El despacho de Fernando Valera dentro del palacio episcopal ofrece unas imponentes vistas sobre el río Duero. Sin embargo, a la hora de escoger un lugar para realizar las fotografías de esta entrevista, el prelado recorre diferentes estancias hasta abrir un balcón privilegiado que se sitúa frente a la Puerta del Obispo. Bendita casualidad. El sucesor del trono de San Atilano aprovecha los días posteriores a su ordenación para ponerse al día. Antes de acometer cualquier cambio en la diócesis, Valera quiere “patearla”. Los problemas, para él, son retos. Y tiene varios por delante. El reto del envejecimiento de la curia. El reto de la dispersión geográfica. El reto del COVID. El reto de la falta de vocaciones. Lejos de amilanarse, el nuevo obispo encuentra en Zamora potencialidades. Por eso no quiere oír una sola palabra de la España Vaciada. Dice, quién sabe si con buen tino, que Zamora encarna la “España de la esperanza”.

–¿Quién es Fernando Valera?

–Soy un sacerdote de origen murciano. Mi pueblo es Bullas, que está en la zona noroeste y se sitúa a una altitud muy similar a la de Zamora. Soy alguien que nació en una familia sencilla, de padre agricultor y madre modista. Crecí en esa familia con el esfuerzo del trabajo, de la dedicación y de vivir una vida cristiana en torno a una parroquia. A grandes rasgos, ese soy yo. El currículum… Ahí está, tampoco hay que entrar en detalles.

“Cuando recibí la llamada del nuncio, realmente llegué a pensar que era una broma”

–¿Qué siente ese sacerdote murciano de familia sencilla cuando recibe la llamada del nuncio para convertirse en obispo de Zamora?

–Al principio, me pareció increíble. Escuché la palabra nuncio, la palabra Zamora… Tuve que detenerme y preguntar. “Señor nuncio, ¿realmente es usted?”. Llegué a pensar que era una broma. Pasado el primer impacto, todavía con mucho nerviosismo, se me pasaron muchas cosas por la cabeza. Por fin, me hice a la idea y comencé a realizar ese discernimiento de la respuesta que tenía que dar a la Iglesia.

–El administrador diocesano, José Francisco Matías Sampedro, le hizo el pasado sábado una radiografía de la actualidad de la diócesis. ¿Impresiona?

–Yo soy un hombre de esperanza y a mí las dificultades no me tiran para atrás, sino que me suponen un reto para trabajar junto con el equipo que hay en esta Iglesia de Zamora. Tenemos que hacer la voluntad de Dios. Sinceramente, creo que en Zamora hay dificultades propias de aquí, pero como las que hay en Madrid o las que existen en otros sitios. Cuando uno ha estado en lugares de tanto sufrimiento, cuando ha visto morir en sus manos a niños desnutridos, este tipo de problemas que ahora se me plantean me parecen de los de afrontar con mucha paz.

El nuevo obispo de Zamora, Fernando Valera, desde un ventanal con vistas al río Duero situado en el palacio episcopal. | Emilio Fraile

–No obstante, las cifras son demoledoras. Zamora cuenta con 82 sacerdotes para 303 parroquias y, por ello, Gregorio Martínez Sacristán introdujo en 2006 las Unidades de Acción Pastoral. ¿Prevé cambios sobre este modelo?

–Yo voy a seguir con el camino de la Iglesia tal y como está. Aquí hay una trayectoria de muchos años que, evidentemente, revisaremos. Pero en nuestro ánimo está intentar hacer la voluntad de Dios y servir tanto a esta Iglesia como a esta sociedad. Si veo cosas que hacen falta, las iré planteando. Pero yo no vengo con programa. Sería iluso y realmente soberbio por mi parte. Tengo que conocer, escuchar y patear toda la diócesis.

–Lo que sí conoce, por su trabajo en seminarios en Murcia, es la falta de vocación. Ahora mismo, Zamora cuenta con tan solo dos seminaristas en el camino hacia el sacerdocio. ¿Le preocupa esta situación?

–He hecho las cuentas de cómo están las cosas y, para una población aproximada de 150.000 habitantes, lo propio es que existan dos seminaristas. Estamos dentro de la media. El problema de Zamora no es ese, sino la dispersión. Tenemos 303 parroquias en pueblos muy pequeños que hay que atender. No obstante, también contamos con un grupo de presbíteros muy bueno para responder a la realidad. No tengo la sensación de que haya pocos sacerdotes. Probablemente, porque en el sur estamos hechos a que haya menos que aquí, aunque ahora sí estamos con más gente en seminarios y puede haber curas más jóvenes. Pero la realidad es que la proporción de sacerdotes en Zamora es mayor que en las zonas del sur de España. Y no digamos nada de otros sitios.

“Llegar a Zamora con programa, antes de patearla, sería soberbio por mi parte”

–Para paliar el problema de la falta de vocación, no pocas veces se ha planteado abrir el sacerdocio a religiosas mujeres e incluso personas en matrimonio. ¿Usted qué opina sobre esta corriente?

–No es una cuestión de opinar, sino una cuestión teológica y doctrinal. Nosotros vamos a trabajar totalmente con todos los laicos. Pero el ministerio es una cosa y lo que se plantea es otra. Evangelización de laicos, matrimonios, vida religiosa, vida consagrada… Tenemos que responder a los retos de hoy y estamos en ello, pero esas propuestas no nos corresponden a nosotros. Aquí debemos hablar de la tradición de la Iglesia desde el comienzo, de la tradición ministerial. Por ahí vamos a caminar.

