En el cuadragésimo cumpleaños de la fundación de la Hermandad Penitencial del Espíritu Santo, los monjes blancos demostraron que el desfile se ha convertido en parte indisociable de la Pasión. El hábito, la estética monacal, el incienso, las notas latinas del coro... todo encaja a partir del hallazgo de una imagen impagable hace ahora algo más de medio siglo: el Santísimo Cristo. Y eso que anoche, las temperaturas bajaron en la salida del cortejo penitente. La estameña blanca y el calor del nutrido público de las filas desde el mismo arrabal sirvieron para arropar a Cristo en busca del acto central, el rezo de la pieza Christus Factus Est en el Atrio de la Catedral, que anoche incluyó el estreno de la nueva pieza de Miguel Manzano, «Adoramus te».

Puntual a la cita, las campanas de la iglesia del Espíritu Santo comenzaron a tocar al tiempo que se abrían las puertas de la iglesia románica para que manara ese río de monjes que cumplen su penitencia anual. Capillo blanco y farol para los mayores. Y como en los últimos años, multitud de cruces de madera en los cofrades más jóvenes que renuevan la savia de una hermandad que no para de crecer.

Pese al frío, o quizá por las temperaturas, los espectadores forjaron nutridas filas para marcar el camino de la procesión, en medio de un silencio solo roto por las carracas y los disparos de las ya acostumbradas „y numerosas„ cámaras digitales. El coro, en última instancia, abrió el camino al Santísimo Cristo con las voces que definen a la Semana Santa zamorana, el acontecimiento que define la ideosincrasia de esta ciudad.

La reiteración de los flashes hablaba por sí sola. El Santísimo Cristo estaba a punto de cruzar la portada de la iglesia, en uno de los momentos más espectaculares „y de mayor reminiscencia medieval„ de toda la noche.

Con una disciplina perfecta, los monjes fueron tomando posiciones en el Atrio tiempo más tarde para cantar, en la profundidad de la noche, al Santísimo Cristo y cumplir la ofrenda de una hermandad que es pura esencia zamorana.