Inmersos en las fiestas patronales de la Virgen de la Guía, los vecinos y veraneantes de Valdespino disfrutaron ayer de una mañana ajetreada y festiva con la tradicional recogida de huevos, convertidos en donativos para las actividades de las fiestas. La comitiva recorrió todas las puertas abiertas del pueblo, desde el barrio de Lagarejos, hasta barrio de la Ermita para culminar en el templo de la Virgen de la Guía. El esfuerzo se premió con la degustación de chichas, "xisos", en el merendero de la escuela, donde los cocineros se esmeraron en darle el punto al plato.

Poco después de las diez de la mañana los miembros de la comisión de fiestas y los gaiteros de Pedrazales, Modesto y Tarsicio Espada y el tamborilero Ceferino Rábano, comenzaron por el barrio más alejado, el de Lagarejos, donde niños y mayores acogieron de buen grado y mejores propinas la presencia de los comisionistas. El grupo de recolectores de huevos se fue agrandando a medida que se despertaban los trasnochadores y se recorrían las calles y caminos desde la Escuela, hasta la Ermita, al ritmo de la gaita.

Una vecina del barrio de la Ermita agasajó al grupo con limonada, tarta de manzana y bizcocho, una tradición que la casa mantiene desde hace tres décadas en este día de fiesta con todos los que a su puerta piden huevos. Unas calles más adelante otra familia preparó canapés de carne fría y refrescos, bien recibidos en un día de calor como pocos recuerdan a estas alturas de agosto y en las fiestas de Valdespino que cierran el mes de agosto. La comitiva aún probó empanada, tomates, aceitunas y patatas en varias casas del recorrido que amenizaron la fiesta por las puertas.

La propina del día de fiesta no es cosa menor, así cuanto más grande era el billete, de 50 y subiendo, más algarabía se preparaba a la puerta de los generosos. Los tacaños que aflojaron el billetero también recibieron sus aplausos. Los niños contentos de participar colando las monedas en el cuerno de la vaca que servía de monedero y recibir caramelos. Tarsicio, Modesto y Ceferino tocaron incansablemente durante todo el recorrido, y reclutaron a un pequeño aprendiz de tamborilero, de dos años, en la puerta de la iglesia.

Fatigados, con el bolso lleno y en día de fiesta, el plato de chichas aguardó a los vecinos y veraneantes para reponer fuerzas tras el pasacalles.