Los tres jóvenes condenados por tráfico de drogas transformaron las viviendas que alquilaron en auténticos invernaderos para el cultivo de cannabis, con sus diferentes dependencias para el secado en los sobrados, para almacenar las plantas secas y para prepararlas en dosis destinadas a la venta. Durante meses, mantuvieron dos casas de alquiler en localidades próximas para ampliar la producción y extender el negocio, según las deducciones de la investigación llevada a cabo por la Guardia Civil.

El negocio se les fue al traste cuando el dueño de uno de los inmuebles tuvo conocimiento de que el grupo podría estar utilizando su propiedad para cultivar marihuana en grandes cantidades. El titular de la casa decidió poner fin al contrato de arrendamiento y al recuperarla comprobó que los rumores sobre la actividad de los tres jóvenes eran algo más que suposiciones. Ni se molestaron en limpiar y retirar los restos de las plantas antes de entregar la vivienda a su arrendatario.