Auctoritas" fue la palabra más pronunciada ayer en el acto de investidura del nuevo presidente del Consejo Consultivo de Castilla y León, el leonés Mario Amilivia. Auctoritas, palabra solemne, de origen latino, para un hecho solemne, como es la unción del principal cargo de un órgano de calidad jurídica y relevancia autonómica, con sede en Zamora por obra y gracia de la siempre cacareada descentralización de las instituciones regionales.

El Derecho romano entendía por auctoritas una legitimación socialmente reconocida. Ostentaban esa auctoritas personalidades e instituciones con capacidad moral para emitir opiniones cualificadas. Opiniones no vinculantes pero dotadas de una carga moral de notable relevancia. En Roma, la auctoritas era la cualidad por la cual una persona se hacía merecedora del respeto de los demás a través de la experiencia. Para tener auctoritas, un romano debía labrarse un "currículum" personal de trabajo, esfuerzo, experiencia y respeto tanto por los valores esenciales como por las personas.

El término auctoritas lo pronunció en tres ocasiones, durante su primer discurso como presidente del Consultivo, el recién nombrado Amilivia. A este vocablo se refirió también en dos ocasiones durante su intervención Juan Vicente Herrera, que en la vida política regional representa otro concepto relevante del Derecho romano, el de potestas, el del ejercicio del poder. De hecho, auctoritas y potestas eran cualidades contrapuestas en la vieja Roma: el saber socialmente reconocido frente al poder socialmente reconocido. Así podía ocurrir que se tenía el poder -potestas- y sin embargo ni una pizca de auctoritas.

La palabra que con tanta reiteración se citó ayer en la toma de posesión de Mario Amilivia refiere, por tanto, a una cualidad moral, a una conducta ejemplar que a día de hoy debería tener aplicación práctica no sólo en quienes ostentan la responsabilidad, como los miembros del Consejo Consultivo, de emitir opiniones jurídicas cualificadas aunque no vinculantes, sino también en todos aquellos que ocupan un cargo público.

Cuando en su discurso le tocó a Herrera valorar la figura política de Mario Amilivia, se refirió a su extensa labor como alcalde y concejal en León. «Ha desempeñado -dijo el presidente de Castilla y León- la más noble de las tareas políticas, la municipal». Tendrá fácil el nuevo presidente del Consultivo este salto hacia arriba en la escala de la relevancia política. Más difícil de asumir es el paso contrario, el descenso al municipalismo, aunque yerra quien piense que ser alcalde después de haber desempeñado otro cargo, es como descender a los infiernos de la actividad política. Sólo se trata de adaptar la mentalidad al calzado: cuando se es consejero, diputado, senador o vocal de un órgano como el Consultivo se malacostumbra uno a pisar moqueta; mientras que el alcalde y los concejales han de hacerse pronto a la idea de que fueron elegidos para pisar barro. Cámbiese el afectado de zapatos, reserve el tacón para los actos de representación institucional y cálcese las botas de goma para pasar cuatro años a pie de obra.

Así de sencillo, que el municipalismo bien ejercido ha de aspirar a reunir en una misma persona potestas y auctoritas. El poder se tiene; la autoridad es una virtud reconocida por los demás. Una se gana en las urnas; la otra, en el día a día. Bendito el que consigue aunar ambas.