Opinión

La culpa de la manzana de Eva, la mujer del César, la primera dama y la "señalcaldesa"

Yo no me casé con un alcalde, como otras mujeres tampoco se casaron con un cargo político

Laura Rivera y Francisco Guarido, que sostiene el bastón de alcalde en su tercera investidura,en junio de 2023.

Laura Rivera y Francisco Guarido, que sostiene el bastón de alcalde en su tercera investidura,en junio de 2023. / J. L. F. / E. F.

Escribo esto antes de que finalice el periodo de reflexión de Pedro Sánchez, que a mí me ha servido para concluir que los grandes problemas de la política mundial son los genocidios de Israel en Palestina y de los inmigrantes en pateras que mueren a miles en el mar; a nivel nacional, el aumento de las posiciones de ultraderecha y la ley de amnistía, y en Zamora la despoblación y el paro. Pero durante cinco días de abril hemos estado pendientes de la decisión sobre continuidad o dimisión del presidente, provocada por las acusaciones a su mujer por sus actividades profesionales.

Sea cual sea la decisión "¡mujer tenía que ser!" Como se dice cuando tras un error o infracción cometida por un conductor, se comprueba que era una mujer la que llevaba el volante, aunque sean los hombres quienes más conducen y cometen más infracciones porcentualmente.

Tranquila, Begoña, que no eres la primera.

La primera según la Biblia fue Eva. Andaba Adán recién modelado del barro tan feliz en su ignorancia y su pereza, poniendo nombre al resto de seres de la creación y como si fuera el ombligo del mundo –que no debería tener– cuando se le ocurrió al creador pensar que no era bueno que el hombre estuviera solo. Y de la costilla de Adán hizo una mujer para ayudarle en la tarea de nombrar y ordenar a los animales y plantas que habitaban el paraíso. Podrían haber seguido felices en la ignorancia si hubieran cumplido la única norma que dios les puso: no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Pero el diablo Luzbel o Lucifer, que había querido ser como dios y por ello arrojado a los infiernos, se disfrazó de serpiente para decirle a Eva que si comían el fruto del árbol prohibido podrían ser sabios e inmortales como dioses. Tal vez pensando en sus futuros hijos, Eva comió la manzana para que no se le murieran, y se la ofreció a Adán, que también comió. Tras abrirse sus ojos a la sabiduría del árbol de la ciencia, fueron expulsados del paraíso, obligados a trabajar para ganar el pan, y condenados a sufrir dolor y muerte. A la mujer a mayores la condenó a parir a sus hijos con dolor.

La culpa en el fondo fue de los hombres: de dios representado siempre con forma de tal –el creador, el humanizado Jesús y el espíritu que es una paloma pero no una mujer–, del ángel caído sin sexo pero de aspecto masculino que se disfrazó de serpiente, y del acusica Adán que puso como disculpa que le había engañado la mujer. Eva quedó como la mujer por la que entró el pecado, el dolor y la muerte en el mundo, cuando lo cierto es que lo único que sucedió es que fue más lista y abrió los ojos a la verdad de su existencia: la desnudez, la muerte, la necesidad de trabajar para comer, y el dolor del parto y la alegría de parir.

Tranquila Begoña, que no eres la "mujer del César".

En el mundo clásico que hemos heredado como referente, la mujer del César pasó a la historia con una frase que se ha atribuido a todas las mujeres de los grandes hombres que en el mundo han sido: "La mujer del César no sólo debe serlo sino parecerlo". Un dicho que exige a la mujer de un hombre importante o famoso tener que ser tan perfecta que no sólo basta con llevar una conducta intachable, sino que debe cubrir las apariencias. El dicho viene de que en una de las fiestas tradicionales de la fertilidad a la que sólo asistían mujeres, organizada por Pompeya –mujer del emperador Julio César– se coló un joven disfrazado de mujer que, tras ser descubierto, fue acusado de querer seducirla. El emperador en este caso aprovechó para divorciarse de su mujer, diciendo que "la mujer del César debe estar por encima de toda sospecha". Frase que se ha transformado en la de "serlo y parecerlo", para exigir decencia y honestidad por encima de la media –y las medias de las piernas– a las mujeres, aunque no hayan sido responsables de nada.

