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Periodista

Salmos amazónicos

Todo es lícito en este género musical cuando es sincero, se cante en una catedral gótica o en una capilla lacustre de la Amazonía peruana

Salmos amazónicosjavier de la fuente

Una conferencia ofrecida por monseñor Julián Pérez, obispo de León, José Sierra, catedrático en el Conservatorio Superior de Música de Madrid, y el propio Miguel Manzano centraron anoche los actos del 50 aniversario de Salmos para el pueblo en la Catedral. Alollano y Rogelio Cabado pusieron la música en la capilla del Cardenal, junto al Altar de Plata. Hoy, conferencia de Rafael García Lozano y música de diferentes coros zamoranos.

Cuando el viajero deambula por el malecón y otea como cada atardecer la inmensidad del río que se aleja, percibe la señal de otra revelación. Escucha el susurro melancólico de una quena que sube a la ciudad desde las casas flotantes del barrio de Belén, se apoya inquieto sobre la balaustrada y tararea conmovido aquella melodía: "Alma mía, recobra tu calma?". El sol amazónico se escapa tras el perfil selvático de Iquitos y suena una campana. El viajero sabe que esa es la llamada a misa en la capilla levantada sobre el río en el barrio acuático, el más pobre de la ciudad, regentada por el misionero agustino y zamorano Nicolás Alonso, oratorio que él construyera hace setenta años con pona y crisnejas antes de levantar en tierra firme la torre de la iglesia de Nuestra Señora de Fátima. Es ese el mirador predilecto de quienes quieran contemplar la selva en todas sus latitudes.

La capilla construida sobre el agua, un arca de Noé reflejada en el Amazonas pantanoso, bulle cada día a esa hora vespertina de colores y alegría. Un centenar de feligreses sigue con mucho rigor el cantico de entrada que interpreta un coro infantil: "Qué alegría cuando me dijeron: - ¡Vamos a la casa del Señor!" El Maestro Manzano había ganado ya el sentimiento de los habitantes de aquella selva peruana. Nunca ha escuchado el viajero una interpretación tan sentida e ingenua de los "Salmos para el Pueblo", cuya partitura había adquirido él en una librería de Valladolid el año 1968: "Copy by Miguel Manzano. Depósito legal M 1708 1968. Primera edición. Con las debidas licencias" Ese apunte de la contraportada es aún hoy emotivo. Si el coro de la capilla de Belén seguía o no esa partitura es cosa de difícil recuerdo, pero el viajero está seguro de haberse unido al canto con el entusiasmo de una música tantas veces por él coreada.

Fue en Valladolid en aquel año de tanta revolución fuera y dentro del convento, hace ya medio siglo, cuando el viajero, solista barítono de coro del Colegio de los Padres Agustinos Filipinos, entonaba los Salmos del Maestro Manzano. Fueron aquellos años, de dictadura española y de postconcilio vaticano y tantas esperanzas de juventud, el óptimo hervidero para cambiar la música eclesiástica en las iglesias. Allí, en aquella hermosa rotonda de la iglesia agustina, calle de Filipinos 7, el viajero interpretaba en do menor, como había prescrito en su partitura el Maestro Manzano, la llamada al rey Mesías: "Dios mío, da tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes?" . Sonaba majestuoso el órgano desde la tribuna tocado por el colega Ignacio Barrachina, el músico que interpretaba con entusiasmo los acordes de aquella salmodia nueva, como si fueran dictados por algún compositor que habitara en aquel convento.

La ortodoxia del conjunto coral vallisoletano que allí servía a la litgurgia, acostumbrado a interpretar músicas tan diversas como el "Judas Mercator Pessimus" de Tomás Luis de Vitoria o las canciones polifónicas vascas de Jesús Guridi, no evitó que un día, animados por la audacia del compositor y director del Coro, el vizcaíno Julen Ezkurra, caímos víctimas de la pasión del Maestro Manzano y convirtiéramos sus pentagramas, sólo melodías en partituras que recogían la versión fulgurante de sus obras, en complejos arreglos corales acompañados de varios instrumentos: guitarras eléctricas, piano, flauta travesera y batería. Ese era el arsenal musical de aquel legendario conjunto llamado "The Jackstones", en el que el viajero de urbes y selvas ejercía por entonces de solista. "Que los montes traigan la paz, que los collados traigan la justicia?". En muchas iglesias y salas de conciertos de los colegios de Valladolid, durante aquella primavera vital y musical del 68, los Salmos de Manzano interpretados con instrumentos profanos sonaban como un soul de Aretha Franklin.

Hace medio siglo, la difusión de esta novedosa "música de iglesia", demasiado moderna según los defensores de las cantinelas tradicionales del "vamos niños al sagrario", alcanzó un grado excepcional, incluso superior a las expectativas de su compositor. La calidad de las melodías y de los arreglos posteriores de esos "Salmos para el Pueblo de Dios", su capacidad de comunicación y su resistencia a las corruptelas de que son víctimas siempre las melodías populares, queda de manifiesto en su permanencia como música popular de calidad para los oficios litúrgicos en España y en la mayor parte de las naciones de América Latina. Ha llegado la hora de celebrar ese éxito y regresar a aquellos tiempos de pasiones encontradas y esperanzas de cambio en la iglesia católica, también en la música de sus ceremonias litúrgicas. Si las melodías agobiantes y agonizantes que se cantaban en los templos hace un siglo se resistieron entonces a callar, es de rigor reivindicar hoy la continuidad de las que, como los Salmos de Miguel Manzano, supieron estar a la altura de una modernidad formal, la fidelidad de su pensamiento, la reputación popular, la belleza de sus creaciones y el compromiso con el pueblo de Dios. Todo es lícito en este género musical cuando es sincero, se cante en una catedral gótica o en una capilla lacustre de la Amazonía peruana.

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