Son catorce zamoranos con catorce historias marcadas por unas siglas: las de ETA. Familiares y víctimas de cuatro de ellos asistieron hasta ayer al VI Congreso Internacional de Víctimas del Terrorismo celebrado en Salamanca, donde se congregaron más de 400 personas que han vivido en primera persona la realidad terrorista. Entre ellos se encuentra el matrimonio formado por Bienvenido Pérez e Isabel Dacosta, padres del guardia civil Carlos Pérez, asesinado en Getxo en 1991 cuando contaba con 22 años y a falta de sólo unos días para trasladarse a su nuevo destino, en Madrid. Su muerte en coche-bomba desgarró a sus padres que, desde entonces, asisten a todos los actos organizados por la Asociación de Víctimas del Terrorismo a los que les es posible para mantener viva la memoria de un hijo al que dejaron de ver siendo sólo un niño. Su participación en este tipo de actividades les mantienen cerca de él aunque su presencia está muy cerca de ellos a través del templo de fotografías en el que han convertido su casa.

Una década antes de la muerte del joven Carlos Pérez fallecía en Vizcaya el también guardia civil Alfredo Díaz, de 25 años y natural de la localidad de Fermoselle. Ocurrió en febrero de 1980 y dejó atrás mujer e hijo. Su viuda, adscrita a la AVT de Salamanca, asiste con regularidad a cualquier acto que sirva para defender los derechos de las víctimas tras una dura lucha para convertir en un hombre al bebé que su marido dejó huérfano por culpa del terrorismo etarra.

Tampoco faltó a la cita con las víctimas del terrorismo de todo el mundo la viuda del joven Aniano Sutil, un joven artificiero natural de La Hiniesta y perteneciente a la unidad de los TEDAX (Técnico Especialista en la Desactivación de Explosivos) de la Policía Nacional. Su muerte en San Sebastián en marzo de 1983 mientras desactivaba una bomba trampa es imborrable para su viuda y su hija, esta última, con sólo tres años en el momento del atentado. Ambas asistieron al encuentro celebrado en Salamanca junto a medio millar de víctimas más para plantar cara al terror.

Quien vive para contarlo es el capitán Juan José Aliste, zamorano que desde hace años vive en Salamanca y fue el encargado el pasado sábado de leer el manifiesto en la Plaza Mayor charra para reivindicar «la dignidad de las víctimas». El capitán del Ejército acababa de dejar en el colegio a su hija, de diez años, y a tres amigos de ésta cuando veinte segundos después estalló la bomba adosada a su vehículo una mañana de noviembre de 1995. Este instante cambió por completo las prioridades del zamorano, quien se vio con cuarenta años postrado de por vida a una silla de ruedas tras perder sus piernas.

La clausura celebrada ayer corrió a cargo de la presidenta del Parlamento Vasco, Arantza Quiroga. Previo al cierre de los tres días de congreso, se desarrolló una última mesa redonda sobre «La superación del estrés postraumático», debate que coordinó Irene Villa, víctima de ETA y licenciada en Psicología. La ponencia fue posterior a una ofrenda floral en la Catedral de Salamanca presidida por el obispo de la ciudad, Carlos López Hernández. El punto y final de este congreso deja atrás tres jornadas de convivencia entre víctimas del terrorismo de España pero también de países como EEUU, Irlanda, Colombia o el Congo. En lo que respecta a víctimas de ETA, éstas solicitan que se trabaje para lograr la no prescripción de los delitos de terrorismo. La demanda se produjo después de lo ocurrido el jueves en la Audiencia Nacional con la familia de José María Félix Latiegui, asesinado por la banda etarra en 1981 y cuyos allegados fueron expulsados de un juicio cuando protestaban por el hecho de que el autor de este crimen no vaya a ser juzgado al haber prescrito el delito.