Ya en el siglo XVIII muchas instituciones religiosas entraron en crisis, no solo por la irrupción del racionalismo. De entre ellas, las cofradías posiblemente fueron las que más la acusaron. Eran muchas y pocos sus cofrades, de manera que tan solo una pequeña parte sobrepasó el umbral del siglo XIX. Las cofradías habían sido, durante la Época Moderna, las encargadas de administrar la fraternidad ante la muerte, o dicho en palabras de hoy, una suerte de mutualidades funerarias, semejantes a los modernos seguros de decesos, que paradójicamente habrían de imitar la costumbre de pagar el entierro en vida. Estos fines periclitaron en el siglo XIX, quedándose con una única función: rendir culto a sus titulares, celebrando a propósito una solemne procesión anual, y en el mejor de los casos un ejercicio piadoso (novena o cualquier otro). Este modelo ha tocado fondo, y no parece haya recambio, aunque todavía hoy mucha gente, curas incluidos, ignorando sus antiguos fines, proponga recuperarlos, aunque lo sensato sería "reformularlos", porque es evidente que la sociedad en la que nacieron, nada tiene que ver con la actual.

Los cambios experimentados por las cofradías en la segunda mitad del siglo XIX vinieron a coincidir con el momento en el que Zamora nace como realidad política, y el romanticismo encumbra los ritos de la cultura festiva tradicional a la categoría de señas de la identidad local. Se inició a partir de entonces un proceso que lentamente habría de desdibujar sus raíces eclesiales, transformándolas en cultura. Este proceso semeja, metafóricamente hablando, a un palimpsesto, es decir, a un manuscrito que intencionadamente se hubiese borrado, para reescribir algo distinto, pero en el que al trasluz aún se ven los restos de su escritura original. Esos restos borrosos, apenas hoy visibles, son los símbolos del cristianismo -las imágenes- con los que se celebran las procesiones, reducidas a un espectáculo coral de exaltación de la cultura popular zamorana, no el memorial sagrado que actualiza la Pasión de Jesús de Nazaret, y en el que sus protagonistas, los cofrades, han pasado a ser meros actores de una representación sentimental intrascendente.

Para explicar este proceso me permitirán que eche mano de la sabiduría del profesor Gustavo Bueno. Según el malogrado filósofo asturiano la idea moderna de cultura es una transformación secularizada de la idea medieval de la "Gracia"; una secularización que envuelve la "disolución" de la idea teológica. Esta transformación está unida a la constitución de la idea de nación, en nuestro caso a la de Zamora como realidad política. De manera que la constitución de este "Reino de la Cultura" implica el eclipse de la fe.

¿Pero cómo se ha llegado hasta aquí? Sin lugar a dudas, dejando ingenuamente hacer a las cofradías. Antaño no se vio el problema porque la sociedad estaba menos secularizada, y el asociacionismo aún tenía cierto vigor en la Iglesia. Más tarde, durante el Franquismo, porque se pensó que eran fermento religioso de una nueva época protegida por el palio del estado confesional, y hoy porque son la quintaesencia de la identidad cultural local.

¿Qué consecuencias tiene esto para su futuro, ese que tanto preocupa incluso ahora que la celebración crece sin orden ni concierto? Evidentemente trascendentales. Vivimos un momento en el que las cofradías de Semana Santa, también otras, en tanto que gestoras y promotoras de la cultura popular local, consideran un estorbo la doctrina universal -católica- de la Iglesia, pues al fomentar lo autóctono, como una suerte de neogalicanismo, no se sienten parte de ella, ni sujetas a su magisterio, al que de momento tan solo le dan la espalda. Algunas van más allá y abiertamente lo discuten o rechazan, como sucede con el derecho de la incorporación de la mujer, que arteramente sortean o ignoran. La pobre o nula formación religiosa de los directivos, que no reconocen más legitimidad que la que proviene de la asamblea, los lleva a actuar de manera autónoma, al margen de la comunión eclesial, ignorando que lo verdaderamente valioso de las expresiones religiosas locales son sus componentes comunes universales. Religiosamente hablando no hay esencias locales, por hermosas e íntimas que resulten, que nos haga distintos de otros cristianos. Si se me permite el disparate, Cristo no nació en Torrefrades como Viriato. Aquí no se cree ni se reza de forma diferente. Los contenidos más valiosos de la Semana Santa proceden de un patrimonio común, y no pueden ser secuestrados por el folclore local, que tan solo los recubre, ni tampoco ser la causa final por la que salen las procesiones.

Una muestra elocuente de la deriva de las cofradías es su programación, podríamos decir extra litúrgica, es decir, al margen de la procesión, orientada asimismo hacia lo cultural. De manera que para significar una efeméride, y hay tantas, se organizan pregones, conciertos, exposiciones, congresos, conferencias, se publican carteles, libros, folletos y revistas por doquier. Celebrar una eucaristía se ha convertido hoy en algo excepcional, a la vez que un reclamo poco atractivo. Cofradías hay que pretenden ser originales importando cultos de la tierra de María Santísima, que dan una imagen rancia y anacrónica, impropia de cristianos del siglo XXI. En las parroquias, donde las cofradías tienen establecida su sede, solo se les ve una vez al año para celebrar la estatutaria misa anual que precede a la asamblea general, a la que asisten testimonialmente y a regañadientes algunos directivos, y unos pocos cofrades. La vida sacramental no forma parte de sus aspiraciones, aunque justo es reconocer que esto viene de muy atrás. Otras, como les han dicho que en sus genes está la caridad -fines sociales los llaman ahora- recogen alimentos o dedican parte de sus ingresos a ayudar a Cáritas o Manos Unidas, forzando incluso la voluntad de sus miembros, a los que se obliga a destinar parte de su cuota a este fin. ¿Qué clase de caridad es la impuesta?, por más que llegue a quien lo necesita. La obsesiva promoción de la celebración como reclamo turístico se ha convertido en un "mantra" que arrastra a cofradías y Junta pro Semana Santa a actuar como un apéndice del Patronato de Turismo. Todo esto en un contradiós, ante el que los pastores de nuestra diócesis, cuya autoridad nadie reconoce, han optado irresponsablemente por cruzarse de brazos, esperando que la solución caiga del cielo. ¿Qué falta por ver? ¿Que las asociaciones culturales paralelas se encarguen de sacar las procesiones? Algunas mentes calenturientas ya lo piensan, solo así se entiende la delirante propuesta recientemente debatida en una cofradía de modificar el itinerario y hacer estación -para merendar- en el Parque de la Marina. Llegados a este punto sería aconsejable que a las juntas de gobierno de las cofradías se incorpore un psiquiatra -los capellanes están desaparecidos-, ya que algunos cofrades no solo desvarían, sino que además ignoran lo más elemental del catecismo. Sé que criticar es fácil, pero yo tampoco tengo soluciones a problemática tan compleja. Lo que sí sé es que vivimos un momento en el que está en juego la identidad eclesial de las cofradías y la raíz sagrada de lo que conmemoran, sin que al parecer a nadie le importe. Es descorazonador comprobar que el pueblo creyente de Zamora haya podido representar con tanta belleza el drama de la Pasión, y sin embargo no crea que lo hace para dar testimonio de Jesús de Nazaret.