Observar las innumerables imágenes de Jesucristo crucificado se ha convertido en pura rutina. A pesar de la crudeza, su simbología dentro de la cultura cristiana amortigua el impacto de los clavos, las heridas o la misma sangre. No ocurre lo mismo frente a una Virgen dormida e incluso muerta, una representación extraña por poco habitual. Es el caso de la Virgen de la Cama, en el municipio cántabro de Escalante o de alguna otra representación en Sevilla. En Zamora, el instante de la madre a la espera la ascensión a los cielos tiene nombre propio. Es la Virgen del Tránsito, que descansa en el Convento de Corpus Christi, donde las hermanas clarisas finalizan mañana la celebración de su novenario.

Y si sorprendente es su rostro dormido, más aún lo son algunos de los detalles que rodean a su aparición y custodia en el céntrico convento de las monjas clarisas, uno de los tres radicados en la capital, a los que se suman otros cuatro en la provincia. Allí, en el monasterio la rúa de los Francos, las hermanas de clausura custodian los secretos de la Virgen desde hace casi cuatrocientos años.

Buena parte de ellos figuran en los libros del archivo del monasterio, donde una monja relató la concepción de la imagen que hoy continúa venerando buena parte de la ciudad y la provincia. A los hechos reales se han sumado algunos detalles que enriquecen la leyenda de la Virgen del Tránsito, tal y como reconoce Mercedes González, la abadesa actual. «Un dos de mayo de 1619, unos peregrinos aparecieron en el torno y pidieron hablar con la abadesa, la madre Ana Osorio. Le manifestaron que venían a cumplir su anhelo de crear una imagen para el convento, pese a las advertencia de la propia madre, quien les trasladó que carecían de medios para pagarles», relata de memoria la abadesa.

Según figura en estos escritos, pese a las reticencias iniciales y a la poca información que las clarisas tenían de los forasteros, accedieron a la petición de los peregrinos, que se internaron en una habitación a eso de las ocho de la mañana. «Sólo pidieron como condición no ser molestados mientras creaban la escultura, hasta que ésta no estuviera finalizada», añade.

Sobre las cinco de la tarde, las hermanas dejaron de escuchar ruidos en la sala e, impacientes, accedieron al interior, donde ya no había nadie. Sólo la imagen de una Virgen dormida. «Dice la leyenda que una monja curiosa, miró a través de la cerradura y, por ello, los artesanos no pudieron acabar algunos dedos de la imagen», apunta Mercedes González. Sin embargo, y ahí la leyenda, cuando se han extraído las sandalias para comprobar este detalle, se ha comprobado que estaban todos completos y perfectamente tallados.

«A Dios gracias, son muchos los zamoranos, sobre todo a partir de una edad mediana, que conocen la historia y la leyenda», asegura la abadesa del Corpus Christi. El próximo año 2019 se cumplirá el cuarto centenario de aquel hecho, aunque desde los primeros días de aquel lejano inicio del siglo XVII, los zamoranos de entonces multiplicaron el fervor hacia la imagen.

Cabe preguntarse, en qué parte de las Escrituras se habla de la suerte vital de María y de su ascensión a los cielos. Sin embargo, la sorpresa radica en que no hay detalles sobre tal hecho. «La promulgación del dogma dice que la Virgen María, después del curso durante esta vida, fue asunta al cielo en cuerpo y alma, pero no explica si murió o no. En la iglesia, caben las dos opciones: hay quienes aseguran que si fue madre de Jesús y criatura humana, murió. Pero también hay quienes afirman que si la herencia del pecado era la muerte y ella nació inmaculada, esto no sucedió», explica la responsable del convento.

En cuanto a la imagen, el secreto de cómo varios peregrinos crearon la talla del Tránsito en unas pocas horas continúa siendo un arcano indescifrable. Los archivos lo atestiguan, pero quizá lo más importante no es esta realidad, sino otra. La del fervor que durante cuatrocientos años han profesado zamoranos y forasteros a la Virgen, en ese tránsito entre la muerte y la ascensión. Eso es lo que, no sin esfuerzo, celebran las hermanas del monasterio en una ceremonia que dura nueve días, pero cuya preparación supone «otros tantos antes y otros tantos después», asegura Mercedes González.