Antiguamente, los clubs, y aún quedan algunos ejemplos, eran propiedad de los socios y generalmente estaban regidos por gente con un currículo y una relevancia social y profesional. Como es un juego en el que intervienen numerosos factores, entre ellos la suerte, no siempre los resultados deportivos o económicos eran los apetecidos. Pero entonces no pasaba nada, pues los socios daban puerta a unos directivos y encomendaban a otros la gestión.

Así fueron las cosas hasta que a algún iluminado, en la época del PSOE de González, se le ocurrió que los clubs de fútbol pasaran a ser sociedades anónimas deportivas, con propietarios y no ya con socios sino con meros abonados, que irán o no a ver al equipo de sus amores pero que en cualquier caso para nada participan de su gestión. Otra clase de gente pasó a la presidencia de los clubs, gente con mucho dinero pero ahí se acababan casi todas las semejanzas. Ser el mandamás de un equipo de Primera División, o incluso de Segunda, los hace ser algo, ser conocidos, aparecer en los medios, ampliar el campo de las relaciones -lo que también es bueno para el negocio- y disponer de una evidente influencia a ciertos niveles fácticos. Algunos, como pasaba con sus antecesores, han cumplido con eficacia y son respetados y queridos por los aficionados, y otros, también como pasaba en tiempos pretéritos, han fracasado en su empeño y han tenido que salir por la puerta de atrás cuando alguien ha querido comprar sus acciones.

Pero lo cierto es que, aunque puede que lo haya habido siempre, ha sido desde que se empezó a funcionar con la nueva organización administrativa, cuando más han saltado las sospechas, las irregularidades y las denuncias. Primas a terceros, comisiones, compra o amañamiento de partidos, sobre todo en el tramo final de las competiciones, una corrupción que perjudicaba los intereses de terceros pero que siempre se queda en rumores sin que nadie investigue sobre el asunto. Una corrupción en suma muy barata porque el asunto ni siquiera aparece tipificado en el Código Penal, aunque ya no ocurrirá lo mismo desde finales de año. Ahora, sin embargo, una decisión en ese sentido quedaría solo en manos de los órganos federativos competentes que de sobra se sabe que nunca hacen nada, tan cómodos ellos en el largo nirvana de sus cargos y sus buenos sueldos. En Italia, clubs punteros han descendido de categoría por temas como estos. Pero esto es España y aquí nunca pasa nada.

Que es justo lo que va a ocurrir con ese equipo, el Hércules, que ha subido a Primera puede que a base de presuntos sobornos de los que existen pruebas grabadas, pues el presidente del club, que estaba siendo investigado por otro caso de corrupción, el «caso Brugal», a ello se refirió en conversaciones telefónicas. Desde los juzgados de Alicante se dice que el asunto es grave pero no se remiten las pruebas ni a la Fiscalía ni a las autoridades deportivas, al no contemplarse como delito. Los clubs perjudicados por tales componendas protestan y exigen justicia. La voz que clama en el desierto.