–Matías Sampedro también le recordó durante su ordenación que en Zamora hay una gran parte del laicado más voluntarista que comprometido. Semana Santa, romerías… ¿Considera que estos actos cuentan ya con más peso de folclore popular que de religiosidad?

–Hay una interacción entre la religiosidad popular y la vida cristiana y de fe. Yo tengo una visión muy positiva sobre esto. Es verdad que Zamora tiene una realidad en la que la Iglesia se ha hecho con todo y eso supone que aparezcan defectos, pero como aparecen en todos los sitios. Todas nuestras realidades tienen que estar en revisión y debemos escuchar la llamada a la conversión del Señor, así como apoyar todo tipo de experiencias que nos lleven a él. Aquí tenemos una religiosidad popular preciosa y eso es un medio de evangelización positivo y muy bueno.

–¿Ha tenido ya contacto con la Semana Santa?

–He saludado a los responsables de la Junta de Cofradías. La Semana Santa de Zamora es conocida por todos, pero tengo muchas ganas de conocerla realmente a fondo. Esa sobriedad, ese silencio… Es algo que va mucho con mi carácter y con mi estilo. Lo que he podido ver, me gusta.

“España Vaciada es algo negativo; yo prefiero utilizar la expresión España de la esperanza”

–En la Diócesis de Cartagena le fue encomendada la tarea de poner en marcha una delegación episcopal para la protección del menor frente a los abusos sexuales en la Iglesia. ¿Cómo fue ese trabajo?

–Realmente, nos ha dado tiempo a trabajar muy poco. La comisión que formamos estaba preparada para comenzar a andar cuando se desató la pandemia y tuvimos que parar. No obstante, antes de eso, ya llevábamos tres años de formación que hemos recibido en Salamanca acerca de la protección del menor. Dentro de la labor desarrollada, dimos formación a los sacerdotes y creamos un protocolo propio para los seminarios. Pero, evidentemente, eso hay que extenderlo a todas las realidades de la Iglesia. Estamos hablando de un tema muy doloroso, pero donde tenemos que aportar mucha firmeza, mucha claridad y trabajar con transparencia total. En Murcia creamos un equipo muy compacto en el que había abogados, psicólogos, psiquiatras, canonistas… Yo estaba en cuestiones de acogida y teníamos una madre de familia que nos acompañaba en ese campo. Fuimos dando los primeros pasos hasta que tuvimos que parar.

–¿Tiene pensado aplicar un modelo similar en la Diócesis de Zamora?

–Es que es obligatorio contar con ello en todas las diócesis según el mandato del papa Francisco. Pero hay que tener en cuenta que Zamora tiene un tamaño y Murcia tiene otro. Entonces, el trabajo a desarrollar es distinto. También tenemos que diferenciar entre las realidades que se enmarcan dentro de la provincia eclesiástica y las que se pueden hacer de apoyo. Mi trabajo ahora es aprender, escuchar y ver qué es lo que específicamente necesita Zamora. Pero, el plano general que el papa Francisco nos ha pedido, lo tengo muy claro. Aquí ya existe un plan que tengo que conocer y trabajar sobre él.

–Su llegada a Zamora está marcada por la crisis sanitaria derivada de la pandemia del coronavirus. Una situación crítica que ha colocado a miles de familias zamoranas al borde de la pobreza. ¿Está Cáritas Diocesana de Zamora preparada para atender toda la ayuda que se le precisará?

“Cáritas no puede llegar a todo el mundo, pero la respuesta está siendo muy ágil”

–Nosotros no podemos llegar a todo el mundo porque no tenemos la varita mágica de solucionar todos los problemas. Pero Cáritas de Zamora tiene una experiencia y un largo recorrido en este trabajo. Creo que se está respondiendo con mucha prestancia y con gran agilidad a los retos que se plantean en este momento. Haremos todo lo posible, pero primero tengo que reunirme con sus responsables. Ya he leído el informe general y creo que podemos trabajar para responder a cada reto y a cada circunstancia.

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–En la homilía de su ordenación llamó la atención su reticencia a utilizar la expresión de la “España Vaciada” y en su lugar apostó por la “España recia de la esperanza”. ¿Qué quiso usted decir con eso?

–España Vaciada tiene una connotación negativa. Significa algo así como pensar que esta situación es algo que ha caído sobre nuestros hombros y que nos puede. Para mí, esto es un reto para mirar al futuro con esperanza. Tenemos que poner toda nuestra carne en el asador. Por mi parte, se trata de poner el granito de arena, acompañar a cada pueblo de Zamora y a cada persona de Zamora con esperanza. Nunca voy a nombrar a Zamora con la expresión de España Vaciada, porque me parece que así no le hacemos ningún favor ni a la ciudad, ni a la provincia, ni a la diócesis. En esta diócesis vamos a hablar de la España de la esperanza. Zamora tiene profundas raíces en esta nación y en esta Iglesia, con más de 1.100 años de historia. Eso, para mí, es un reto esperanzador. Tenemos que poner nuestro granito de arena para que esto tenga futuro. Lo tenemos que hacer.