De nuevo la culpa fue de los hombres: de Publio Clodio Pulcro, el joven cuyo nombre no ha pasado a la historia, y de Julio César, que aprovechó para responsabilizar a su mujer de un hecho que no había cometido, pero a la que culpó porque no debió suceder, pese a que el que tenía todo el poder para evitarlo era el propio emperador de Roma. Y que ha pasado a la historia de la conducta política sobre la mujer del César, donde los casos de corrupción son cometidos por los hombres gobernantes, pero las malas instigadoras o colaboradoras son las mujeres. Hay muchos ejemplos recientes.

Tranquila Begoña, que no eres tampoco la primera dama.

El caso es que se ha producido un gran revuelo político en España porque como mujer del presidente has sido acusada de utilizar el puesto que no ostentas de primera dama en tus actividades laborales, profesionales o empresariales para beneficiar tus negocios o los de tus allegados; porque un juez ha admitido las acusaciones y ha abierto diligencias; y porque el presidente ha decidido tomar un periodo de reflexión para ver si dimite o no de sus responsabilidades políticas tras la imputación.

Como la primera dama es el nombre que se da a la mujer del presidente de una república y España no es todavía republicana –aunque todo se andará–, aunque no sea primera dama, ante las acusaciones existen dos posibilidades: que fueran ciertas, en cuyo caso serían responsabilidad propia de la mujer; o que no lo sean, y lo que busquen es acabar con un gobierno de manera indirecta, provocando la dimisión por cariño o por hartazgo o por cansancio del presidente.

Condenada hoy a ser la «señalcaldesa», a quien se dirigen zamoranos y zamoranas con la frase que recibo con cariño y orgullo, como mujer del alcalde: «Laura, dile a tu marido que nos arregle esto».

En cualquier versión, la culpa de la situación la tienen los hombres: los acusadores de la ultraderecha, y el juez de cuyo nombre no quiero acordarme. Pero también en parte hasta del propio presidente que, lejos de actuar como Adán o como César echando la culpa a la mujer –algo que le honra– se ha desfondado en solidaridad con su mujer para reflexionar sobre su continuidad o abandono del gobierno. De nuevo y sin quererlo, la culpa de una mujer, condenada a ser responsable del estado de ánimo de todo un presidente y su país y el nuestro.

Tampoco eres, Begoña, la mujer del alcalde o la "señalcaldesa", como se las llama por aquí. Con ello, lejos de equiparar o comparar situaciones, quiero quitar hierro al asunto que sólo pretendía denunciar que siempre se culpa a las mujeres, con mi experiencia como mujer del alcalde de Zamora.

Vaya por delante que yo no me casé con un alcalde, como otras mujeres tampoco se casaron con un cargo político. Pero la primera vez que ocupé un cargo institucional como concejala y diputada provincial, la asamblea de Izquierda Unida decidió que el otro concejal, que era Guarido, ocupara el único puesto que entonces había para poder tener más tiempo para trabajar, y que era el de "machaca" o auxiliar de grupo de la Diputación.

Por supuesto que yo me ausenté por sentido de la ética personal y la de mi partido de la asamblea cuando se tomó esa decisión, pero conseguí ser famosa a nivel nacional, cuando un titular de un periódico estatal decía que "la única diputada de IU en Zamora contrata a su marido como personal de confianza", detallando el sueldo y la corrupción. No se me ocurrió dimitir sino explicar la verdad de lo sucedido, y que en ningún caso iba a cobrar más que en su trabajo.

Por un momento, fui una mujer culpable del buen nombre del concejal que se había ganado el respeto en la oposición a pulso y con un buen trabajo ¡Mujer tenía que ser!

Eso sí, como Eva, Pompeya y Begoña –salvando las distancias y con humor– fui condenada pese a mi trabajo de siempre en la política y sociedad, a ser para algunos la mujer protegida del concejal prestigioso y del alcalde con el paso de los años. Y condenada hoy a ser la "señalcaldesa", a quien se dirigen zamoranos y zamoranas con la frase que recibo con cariño y orgullo, como mujer del alcalde: "Laura, dile a tu marido que nos arregle esto".

Tranquila Begoña, nada que ver con lo tuyo.

Y ánimo a las mujeres y a las nietas de las brujas que no pudieron quemar ¡No pasarán!

Portavoz de IU en la Diputación

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