A medida que se iba poniendo el sol, en la margen izquierda del Duero el Mozo caminaba para abrir la puerta de una nueva Semana Santa. Prácticamente en volandas, a hombros de cientos de zamoranos que quisieron participar en esa ceremonia tan íntima (y a la vez multitudinaria) que es el Traslado de Jesús del Vía Crucis. Antaño en Domingo de Ramos. En el calendario actual, en Jueves de Dolores.

Las buenas temperaturas de los últimos días auguraban un camino plácido para la imagen del barrio de San Frontis. En cambio, la tarde comenzó a refrescar mientras se aproximaba la noche. El aliento de los fieles que participaban en el cortejo, las primeras notas fúnebres de esta Semana Santa en la partitura de la banda Maestro Nacor Blanco y el reguero de zamoranos que marcaban el ascenso a la Catedral por el Puente de Piedra ayudaron al Mozo a completar el camino, paso a paso, sin prisa.

El Traslado -acontecimiento que abre la Pasión- tenía ese aroma a desfile de hace décadas cuando unos pocos devotos de Jesús del Vía Crucis lo acompañaban, no a la Catedral, sino a la iglesia de San Andrés para la procesión de la tarde del Martes Santo. Tanta gente esperaba el turno para al hijo pródigo de San Frontis como acompañaba el propio desfile. Se ha esfumado el tiempo y ahora es una multitud la que acompaña al Nazareno. Pero la esencia sigue ahí: la intimidad, entre la multitud.

Ningún semanasantero quería perderse el estreno de la Pasión, tan largamente esperado durante todo el año. Los mayores, a medio camino entre la animada conversación y el rezo. Algunos, esperando en solitario el caminar del Mozo pensando quizá en lo que esa imagen representa en la familia, el pasado y uno mismo. Los jóvenes, agitados por la irrupción primaveral. Y los niños, registrando en la memoria para siempre el primer contacto con la Semana Santa, con el Traslado y con el popular Mozo. El Nazareno descansa ya en el Templo Mayor, donde aguarda las galas del Martes Santo para deshacer el camino.