-El flamenco parece que en los últimos años ha resurgido en la provincia. Zamora, tan lejos de cualquier caja de resonancia, ¿tiene algo que decir en el jondo?

-En Zamora la labor que está haciendo la peña es muy interesante. Los años perdidos se están recuperando. Es un colectivo respetado en toda España por su actividad, porque permanentemente está activo, pendiente de lo que pasa, de los cantaores que van saliendo, de las novedades.

-Póngale compás a Zamora, ¿qué palo la define mejor?

-Sin duda la soleá, esa sensación de pura melancolía, de ausencia y pérdida permanente. Creo que no hay mejor cante para retratarla que la fontana de sentimientos que es la soleá.

-¿Por qué Castilla y León no ha dado cantaores de postín?

-No es verdad. Ahí está Vicente Escudero, que fue un magnífico bailaor vallisoletano. Hizo escuela. Tampoco nos podemos olvidar del salmantino Rafael Farina, un voz privilegiada y desaprovechada a la vez, pero que brilló a gran altura en el fandango. Pero sí, ahora no hay nadie con fuerza suficiente. Y es una pena porque la afición, como ocurre en el toreo, necesita ser alimentada con gente de casa. En La Mancha sí hay más movimiento. Hace dos años ganó la Lámpara Minera Ricardo Fernández del Moral. Y en Extremadura están saliendo jóvenes, es un hervidero que hay que aprovechar. Desde luego sí que hay cantera fuera del sur, de Andalucía. Y siempre la ha habido, eh. Recordemos el caso de Sabicas, un guitarrista genial; pues era de Navarra, quién lo diría, verdad.

-El cante grande está cargado de tópicos por lo que, a veces, da una imagen que no es real, la de los palmeros y la juerga, la de la espuma inconsistente, ¿es más alegría que tristeza?

-Es las dos cosas. Esa es la grandeza del jondo, que con música aparentemente alegre te está contando una tragedia. Pero eso no es exclusivo del flamenco. En Lisboa hay un museo del fado. Es sorprendente que lees las letras de sus melodías y cuentan prácticamente lo mismo que el flamenco. Es puro sentimiento, otra cosa está en cómo se exprese, en la voz, en la manera de contar las cosas sencillas de la vida, las que importan, las que marcan nuestra existencia para siempre.

-¿Su amor por este arte hasta dónde llega?

-Hasta intentar hacer todas las cosas posibles para darlo a conocer. Hasta recopilar documentación, acumular más de 1.000 vinilos en mi casa, una biblioteca con más de 800 libros sobre este género. A admirar y respetar a los cantaores siempre que ellos se respeten a sí mismos...

-"Mairenista" confeso y convencido, ¿cree que hay vida después de don Antonio?

-Antonio Mairena es irrepetible. Puedes escuchar a muchos cantaores, pero cuando quieres buscar la raíz, entender la pureza del cante, de esa expresión que te hace vibrar, sentir, no hay más remedio: hay que volver al de Mairena. Es casi imposible que alguien interprete la soleá, la seguiriya como él lo hacía. Puedes pensar que alguien se le acerca, pero no, vuelves al original y te das cuenta de lo que significó para el cante, de su liderazgo y de que resulta imprescindible en la historia de esta manifestación popular...

-¿Jerez es el ombligo del flamenco?

-Ja, ja... Muchos cantaores de esa tierra sí que se lo creen, pero no es verdad. Cada provincia, cada comarca tiene su singularidad. Esa es la riqueza de este arte, que es muy variado y que en la interpretación está la idiosincrasia de cada zona, su personalidad que se manifiesta de distinta manera. Ahí está Málaga, que estuvo muchos años de capa caída y ahora está arriba del todo. Da gusto escuchar lo que se hace allí. Córdoba mantiene su línea, ese buen decir, la pausa, tiene un sello especial. ¿Jerez? No, no, está muy flojo a pesar de que, es verdad, siempre se han creído que son especiales.

-Caza, toros, cante. Está claro que usted tiene un vacío, que abandonó el ámbito rural por supervivencia, pero que su razón incorpórea sigue ahí, prendida en las gatuñas y amorisecos del Raso, que necesita horizonte y la luz purísima de la Zamora más crisálida.

-Así debe ser. Viví un tiempo en Villalpando y me enamoré de las líneas horizontales. Al estar en contacto con la naturaleza, sientes más, te unes a la vida escrita en mayúsculas, la de todos los seres que te rodean. Recuerdo que en la villa de Campos había un vecino que era capaz de imitar el canto de las codornices. Alguna vez fui con él y era impresionante. Los machos, con el celo, se le subían a la mano. La naturaleza lanza mensajes que no se pueden leer en una ciudad; solo se acerca uno a ellos en los pueblos.

-¿Por qué están los políticos permanentemente saliendo por peteneras, por qué se han perdido los valores humanos que, aunque muchos no los vean, están en las letras del jondo?

-No me gusta cómo está la política en general y eso que empieza a producirse una regeneración imprescindible. Los partidos tienen que cambiar y arbitrar un sistema que establezca a rajatabla que quien la hace la pague. Hay una cosa clara, la sociedad tiene que ser consciente de que no hay delitos impunes. Al que lo pillen, que devuelva lo que se ha llevado y después que lo pague y si tiene que ir a prisión, que vaya. Ese es el juego y las servidumbres de vivir en sociedad.

-¿Es imprescindible que el cante coma subvenciones?

-El buen flamenco necesita apoyo institucional, pero las ayudas deben concederse con cierto criterio, aquí tampoco vale el café para todos. Todos tenemos una obligación: rearmar a la sociedad civil para que las instituciones no puedan cargarse lo privado, como ha ocurrido tantas veces en tantos sectores, también en el flamenco, claro.

-¿Y la crisis?

-Está influyendo mucho. Se han anulado festivales y las peñas están sufriendo las consecuencias de esa sensación de vacío que lo invade todo. La cultura general está muy tocada. Y es que hay actividades que necesitan apoyo y si no, no se hacen. Aunque no haya cinco tiene que haber dos, pero ahora no hay nada y hay que cerrar. En esto Extremadura está siendo un ejemplo porque lleva años apoyando la cultura de base. También el ámbito rural que, aunque muchos no lo crean, tiene futuro porque ahí todavía colea otra forma de entender la vida y eso es riqueza. Es lo nuestro, lo que nos diferencia. Esa singularidad es donde tenemos que beber para seguir intentando comprender el mundo, a veces tan complicado.