B. Blanco García

Con carácter, oído fino y buen humor. Aunque tiene algún síntoma de Parkinson y una reciente caída la tiene en una silla de ruedas hasta que se recupere de una leve torcedura de tobillo, Victoria Valderas Gutiérrez celebrará hoy su 103 cumpleaños con parte de su familia en Zamora, donde reside este mes en casa de su hija Manoli. En sus más de cien años de vida, tan sólo ha pasado una vez por quirófano, para operarse de cataratas. «Salud la tengo toda», dice esta orgullosa toresana que vivió junto a su marido Felipe Pérez y sus hijos en Corrales del Vino durante años.

Dedicados a la labranza, la familia es conocida en el pueblo como «los toresanos», donde actualmente residen dos de sus hijos. A pesar del poco tiempo que vivió en su pueblo natal, «le encanta recordar a la gente y los lugares de Toro», asegura su hija Manoli. Victoria fue una mujer «de armas tomar» y nunca se echó para atrás a la hora de sacar adelante a su familia, toda una prole de diez hijos. De ellos, viven seis: Josefa, la mayor, con 80 años, Felipe, Leoncio, Isidro, Manoli y Joaquín, el pequeño, que ya ha cumplido los sesenta años.

A ellos hay que añadir dos niños con los que ejerció de ama de cría, para sacar algo de dinero, y que todavía se acuerdan de ella. Precisamente, a uno de ellos, Miguel, le solía decir aquello de que «para haber mamado la leche toresana, qué poco te pareces a nosotros».

Después de ayudar a su marido en el campo, Victoria cargaba la yegua que tenían en el establo con pimientos, tomates, lechugas y fréjoles y se iba por los pueblos cercanos para vender la mercancía. «Engañaba a las mujeres», recuerda con una sonrisa, porque reconoce que para vender los pimientos, les prometía que no picaban, aunque no fuera cierto.

«Cuando volvía a casa, después de caminar vendiendo los productos del campo hasta en Casaseca de Campeán, no lo hacía con el dinero, sino con alimentos como aceite o azúcar. Era lo que compraba para poder alimentarnos a todos», explica su hija, quien recuerda cómo su madre lamentaba el no haber podido aprender a leer y escribir. «Por eso quiso que todos sus hijos fuéramos a la escuela», añade.

Después de todo lo que ha pasado en más de un siglo de vida, Victoria, con veinte nietos y trece biznietos, no entiende de qué se quejan las actuales generaciones, «que lo tienen muy fácil». Según su hija, «es muy activa y con mucho temperamento, todavía el pasado año la pillé más de una vez fregando los cacharros del desayuno. Ahora me pide calcetines para coser, porque a ella le tocó remendar mucho».

Quizá el secreto de su vitalidad esté en el vasito de vino que acompaña siempre en sus comidas. «Eso no hay quien se lo quite», corrobora Manoli. Para cenar, su plato favorito son las sopas de ajo con pimentón y un huevo. «Están muy ricas», asegura ella. Una dieta que el médico no le ha prohibido y que remata con un buen vaso de leche antes de acostarse.

Hoy, 23 de diciembre, la celebración del cumpleaños de Victoria será tranquila y muy familiar. «Lo mejor de estos 103 años es que todos sus hijos hemos podido disfrutar mucho de ella, al igual que ella de nosotros», resume con emoción su hija.