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Ildefonso Vara de la Prieta: Zamora en blanco y negro

La familia del fotógrafo zamorano rescata un legado en imágenes de la historia de la ciudad en la primera mitad del siglo XX

Alto, de buena planta y un punto socarrón. Así definen los descendientes de Ildefonso de la Prieta Vara a este fotógrafo aficionado que ha dejado para la historia una colección de instantáneas que reflejan a la perfección la sociedad zamorana de la primera mitad del siglo XX. «Sí, tenía ese punto gracioso. Cuando le saludaban por la calle y le decían: "Adiós, señor Vara", él se volvía y recalcaba: Señor no, señorito, soy un señorito" », relata su hijo mayor, Ildefonso, depositario de un legado de valor documental incalculable, salido del objetivo de la cámara súper Nikon 4x6, con fuelle y telémetro, avanzada para aquellos tiempos, detrás de la cual el autor posa en lo que su nieta Beatriz denomina «uno de los primeros selfies de la historia».

Aunque su vida no comenzó como la de un señorito. Nacido en 1918, era el mayor de cinco hermanos. La madre, Cipriana de la Prieta, murió en un accidente, a consecuencia de las heridas al ser derribada por una furgoneta y golpearse la cabeza contra el bordillo de la acera. Los niños quedaron al cuidado de la tía Isabel Vara, hermana del padre, Félix, «y a la que recuerdo como mi abuela, puesto que a la auténtica no llegué a conocerla. La tía Isabel se quedó siempre con nosotros, murió en mi casa después de que falleciera el abuelo», explica el hijo del fotógrafo, coetáneo de Trabanca, Hepténer y muy amigo de otro conocido fotógrafo zamorano, Gullón.

Recién cumplidos los 18 años fue llamado a filas al estallar la Guerra Civil, en 1936. «Estuvo cuatro años, en lo que se llamaba "bando nacional", no precisamente por sus ideas, que estaban más bien en las antípodas. Fue, sencillamente, lo que le tocó, como a tantos otros», afirma Ildefonso hijo. Estuvo asignado en Artillería y al cuidado de la Enfermería en escenarios cruentos como la Batalla del Ebro.

Ildefonso Vara García considera a su padre visionario y avanzado para su época: «Se empeñó en que aprendiéramos inglés en aquellos tiempos en que la educación oficial primaba al francés como segundo idioma. Él, en cambio, estaba seguro de que el francés no nos serviría para nada, que el idioma del futuro era el inglés o el chino, figúrese, en aquellos años hablar del chino como idioma del futuro. Le recuerdo también cuando estalló la guerra de Vietnam. Cuando nadie discutía la supremacía militar de Estados Unidos, se atrevió a vaticinar que los americanos saldrían escaldados de la invasión, como así fue». Al mismo tiempo era un escéptico para según qué cosas: «Nunca se creyó que los americanos hubieran llegado a la Luna».

Su afición por la fotografía la desarrolló, tras la guerra cuando ingresó como funcionario en el Ministerio de Obras Públicas. Su formación, al margen de su estrecha relación con profesionales como Gullón, fue autodidacta, a través, sobre todo, de una de las mejores revistas de fotografía que han existido en España, la Revista Arte Fotográfico, que aún subsiste, a la que estaba suscrito y que recogía las principales corrientes y técnicas sobre las que debatían las diversas asociaciones fotográficas del país.

Allá donde fuera, a Ildefonso Vara le acompañaba su cámara. Más aún si se trataba de su otra gran afición: la pesca. Así, el Duero y la propia ciudad, se convirtieron en los escenarios ideales en su obra, que destaca por su dominio del encuadre, la luz y de la perspectiva. Era muy poco amigo del uso del flash. «Era capaz de hacer una obra de arte de objetos tan insulsos como una torre de alta tensión», pero sobre todo, destaca como retratista de la "gente de la calle", desde el humilde limpiabotas a su propia familia y, cómo no, la Semana Santa.

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