de león de cuyas fauces surgen racimos, arpías entre volutas y leones, otro que representa a Sansón?Hacen que la iglesia se convierta en visita obligada. Pero, sobre todo, destaca el más famoso por su belleza que representa a dos centauros luchando con lanzas que aún conservan restos de policromía, mientras en los laterales aparecen un dragón de cabeza humana y una sirena de larga cabellera. Entre esta riqueza tallada en piedra recibe culto el Cristo del Amparo, obra anónima e imagen titular de Las Capas, cuya factura se presta también a esa estética rural que persigue la procesión.

La presencia del Duero, cuyo murmullo resulta audible en el silencio que acompaña tanto la salida como la vuelta de los hermanos, es constante en todo el barrio.

Muy cerca se encuentran otras construcciones medievales, las aceñas o molinos que fueron propiedad del Obispado. Los tres ingenios que sobreviven al paso del tiempo, puesto que su origen data del siglo IX, fueron restaurados por los arquitectos Pedro Lucas del Teso y Francisco Somoza, que recibieron una mención especial en los premios Europa Nostra en 2008. Representan el primer ejemplo de arquitectura industrial en la ciudad. El nombre aceña deriva del árabe, "as-saniya", que significa molino harinero de agua. Su actividad fue muy relevante desde el punto de vista económico ya que la fuerza del agua se aprovechaba para labores diversas, desde la molienda al tratamiento de pieles en el batán que contenía una de ellas. Las tenerías y la producción artesana de cerámica, hoy ya desaparecida, conformaban la actividad de un barrio nacido a principios del siglo XII, casi al mismo tiempo que se levantaba la iglesia. La cercanía del Duero dota de una personalidad propia a esta zona de la ciudad, pero sus relaciones con el río no siempre han sido amables ni fructíferas. Ha sufrido varias veces las inundaciones del río, la última en la década de los 60 y la más grave en 1586, con resultados catastróficos.